Tuesday, September 21, 2010

13 Como el aire de abril, de Arturo Echavarría


La mole de la Citadela en San Juan de Puerto Rico

TODO VISIÓN SE DESCUBRE,
AUNQUE BIEN SE OCULTE


Sobre la novela Como el aire de abril, de Arturo Echavarría,
Ateneo Insular, Constanza, 26-27 junio 2004

Por Manuel Salvador Gautier

A finales del siglo XX, la narrativa en Puerto Rico presentaba un grupo de escritores con fama reconocida, entre ellos, Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega y Mayra Montero. Con La guaracha del Macho Camacho y La guagua aérea, de Sánchez, y Encancaranublado y otros cuentos, de Vega, se daba a conocer la idiosincrasia del pueblo de Puerto Rico —como los autores la apreciaban— con la exposición de temas que giran alrededor de los quehaceres y actitudes consuetudinarias de los nativos puertorriqueños en el subdesarrollo. Para comentar estas costumbres, estos autores prefirieron adoptar el humor negro —o la ironía leve— a la exposición resuelta y crítica, logrando una aceptación sin precedentes de sus trabajos, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Montero, en cambio, con obras como Del rojo de tu sombra, mantuvo en la novelística latinoamericana el mito de lo afroantillano, que ya el cubano Alejo Carpentier había llevado a cumbres excepcionales con El reino de este mundo, y al cual ella le dio nuevos giros de gran intensidad y color. Se trata, por supuesto, de una tendencia presente en la literatura de todos los países del mundo de exponer sus particularidades, que en América Latina convirtió los “ismos” del siglo XIX (romanticismo, realismo, naturalismo y modernismo) en criollismo y costumbrismo, y que en la deconstrucción del postmodernimo y por medio del sarcasmo, expone descarnadamente lo nativo, en el caso de estos autores, en un encuentro con lo auténticamente puertorriqueño o caribeño, en la búsqueda de una identidad a veces elusiva, otras veces, procaz.
Arturo Echavarría, en Como el aire de abril, nos sorprende con una novela detectivesca, que podría ocurrir no solamente en Puerto Rico sino en cualquier lugar del territorio norteamericano, y que, al final, utiliza la técnica del descubrimiento y la sorpresa, no para determinar quién es el autor del crimen, sino para evaluar, con una argucia muy bien manejada, el significado de la historia paralela que se cuenta, o sea, la razón por la cual el crimen se cometió.
En la novela policial o detectivesca prima siempre el ambiente en la cual se desarrolla. Podrán ser los páramos neblinosos de Escocia, como en El sabueso de Basketville, de Conan Doyle, o los reducidos pasillos y compartimentos de un tren, como en Muerte en el Expreso Oriental de Agatha Christie.
Como el aire de abril es una exposición del San Juan metropolitano, de ambiente cosmopolita, con las características de una urbe desarrollada, con pasos a niveles, vías rápidas y edificios multipisos, donde se pasa del más extraordinario conjunto arquitectónico postmoderno al más sórdido barrio vernáculo, y donde una casa frente al mar es un privilegio. Se trata de un ambiente internacional, a pesar de que el autor da los nombres de los barrios y las calles en las cuales se desenvuelve la trama, para así recrear el ambiente local y demostrar que ésta ocurre en lugares ubicados en Puerto Rico.
A estos distintos sectores de la ciudad nos lleva el autor, ninguno de los cuales llega a concretizarse, pues son tratados siempre de manera ambivalente, como recurso para mantener la incógnita de la historia.
Aunque la novela trata sobre la desaparición de un profesor de la Universidad de Puerto Rico, Jerónimo Miguel; que hay involucrados algunos profesores y profesoras; y que la causa del crimen se investiga en el cubículo del profesor desaparecido, el ambiente universitario es tocado de manera tangencial.
Tampoco la novela encara con profundidad el ambiente de la corrupción política en Puerto Rico, aunque sí presenta a un político con un pasado tenebroso que, por la decisión que toma de secuestrar al amigo para sacarle información sobre lo que ha escrito, demuestra ser un desalmado que, se presume, habrá actuado con los mismos métodos canallescos en su ejercicio político, con el inconveniente que pronto estará al servicio del imperio norteamericano, en un alto puesto en Washington, haciendo de las suyas.
