Wednesday, September 22, 2010

01 Calderón de la Barca, un clásico






CALDERÓN DE LA BARCA, UN CLÁSICO
En busca de la espiritualidad en la literatura del Siglo de las Luces
Estudio sobre cuatro obras teatrales de Calderón de la Barca

Ateneo Insular

Por Manuel Salvador Gautier

Leí o escuché en algún sitio que "clásica" es toda obra que permanece en el tiempo, regenerándose y relacionándose de alguna manera con las nuevas generaciones que la asumen como propia, y que "clásicos" son los autores de esas obras, cuyas vidas y acciones despiertan interés para entender las razones que los llevaron a sus propuestas creativas. Debemos estar claro: primero va la obra, después el autor. Lo que nos llega en el tiempo es la obra material, el autor ya ha desaparecido: sus pasiones a nivel personal y su manera de ver el mundo, como pensamiento colectivo, ya no existen. Quizás esto es lo que trata de sugerir Borges (1) en su cuento sobre el verdadero autor del Quijote: el lector es otro creador de la obra, que la actualiza.
En el caso de la música "clásica", asumimos que se interpreta en la actualidad lo más exactamente posible a como la compuso su autor, aunque no sea verdad. Es parte del deleite de apreciarla. Uno de los problemas que tiene la música moderna para convertirse en "clásica" es su imposibilidad de interpretarse, ya que ha sido grabada. Un "mambo" de Pérez Prado o un "rock" de los Beattle sólo puede oírse interpretado por su autor, de otra manera pierde autenticidad; por lo tanto, lo que se convierte en "clásico" no es la interpretación de esa música sino su grabación y esta no es elástica, llegando un momento a ser repetitiva, a no producir nuevas experiencias.
En el caso de la literatura "clásica", nadie pretende que se interprete estrictamente a como fue pensada. De hecho, sabemos que las primeras obras que la Civilización Occidental (en esencia, Europa y América) reconoce como suyas, La Ilíada y La Odisea, de la autoría de Homero (2), han sufrido una transformación, pasando de ser epopeyas míticas a historia verdadera, con investigaciones hechas con todo el rigor científico que impuso el racionalismo que inició Descartes en el siglo XVII (3). Tanto así, que hoy en día todavía se buscan las ruinas de Troya: se ponen en duda las hipótesis de Schliemann (4), quien, supuestamente, las "descubrió" a finales del siglo XIX, siguiendo pistas que encontraba en las descripciones de paisajes y sitios que aparecen en el poema. ¿Volverán estas obras a considerarse, simplemente, epopeyas? Es muy posible. Estamos en un momento donde se reta la casuística con lo sistémico. Eventualmente, cuando se haya impuesto lo segundo, se entenderá que un creador como Homero era, en esencia, un imaginativo que, debemos asumir, creía en un parnaso de dioses que actuaban como humanos, por lo que no le era difícil poner a actuar a los humanos como dioses y concentrar en unos cuantos lo que hacían muchos en muchos sitios, para inflar su dimensión. En definitiva, Agamenón, Aquiles, Elena (5) y demás, aunque se pruebe que fueron personajes verdaderos de la historia, son imaginación de Homero, que llevaba a lo épico acontecimientos que ocurrieron y personajes que existieron en varios lugares y los manejaba imaginativamente, como hacen los buenos narradores (novelistas) de todas las épocas. La imaginación acumulada de siglos, a través de estas obras y de otras del Siglo de Oro griego (o época clásica), ha formado una idea culta de lo que fue Grecia cinco siglos antes de Cristo que difícilmente se compadece con su realidad. La hemos mitificado, al punto, que la Atenas de Pericles (6) es tan imaginaria como la Troya de Homero, no importa si de una no aparecen las ruinas y de la otra tenemos ruinas en abundancia. Lo esencial de todo esto es que, todavía hoy en día, los poemas narrativos de Homero resultan seductores (7).
Ocurre lo mismo con la obra de Pedro Calderón de la Barca.
