Tuesday, September 21, 2010

08 Crónicas de Altocerro, de Virgilio Díaz Grullón



NADIE SABE VIVIR O MORIR
Sobre Crónicas de Altocerro, un libro de cuentos de Virgilio Díaz Grullón
Preparado para un Panel sobre la vida del autor Díaz
Organizado por la profesora Thelma Arvelo
Facultad de Humanidades, Departamento de Letras
Universidad Autónoma de Santo Domingo, 2001

Por Manuel Salvador Gautier

Asegura Marthe Robert, ensayista francesa de la segunda mitad del siglo XX, que el cuentista francés Nodier (Charles) (1780-1844), declaró con franqueza, en nombre de aquellos que justifican su secreto temor a la madurez: “Me he conservado niño por desdén de ser hombre” (2). Esta autora también nos informa que el escritor alemán Jean-Paul (Johann Paul Friedrich Richter) (1763-1825), en su obra, evoca una infancia “en la que aún no había llegado a tener conocimiento de ningún hombre, ni siquiera de sí mismo, pero en la que los quería a todos; en la que aún no había sido arrojado del paraíso que todos hemos de abandonar y hacia el que todo retorno nos es prohibido por la edad y por la aguda espada de la experiencia” (3).
Estos dos juicios sobre la diferencia entre ser niño y ser hombre, y su transición de uno a otro estado, expresados por autores europeos que vivieron a caballo entre el siglo XVII de las luces y el siglo XVIII del desarrollo industrial, son la base emocional de la angustiosa, detallada, sigilosa, desacralizada atmósfera que permea la obra de Díaz Grullón.
Ser niño y no entender al hombre, no entender al hombre y serlo, ser hombre y encontrar tan sólo la muerte: en este silogismo descabellado se mueven sus personajes, niños y hombres socialmente normales, aunque síquicamente inseguros o inestables, a veces incomprensibles, descritos con un realismo que raya en el híper realismo, tanto cuando nos conduce por vericuetos temáticos esencialmente realistas, como cuando lo hace dentro de un periplo ingeniosamente surrealista o de lo absurdo.
Los niños en la cuentística de Díaz Grullón son inocentes en su inmadurez o su incapacidad de asimilar al mundo y sus realidades, pero no en experimentar emociones que, en algunas circunstancias, los guían hacia el entendimiento y la madurez y, en otras, los llevan a la maldad, aunque esta no la perciban como tal.
En Crónicas de Altocerro aparecen varios niños que podrían ser el mismo, dependiendo de hasta qué punto el lector, pasando de un cuento al otro, encuentre indicios que lo guíe a establecer posibilidades de coincidencia o continuidad en el tiempo. En algunos casos, los indicios parecen llevarnos hacia un sólo niño; en otros, sin embargo, son contundentes: no pueden ser el mismo niño, no en términos físicos. Nos confunde el hecho de que el niño de “El reloj” se asemeja demasiado al niño de “El pequeño culpable”. Podríamos establecer que estos dos cuentos son una variación sobre un mismo tema: cómo el niño percibe la muerte de la madre y su secuela de vacío y abandono. Para estos dos niños, es la misma madre que muere y que causará reacciones en sí mismo y entre las personas que los rodean: el padre, el abuelo, la tía, los demás familiares. En ninguno de los dos cuentos la percepción de la muerte acontece con un enfrentamiento inmediato, fulminante, ante el cuerpo exánime de la madre. No hay cadáveres, sólo encontramos la desorientación por la ausencia que produce la partida.
En “El reloj” la revelación de la muerte se maneja con un cuento dentro del cuento: Dios ha enviado un rayito de sol para sustituir a la madre, y el niño se apropia del rayito con un candor que nos hace dudar de su sensibilidad como ser humano ante situaciones a las cuales debe reaccionar con mayor fuerza. Sin embargo, podemos achacar esta reacción gratificante a su inmadurez y a la manera en que lo han educado, ocultándole la verdad, y aceptar que será con el tiempo que percibirá la realidad. Entonces entenderá que un rayito de sol, por más simbólico que sea de la presencia de Dios, nunca sustituirá el amor de la madre, y que con la desaparición de su progenitora ha perdido una experiencia única, que sólo es comparable con la relación que el niño tendrá con su hijo cuando sea padre.