La novela tampoco es de denuncia social, aunque aparecen retratados algunos ambientes sociales en las visitas que hace Juan González, el investigador de la desaparición de Jerónimo Miguel, a los testigos que pueden aclarar la razón por la cual el profesor ha desaparecido. Uno de los mejores momentos en el manejo del ambiente por el autor es el capítulo dedicado a la visita de Juan González a Alfredo Herrera (Memo), el viejo independentista, amargado y frustrado, obligado a permanecer en una silla de ruedas por una herida de guerra, con una esposa que lo cuida y lo consiente. Es un ambiente de la baja pequeña burguesía, en un barrio de segunda, con casas de madera con techo de zinc y vecinos que viven demasiado cerca, lo cual lleva a intromisiones mutuas que producen irritación y desazón. Otro ambiente social presentado es el del bajo mundo, de cafetines y mala vida, al cual llega Juan González buscando a Miguel Ángel, el hijo del desaparecido.
La ciudad queda retratada en este recorrido, una ciudad donde cualquier cosa puede suceder; donde no hay tradiciones (un antes) ni esperanzas (un después), sino la realidad descarnada del ahora intransigente; donde la inseguridad, el acoso, el arrebato, la pasión ilícita, son las emociones que mueven a los personajes. Donde cualquiera tiene derecho a esconder sus vicios de los demás y a realizar sus bellaquerías con el mayor desenfado. Donde hay impunidad para el crimen, sea este un secuestro, un asesinato, una “mordida”, la infusión de una dosis de droga, o, simplemente, una cita de amor con una mujer casada.
Hay un elemento que podría constituir la identidad puertorriqueña de la obra: el personaje principal, Jerónimo Miguel —que aparece en la novela sólo por referencia, un gran acierto del autor— fue, en su época de juventud, un nacionalista que compartía, junto con muchos otros connacionales, el dolor de ver su patria ocupada por extranjeros. Sin embargo, este nacionalismo se diluye cuando, en un incidente con un prisionero en la Guerra de Corea, el sentimiento de culpa por lo ocurrido ahoga toda otra emoción, y el personaje vuelve a su país, a ser un autómata sin beligerancia. Hasta que al final de sus días, encuentra la actividad que lo colmrá y hará un hombre feliz y completo, una actividad que lo conducirá al secuestro y a la muerte. Los otros personajes con creencias nacionalistas en la obra tampoco basan sus actividades en fomentar o defender esta ideología política, por lo que esta visión de un Puerto Rico libre queda en un plano muy secundario, apenas como referencia para tratar personajes con problemas de actitud, que han fracasado en su empeño en la vida.
Evidentemente, al autor de Como el aire de abril no le interesa presentar a un Puerto Rico caribeño o “puertorriqueño”.
En el ensayo La visión del mundo en la novela, de Emilio Díaz Valcárcel (1), este autor, influenciado por las teorías genético-estructurales del sociólogo Lucien Goldmann, nos asegura que “la aplicación concreta del sistema goldmaniano (al análisis de la novela, n. de MSG) nos irá revelando zonas que a veces permanecen a oscuras cuando se estudian con otros métodos, v. gr., el descubrimiento de que los ambientes, los personajes y las meras siluetas no responden, en su nivel más profundo, a apriorismos teóricos, sino a la experiencia social del autor, que expresa la ideología que caracteriza a su clase y a su particular grupo social, con la que no necesariamente está de acuerdo en su totalidad pero de cuyos parámetros no puede escapar”. Si aceptamos esta propuesta, nuestro autor, Arturo Echavarría, ha creado una ambientación de lo que él entiende es el nuevo Puerto Rico, el Puerto Rico que, por cincuenta años, ha sido sometido a una reestructuración social y económica como nación “asociada” a los Estados Unidos de América, y que, finalmente, se ha convertido en otro espacio más del Imperio, con características urbanas muy similares a las de la nación norteamericana, donde se ha roto la estructura familiar, los vecinos son desconocidos o conocidos indeseables, los apartamientos de lujo sirven para fiestas aburridas entre personas sin acoplamiento o parrandas escandalosas entre gente desvergonzada, las calles son inhóspitas, existen delincuentes que medran a la sombra del poder, y hay una cantidad de individuos frustrados que nunca lograron sus metas y que el nuevo orden aplastó hasta convertirlos en verdaderos guiñapos sociales.