Cuando nos abocamos a analizarla, debemos ante todo definir qué es mito y qué es verdad en esta, es decir, de qué manera Calderón modificaba la realidad a través de su obra para proponer un cambio que mejorara lo existente... y esto es, prácticamente, imposible. Calderón nació en 1600 y murió en 1681. Todavía en vida, ya comenzaba a criticarse y a interpretarse su obra, es decir que han pasado más de 350 años en los cuales esta ha sido disminuida, alabada, difundida, recogida, sentenciada. Cuando se lee lo que los teóricos señalan de esta, lo que encontramos es la creación de otro mito, tan significativo como el que quiso crear el autor. Sólo lo que Calderón escribió en el papel es cierto, y lo que esto produce dentro de nosotros sólo lo podemos asimilar a través de la visión que tenemos del mundo, de nuestra cultura y de nuestros gustos literarios, es decir, en base a un subjetivismo que, aunque lo queramos objetivar buscando referencias, acotaciones y ensayos hechos por otros, siempre será dependiente de nosotros mismos.
¿Qué significa para nosotros que Calderón es producto de la Contrarreforma?
Nada. La Contrarreforma, junto con la Reforma, evolucionó en otra cosa. Después vino la Ilustración, la revolución burguesa y la primera edad industrial; hoy estamos en la edad postindustrial. Tal vez algo de la Contrarreforma exista actualmente, asimilada de alguna manera por el mundo en que vivimos, pero no la entendemos como tal.
¿Podemos imaginar lo que significó la Contrarreforma para cualquiera que la vivió?
Podemos, desde la interpretación que hacen otros y que juzgamos desde nuestra propia perspectiva… y estamos viviendo en una época de escepticismo.
¿Que significa, que la mayoría de las tramas de Calderón no son originales?
Nada, ya que no conocemos las fuentes en las cuales este se inspiró. Un socarrón pensaría que esto facilitaba las cosas al autor. Un creador diría que se trataba de un reto, donde el autor debía superar la obra anterior u orientar la nueva hacia un nuevo significado trascendente.
¿Fue esto lo que hizo Calderón?
¿De qué manera un intelectual de finales del siglo XX puede evaluar la obra de un genio de la literatura del siglo XVII? ¿Qué es lo permanente en la obra de Calderón que lo hace atractivo hoy día? O, todavía más pertinente, ya que con esta última pregunta asumimos que en la esencia de la obra de este autor hay algo universal que la actualiza, ¿qué es interesante hoy en día en la obra de Calderón; por qué la buscamos?
La buscamos porque nos dicen que es buena, así eliminamos tener que escoger de entre cientos de autores y miles de obras. A través de los 350 años y más de su existencia, por razones que muchas veces no tienen nada que ver con su bondad (el autor contemporizó con sus mecenas, fue un religioso que colaboró ampliamente con la Iglesia), la obra de Calderón se ha calificado como el producto genial de una época. Si se habla de teatro durante el Siglo de Oro español, saltan enseguida dos nombres: Lope de Vega y Calderón. Cuando estudiamos la historia de la literatura en España, encontramos que, durante el siglo pasado, Unamuno (8) consideró la obra del primero superior a la del segundo y mantuvo a este en un plano inferior, hasta que, en la actualidad, este ha sido rescatado y puesto a valer tanto como el otro. También que, durante ese siglo, la obra de Calderón fue ampliamente discutida por los intelectuales alemanes. ¿Pamplinas? Todo lo contrario. Estas polémicas crean interés y mantienen el nombre de Calderón actualizado y su mito vigente.
La buscamos porque queremos demostrar que entendemos las obras "clásicas" y, por lo tanto, calificamos, primero, como intelectuales y, después, como académicos. Uno de los elementos que más me asombra cuando leo sobre Pedro Henríquez Ureña (9) es la capacidad que tuvo de lectura, de crítica y de proyección de sus conocimientos. Se lo leyó todo (aparentemente), lo criticó todo (desde su percepción intelectual de fin de siglo XIX y principios del XX), y pudo transmitir sus inquietudes a sus lectores y, principalmente, a sus discípulos. Borges lo reconoce como su maestro. Existen propuestas actuales en Argentina, como la de Favaloro, otro de sus discípulos, (10), para recuperar sus métodos didácticos, que consistían sencillamente en recurrir a los clásicos como base a la producción contemporánea. Oí a la autora Altagracia (Tati) Pou, en una tertulia, expresar que la generación de los 80, a la que ella pertenece, tuvo que superar las lagunas de su educación literaria estudiando sus predecesores, después que sus integrantes ya se reconocían como creadores.
Quizás buscamos la obra d Calderón por otras razones: por su valor literario y estético, por la manera amena o dramática en que conocemos cómo se desenvolvía la vida en una época dada, por la emoción que nos produce la gran literatura.
Ahora bien, el teatro de Calderón no fue concebido para leerlo sino para representarlo, en condiciones que hoy nos dejarían estupefactos. El público era normalmente una elite, ya sea de cortesanos (que incluía a reyes y cardenales) o de burgueses y feligreses. Los actores eran todos hombres, los papeles femeninos lo hacían adolescentes. La escenografía era barroca, lo que significaba cambios de escenarios hasta entonces no contemplados, puesto que hasta el Siglo de Oro español el teatro seguía la regla aristotélica de unidad de acción, tiempo y lugar, fijada en su Poética (siglo IV a. de C.), y se usaban elementos escenográficos hasta cierto punto abstractos (un árbol se representaba con un cilindro) que procedía de la estética renacentista de la búsqueda de lo simple (11). El barroco implica exageración, deslumbramiento, ambientación natural. Un árbol es un árbol. La puesta en escena era igualmente vigorosa, con movimientos que ocupaban todo el escenario. Todo esto se pierde en una lectura. Repito: lo que queda es la palabra... y la palabra de Calderón es exquisita.
Una aclaración: las piezas que leí recientemente para evaluar la obra de Calderón están todas "editadas", lo que significa que no aparecen formaciones antiguas del castellano y que, en una nota al pie de la página, se explican muchas frases que eluden al lector del siglo XX, por ser referencias sobreentendidas al público del siglo XVII.
No escogí, me escogieron, cuatro obras de Calderón, y digo que me escogieron porque, para conseguirlas, simplemente fui a una librería y compré las obras del autor que había allí. Estas fueron: El Alcalde de Zalamea (12), La dama Duende (13), El Mayor Monstruo del Mundo (14) y El Mágico Prodigioso (15).
Tenía la tarea de desarrollar el tema La Espiritualidad en Calderón de la Barca que me asignó el Dr. Bruno Rosario Candelier, presidente del Ateneo insular para esta presentación. Debo decir, de inmediato, que lo que menos encontré en estas obras fue espiritualidad o, definitivamente, no entiendo el concepto.
Lo primero que notamos, al leer el resumen cronológico de la vida y obra de Calderón que aparece en El Mágico Prodigioso (que se repite, más o menos, en los otros volúmenes), es a un hombre de carne y hueso con pasiones, debilidades y fortalezas, aspiraciones e inspiraciones. Calderón era un noble que defendió su clase. Estudió en las mejores universidades (Alcalá de Henares y Salamanca). A los veinte años inició su carrera literaria pública participando en un certamen poético organizado en Madrid. Al año siguiente fue acusado de un asesinato junto con sus hermanos Diego y José. Luego siguió su obra literaria: a los veintitrés años presentó su primera pieza teatral en el Real Palacio, se contrató como soldado y peleó en Flandes, Lombardía y Cataluña. En 1629, después de presentar la obra La dama Duende, sin duda una de las más bellas de su repertorio, fue denunciado por perseguir dentro de un convento a un individuo que había herido a uno de sus hermanos. ¿Cómo se salvó? Tal vez con el recurso de volver a escribir La Dama Duende para complacer a los reyes, eliminando el personaje femenino que contrastaba con la moral de la época y llamando a la nueva pieza Casa con dos puertas, mala es de guardar, una obra sosa que pierde significado ante la otra. Quince años después, se ordenó de sacerdote; ese mismo año murió su hijo Pedro José. Siguió escribiendo para conmemorar acontecimientos de la realeza (bodas, bautizos, aniversarios) y fechas religiosas (sus famosos autos sacramentales, de los cuales La Vida es Sueño es, sin duda, el más conocido). Con estas pinceladas de la vida de Calderón, basta para presentar al personaje.


Retrato de Calderón de la Barca

Su pasión e ímpetu personales, el amor por su familia, la experiencia de soldado, la experiencia como hombre, la vida en la Corte, la vida como religioso, todo esto y más aparecen en su obra literaria.
Lo segundo que captamos al leer sus obras es una vivencia que se mantiene fresca, atractiva, impactante. En las cuatro obras mencionadas, resalta el papel de la mujer en la concepción del mundo de Calderón. Uno se pregunta por qué no se casó. Calderón adora la mujer. Sus protagonistas son insinuantes, inquietantes para el hombre. Las concibe en todas las maneras posibles.
En El Alcalde de Zalamea, supuestamente una comedia porque termina bien de acuerdo a la moralidad de la época (hoy, de acuerdo a la nuestra, sería un drama), Isabel, de una belleza que quita la respiración, es recatada, casta, consciente de su valor como mujer de su clase, la de los paisanos ricos (eventualmente, los burgueses). Es asediada por un militar que ve en ella sólo lo carnal y que la viola y abandona. Su reacción es la de salvar su vida, ya que esa deshonra la hace culpable, a menos que sea honrada por el matrimonio con el violador o por la muerte de este o de ella. En su desesperación, no pide clemencia, sólo justicia. Su fortaleza salva su honra.
En La Dama Duende, Ángela es una viuda muy joven, destinada a estar enclaustrada para el resto de su vida, pero su temperamento vivaz hace que ella salga de su casa de incógnito, lo que provoca la trama, muy bien lograda. Ese mismo temperamento vivaz enamora a Manuel, el protagonista, y todo termina bien, con matrimonio.
En El Mayor Monstruo del Mundo, Mariene no se merece los celos que sufre por ella su marido, el Tetrarca. Este decreta su muerte por supuestos agravios que ella le ha infligido. Cuando ella se da cuenta de la obcecación del marido, se enfurece, no le perdona no haber confiado en su castidad y provoca el drama final.
En El Mágico Prodigioso, Justina, católica, en el momento más álgido de la persecución de esta religión por los romanos, también recatada y casta como Isabel y Mariene, es admirada por Cipriano, que está dispuesto a dar su alma al diablo con tal de poseerla. El diablo no puede influir en ella para convencerla de ofrecerse a su pupilo. El alma católica de ella es pura e inviolable; no obstante, en lo más íntimo, ella se enamora de Cipriano, es vulnerable como mujer. El drama ocurre cuando ella acepta ambas verdades.
Otro tema que aparece en estas cuatro obras de Calderón es la venganza ligado a la deshonra de la mujer, el ojo por ojo bíblico. Los críticos la llaman, eufemísticamente, el sentido de la honra de la época. La trama de El Alcalde de Zalamea se basa en este requerimiento. Pedro Crespo, el padre de Isabel, no puede aceptar que el violador de su hija salga impune de su crimen. Justo en el momento en que su venganza se convertiría en otro crimen, matando al violador, lo nombran Alcalde de Zalamea, y puede ajusticiar al violador por la ley, haciendo que le asesten un garrotazo que lo mata, después de condenarlo en un juicio que será celebrado por el mismo Rey. Como premio, este último lo nombra Alcalde de Zalamea de por vida. Es asombroso cómo, en la época de Calderón, resultaba virtuoso utilizar la justicia para llevar a cabo una venganza personal, pero esto es lo que resume la obra.
En La Dama Duende, el ojo por ojo es más ingenuo. La deshonra de Angela, que era sólo en apariencias, no llega a ocurrir porque Manuel está dispuesto a casarse con ella
En El Mayor Monstruo del Mundo, el Tetrarca no puede aceptar que Mariene lo traicione, aunque resulta que esta traición se debe sólo a sospechas circunstanciales que él comprueba infundadas. En sus celos, el Tetrarca decreta la muerte de Mariene, que debe pagar, ojo por ojo, por la deshonra que esta supuestamente le ha infligido. En la obra hay, todavía, un ojo por ojo más trascendental, pues el mismo Dios se venga del Tetrarca con la muerte de Mariene. El Tetrarca no es otro que Herodes, quien ordenó la matanza de los inocentes cuando supo por los Reyes Magos que había nacido un niño, Jesús, que sería el Rey del Mundo. Dios lo castiga por este crimen haciendo que el degollador de infantes mate a la mujer que ama.
En El Mágico Prodigioso, el ojo por ojo es más sutil. Justina ha sido deshonrada por el diablo, que aparenta salir de su habitación delante de testigos. Esto causa el desprecio de sus admiradores y la inquietud de Justina, que no entiende el por qué de esta actitud. Pero Cipriano la honra, ofreciéndole matrimonio y, cuando esta no lo acepta, la acompaña al martirio (Justina y Cipriano son Santos de la Iglesia de Antioquía, martirizados en el siglo III).
Hay muchos temas más en la obra de Calderón, interesantísimos (la amistad entre los hombres de la época que los obligaba a honrarse unos a otros; la predestinación como catalizador de los sucesos), pero esta presentación tiene un límite.
De las piezas estudiadas, el tema de la espiritualidad en la obra de Calderón sólo aparece en El Mágico Prodigioso. Es importante señalar que esta obra se presentó el mismo año (1637) en que Calderón tomó el hábito de Caballero de la Orden de Santiago. Casi podríamos asumir que con esta, el autor celebra su entrada a la Iglesia si no fuera porque en ese mismo año presentó también El Mayor Monstruo del Mundo, donde surge ese Dios vengativo y mortal que ya señalamos.
En El Mágico Prodigioso aparece la tentación que hace ceder al hombre, pero no a la mujer; la castidad que el hombre ultraja, pero que la mujer mantiene; el amor lícito que el hombre socava, pero que la mujer valora; el misticismo que la mujer cultiva y que el hombre, finalmente, acepta. Calderón invierte la maldad intrínseca en la seducción de Eva por Adán, que los llevó al pecado y ameritó que Dios los sacara del Paraíso. Aquí es Eva la que, limpiada de pecado por su amor a Dios a través de Cristo, trae a Adán al camino de la perfección en Dios y lo conduce, de nuevo, al Paraíso.
Al terminar esta presentación, sólo me queda admirar a Calderón: el hombre, el autor, el religioso. Su obra la podemos percibir, hoy día, tan poderosa como cuando la presentó hace 350 años, aunque la tengamos que apreciar fuera de contexto, es decir, como literatura, no como teatro. Con la obra de Calderón ocurre como con la de Homero: sus manejos de la verdad se han convertido en mitos que mantienen un poder de actualización increíble, produciendo nuevas experiencias e interpretaciones en el lector. Por eso es clásica, renovable en todos los tiempos, posible de ser apropiada por todas las generaciones... y, por eso, Calderón es un clásico.


(1) Borges, Jorge Luis: escritor y poeta argentino, [1899-19-], uno de los fundadores de la escuela ultraísta. Pequeño Larousse Ilustrado , 1969.
(2) Homero: Poeta griego que se supone haber vivido en el siglo IX a. de. J. y de quien se ha dicho ser ciego. Se le atribuye la autoría de La Ilíada y de La Odisea. Pequeño Larousse Ilustrado, 1996.
(3) Descartes, René: Filósofo, matemático y físico francés, nacido en Le Haye (Turena) [1526-1650]. Creó la metafísica moderna, atacó los principios escolásticos e impuso un nuevo método de raciocinio (el cartesianismo), elaboró su teoría de la duda metódica y llegó al conocimiento de su propia existencia por medio del pensamiento (Cogito, ergo sum, pienso, luego existo). Pequeño Larousse Ilustrado,1969.
(4) Schliemann, Enrique: Arqueólogo y helenista alemán [1822-1890], célebre por su descubrimiento de las ruinas de Troya y Micenas. Pequeño Larousse Ilustrado, 1969.
(5) Personajes de La Ilíada.
(6) Pericles: Político y orador ateniense [¿495?-429] a. de J., hijo de Xantipo. Sometió varias islas, involucró a Atenas en la Guerra del Peloponeso. Fomentó las artes y las letras, adornó a Atenas con admirables monumentos. Pequeño Larousse Ilustrado, 1969.
(7) Es ocurrente anotar que una obra contemporánea de cinco volúmenes, El Caballo de Troya, del español J.J. Benítez, pretende recrear la vida de Jesús como es vista por un intelectual del siglo XX, quien hace un viaje a través del tiempo a la época en que éste personaje religioso supuestamente vivió y comprueba o modifica las historias presentadas en el Evangelio. Esta obra se basa, supuestamente, en documentos que han sido descubiertos recientemente (el hecho de por sí, significa aceptar como válidos estos documentos) y que aclaran acontecimientos confusos en la vida de Jesús. Benítez se puede ahorrar el viaje a través del tiempo. Con decir que es una interpretación suya de la vida de Jesús, basta para entender que se está viendo un Jesús dos mil años después que existió, revisado de acuerdo al temperamento actual de la ciencia religiosa, en contraposición con los dogmas de la Iglesia. Un relato más homérico que esto, es imposible de encontrar.
(8) Unamuno, Miguel de: Escritor español, nacido en Bilbao [1864-1936]. Ejerció un auténtico magistrado sobre los intelectuales de su época, singularmente entre los escritores de la generación del 98. Cultivó todos los géneros literarios. Pequeño Larousse Ilustrado, 1996.
(9) Henríquez Ureña, Pedro: Profesor, ensayista, filólogo dominicano [1884-1946], uno de los humanistas más preclaros de Hispanoamérica.
(10) Favaloro, René G. : Don Pedro y la educación, Argentina, Centro Editor Fundación Favaloro, 1994. .
(11) P.G. Madrazao, C. Moragón, Literatura, Madrid, Ediciones Pirámide, S.A., 1991, p.158, p.179.
(12) Kapeluz Editora, S.A. Argentina, 1993. Estudio preliminar y notas de Celina Sabor de Cortázar.
(13) Clásicos Universales Planeta, Barcelona, España. 1989. Edición, introducción y notas de Antonio Rey Hazas y Florencio Sevilla Arroyo.
(14) Colección Austral, Espasa Calpe, España, 1989, Edición de José María Ruano de la Haza.
(15) Colección Austral, España, Espasa Calpe,1989, Edición de Bernard Sesé.

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