En “El pequeño malvado”, han ocultado al niño que su madre murió al darle a luz. El niño ha crecido y comienza a preguntarse por qué no le celebran su cumpleaños como a los otros niños, por qué los familiares vienen a condolerse con su padre y por qué este, ese día, se encierra y lo enfrenta con severidad. Lo curioso en este cuento es que el niño nunca se pregunta dónde está su madre; ese problema lo ha resuelto de alguna manera en su subconsciente y ha sustituido la presencia de la madre con la de una sirvienta que lo cuida amorosamente y a la cual él responde de igual forma. El niño decide averiguar la razón por la cual ese día en su casa ha oído asociadas las palabras aniversario, muerte y, a continuación, muerte de parto. Díaz Grullón juega magistralmente con el hecho de que, a través de los indicios que ha dado, el lector puede colegir que el niño finalmente sabrá que él ha sido la causa de la muerte de la madre, que su padre lo rechaza por eso y que, tan pronto el niño descubra ese secreto, su vida cambiará totalmente.
En el primer cuento se advierte una gran ternura. En el diálogo entre el niño y el abuelo, el autor demuestra su pericia en establecer una relación coherente entre una persona mayor y un niño, sin caer en sensiblerías ni cursilerías. En el segundo, más explícito en términos de lo que será la revelación, el autor maneja los sentimientos del lector para provocar un sentido de protección hacia la criatura que está por dar un paso crucial en su vida emocional. En ambos casos hay una sustitución de la madre por otro afecto, el de la sirvienta o el del rayito de sol. Las dos situaciones parecen ser una revelación muy íntima del autor, que usa el recuerdo de su propia experiencia al perder a su madre cuando era aún muy pequeño; es decir, el autor propone que el ser humano busca sustitutos para reemplazar cualquier vacío emocional, y lo hace con un objeto o con otra persona o cualquier otra cosa, las posibilidades son infinitas. La pregunta es: ¿con qué sustituyó el autor las emociones que provocó la ausencia de su propia madre?
Aseguramos anteriormente que, en estos dos cuentos, los dos niños no pueden ser el mismo físicamente, pero, dado que surgen de una única experiencia del autor, podrían serlo en la abstracción de su identidad como niños que sufrirán por la misma causa, o sea, en la esencia de ser niños tocados por el infortunio. Aquí la muerte será la causa de una tragedia que se cierne en un futuro previsible, cuando los niños adquieran conciencia de lo que han perdido.
En “Matar un ratón” la muerte no es una revelación que, como en los otros dos cuentos, ocurrirá, tarde o temprano, haciendo daño a quien le toque, sino una admisión que aparece por sobrentendido en un símil que no se propone explícitamente, pero que sólo puede ser interpretado de una manera dada: desear la muerte de otro porque este le hace la vida imposible. El niño es el intermediario entre lo aceptable socialmente, matar un ratón, y lo inaceptable, matar una persona. Su inocencia es el ámbito donde surge dramáticamente la contradicción metafísica entre lo bueno y lo malo. Díaz Grullón trabaja aquí un cuento de “humor negro”, donde, lo que se evidencia, oculta el significado de lo que realmente es; donde el uso de opuestos (la inocencia y la maldad, el derecho a la vida y el deseo de dar muerte, lo moral y lo inmoral), plantea una disquisición que tiene sus orígenes en la misma raíz civilizadora del hombre. El juego, sin embargo, es intelectual, un reto al lector para que lo dilucide.
En los dieciséis cuentos de Crónicas de Altocerro, sólo dos de ellos dejan de tratar la muerte, aunque en varios hay que entender a qué modalidad de la muerte se refiere el autor. Podemos dividir estas modalidades en dos grandes grupos biológicos: el de la muerte natural y el de la muerte violenta; en estos dos grupos la persona expira y se inicia inmediatamente la descomposición de su cuerpo. Pero podemos señalar, también, un tercer grupo: la muerte sicológica, donde el cuerpo del individuo sigue ejerciendo todas sus funciones biológicas, pero su mente se ha trasladado a otra dimensión, desarraigada de la realidad o, por lo contrario, donde el individuo vuelve de la irrealidad a vivir la vida consuetudinaria y aborrecida de todos los días. Tenemos, finalmente, un cuarto grupo, donde la muerte es utilizada como recurso literario por el autor; se trata de la muerte no especificada, que sólo se constata por sus efectos. Díaz Grullón juega con los cuatro grupos.
Una rápida lista de modalidades de la muerte usada por Díaz Grullón, presentada en el mismo orden en que aparecen en el libro (4), es la siguiente:
Muerte sicológica del protagonista, en “Círculo”.
Muerte violenta por suicidio de la amante, en “El corcho sobre el río”.
Muerte natural de la madre por parto, en “El pequeño culpable”.
Muerte sicológica del protagonista, en “Más allá del espejo”.
Muerte sicológica de don Justo, en “Un epitafio para don Justo”.
Muerte sicológica del protagonista, en “Su amigo Arcadio”.
Muerte sicológica del protagonista, en “Retorno”.
Muerte violenta por asesinato del soldado, en “A través del muro”.
Muerte violenta por asesinato de la esposa, en “Crónica policial”.
Muerte violenta por deseo de asesinato de la esposa, en “Matar un ratón”.
Muerte no especificada del padre, en “Edipo”.
Muerte no especificada de la madre en “El reloj”.
En cada uno de estos cuentos, la muerte es fundamental para entender su contenido. Lo genial de Díaz Grullón es que, en estos catorce cuentos donde usa el tema de la muerte, nunca se repite conceptualmente; es decir, el mensaje, la propuesta es distinta para cada uno, y el lector queda fascinado por los intríngulis presentados, deseando cada vez desentrañar lo que el autor le propone por indicios, según transcurre la situación que describe.
Estudiemos el grupo de cuentos en que aparece la muerte sicológica como el elemento catalizador.
Los cuentos “Círculo”, “Más allá del espejo” y “Retorno” son historias que basan su interés en descripciones minuciosas de la realidad, una realidad que poco a poco se transforma en alucinante. Responden a la clasificación de lo absurdo, iniciada brillantemente por Franz Kafka (1883-1924) con su cuento “La metamorfosis”, que influyó enormemente en la narrativa del siglo XX.
“Círculo” es un cuento perfecto, donde el autor nos presenta un personaje disciplinado, que se enorgullece de la exactitud con que cumple las costumbres cotidianas que él mismo se ha impuesto. Lo vemos levantarse de su cama, ir al baño, asearse y entrar, sin él darse cuenta, en un espacio en el cual pierde sentido todo lo que es su mundo habitual, con cambios de escenarios que lo llevan a una muerte en vida, una muerte aterradora, donde se está consciente de la rigidez e inamovilidad de su cuerpo, de la pérdida de sus miembros y de la imposibilidad de volver a su estado normal. El círculo devastador se cierra cuando al fin la situación vuelve adonde comenzó, y el protagonista se despierta, se levanta de la cama, sin recordar lo ocurrido, presentándose la probabilidad de que se repita la alucinación. El autor juega con el terror como el elemento fundamental, terror por contraste, terror por la imposibilidad del protagonista de manejar la experiencia alucinante como hacía con su vida usual, donde decidía lo que haría en cada momento.
En “Más allá del espejo” encontramos a un protagonista que no está satisfecho con la vida que lleva. El autor presenta esta situación muy sutilmente, sin darle mayor trascendencia, a través de la relación de este con su esposa. Enseguida entra de lleno en la descripción de una experiencia del protagonista, imposible en el mundo real, la de estar frente a un espejo que no refleja la imagen de quien se pone por delante. Sigue una dramatización de un encuentro del protagonista con un ser delicado, triste, ubicado en un lugar que no corresponde al real, del otro lado del espejo, y del convencimiento del protagonista de tener que ir en su auxilio, pasando a ese mundo extraño, con justificaciones humanitarias que no tienen asidero. Entendemos que se trata de una alucinación del protagonista que prefiere vivir en otro mundo a seguir en el que está, en una especie de suicidio que lo llevará hacia una nueva vida, dentro de una situación muy similar a la que corresponde a la creencia cristiana de una nueva vida después de la muerte.
En “Retorno”, el suicidio es más evidente. Un hombre de negocios se da cuenta que no recuerda lo inmediato y sí, con muchos detalles, jirones del pasado. Poco a poco se adentra en sí mismo, en un abandono de la vida real que lo llevará a la niñez y eventualmente a la inexistencia del que no ha nacido, es decir, a la muerte, ya que la regresión a la niñez es mental, mientras que el deterioro que sufre su cuerpo es real.
En los otros dos cuentos en que se presenta la muerte sicológica, el elemento fundamental es el logro del protagonista de realizar un sueño acariciado o sobreponerse a un vicio, con el agravante de que tendrá que volver a su realidad diaria o a su desviación superada.
“Un epitafio para don Justo” es un cuento cautivante, de un hombre que vivía en la miseria, gana un premio mayor de la lotería y decide vivir la vida de gran señor que siempre quiso llevar, en un lugar donde se hace respetar y querer por todos, por sus aires de distinción y sus conocimientos, hasta que se acaba el dinero y tiene que volver a su trabajo de barbero. La muerte aquí es muy sutil; es una muerte por exclusión, la muerte de ese ser que el protagonista creó por un tiempo y que tuvo que abandonar en el momento en que ya no se daban las condiciones para mantenerlo. Es también la muerte en vida de un hombre que quiso ser otra cosa, lo logró, vivió esa experiencia por un tiempo y tuvo que eliminarla.
En “Mi amigo Arcadio” aparece el mismo tema, pero llevado a la tragedia personal. Un alcohólico llega a dominar su vicio, hasta que se pone viejo, se siente desamparado y comienza a perder el control. En la primera época en que estuvo bajo los efectos del alcohol, tuvo la alucinación de un personaje, Arcadio, que lo acompañaba en sus parrandas. El cuento es la confesión del protagonista de que Arcadio ha vuelto tras él, y entendemos que, muy pronto, el pobre hombre caerá de nuevo en el vicio. La muerte aquí de nuevo es un suicidio lento: volver al alcoholismo consciente de que será su destrucción final.
Al terminar de leer Crónicas de Altocerro quedamos admirados por la capacidad del autor de llevarnos sin esfuerzo alguno por todos los vericuetos de la mente humana, sobre todo en el entendimiento de la niñez y en la insistencia del acercamiento a la muerte. Los niños de Díaz Grullón no quieren ser hombres; cuando son hombres, no quieren vivir la vida que llevan; la muerte es la única salida. Estos cuentos nos proponen, sencillamente, que nadie sabe vivir o morir, sólo existir.


NOTAS:
(1) Díaz Grullón, Virgilio. De niños, hombres y fantasmas. Colección Montesinos No.2, Instituto del libro, Santo Domingo, República Dominicana. Quinta edición, 1991. 381 pps.
(2) Robert, Nadia. Novela de los orígenes y orígenes de la novela. Taurus Ediciones, S.A. Madrid-b. 1973. P. 92. Título original: Roman des origines et origines du romans, 1972.
(3) Robert, Nadia. Ob. Cit. P. 92.
(4) Díaz Grullón, Virgilio. Crónicas de Altocerro. Editora Alfa & Omega, Santo Domingo, República Dominicana, 1994.

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