Nos damos cuenta, entonces, que, como las novelas de Luis Rafael Sánchez y los cuentos de Ana Lydia Vega, la novela de Arturo Echavarría es una visión de la situación imperante en Puerto Rico, una visión contrapuesta a la de los otros dos autores, que prefieren presentar a un Puerto Rico en transformación, con rasgos de lo que fue, a uno ya transformado, caracterizado por la impronta de lo norteamericano o lo internacional. La pregunta es si esta visión responde al punto de vista de clase del autor.
Por lo que pudimos determinar (2), la experiencia social de Echavarría se ha desarrollado —por lo menos en su etapa profesional— en un ámbito de clase media, como catedrático de la Universidad de Puerto Rico, Recinto Río Piedras; es especialista en literatura latinoamericana, con énfasis en la obra de Borges, y hay publicados varios libros donde aparecen sus ensayos borgianos; recibe invitaciones constantes para dar conferencias en distintas universidades norteamericanas y en cónclaves internacionales; es miembro del Ateneo de Puerto Rico, que promueve todo tipo de actividad cultural, y del cual ha sido Presidente; y miembro de La Fundación, una entidad sin fines de lucro que auspicia la difusión de la música culta. Con estas referencias, es difícil determinar si su novela Como el aire de abril expresa la ideología de su clase social y de su particular grupo social. Están aquí los aspectos sociales, económicos y culturales que definirían su entorno, pero falta el político. La aclaración de este aspecto contribuiría a definir la visión del mundo del autor. Para ello, habría que indagar en la misma novela.
Sin entrar en un riguroso análisis goldmaniano, como el que hace Valcárcel en su obra a la novela de Luis Martín-Santos, entendemos que la novela de Echavarría expresa la visión de un hombre con una alta sensibilidad social, que pisa el presente y lo analiza descarnadamente, como un recurso para lanzarse al futuro. Es la ideología de los grupos de la elite intelectual, a los cuales él pertenece, que señalan, denuncian, apuntan, sobre lo que ven y sienten. Mientras Sánchez y Vega alertan en sus obras sobre las transformaciones sociales que ocurren en Puerto Rico, Arturo Echavarría da éstas por asentadas, y exige que sea a partir de la aceptación de esta realidad que se establezcan las pautas a seguir. Y la realidad de Puerto Rico, como se interpreta de la novela, es la de un país asimilado a los Estados Unidos de Norteamérica.
En cuanto al nivel literario de Como el aire de abril, la obra recuerda el manejo misterioso de Graham Green en su notable novela El final del romance. Hay esa ambigüedad en las situaciones que maneja el investigador, un detective improvisado. Se da esa misma incertidumbre entre los personajes por un hecho inexplicable, la desaparición de Jerónimo Miguel en un momento de su vida en que todo indicaba que éste había llegado a un equilibrio estable con su familia, con su trabajo y con su ideología. Como en Green al tratar la relación entre los dos enamorados —en el caso de Echavarría, entre la esposa del profesor desaparecido y éste— hay un sólo elemento que perturba este equilibrio: Jerónimo Miguel hace algo a escondidas que la esposa desconoce y ese “algo” es el hecho fundamental sobre el cual gira el misterio de la novela.
En su condición de novela policial, la obra de Echavarría cumple con todos los requisitos del género. Es ingeniosa, sorprende, hay un investigador con una personalidad interesante, y existe un crimen indefinido que finalmente se aclara y se presenta con todos sus detalles. La novela, sin embargo, tiene algo más. Hay una historia paralela sobre dos amantes, que se desarrolla al mismo tiempo que la historia de la desaparición de Jerónimo Miguel, creando en el lector la expectativa de que en algún momento aparecerá la conexión de ésta con el crimen. Sólo al final, cuando el investigador encuentra en el cubículo de Jerónimo Miguel el manuscrito que éste ha dejado allí, causante de su secuestro y muerte, es que el lector entiende esta conexión. Un artificio que impacta al lector y lo pone a revalorizar todo el contenido de la novela.
De esta manera, en una nueva apreciación de la obra de parte del lector para ajustar su enfoque a lo evidenciado por el autor, la cosmovisión de éste se descubre, aunque haya sido bien ocultada, instintiva o intencionalmente.

(1) Díaz Valcárcel, Emilio. La visión del mundo en la novela. (Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos) Editorial de la Universidad de Puerto Rico. 1982. P.
(2) Internet. Google. Arturo Echavarría Como el aire de abril.

No comments: