Wednesday, September 22, 2010

02 Una incursión tardía en el clasicismo



UNA INCURSIÓN TARDÍA EN EL CLASICISMO
PRINCIPIOS, CARACTERÍSTICAS, IMÁGENES

Inicios del período clásico en la literatura griega y universal

Ateneo Insular, Círculo Manuel del Cabral
Jarabacoa, enero de 1997

Por Manuel Salvador Gautier

Según un criterio generalizado en nuestro mundo civilizado, "podemos afirmar sin hipérbole que la literatura occidental, de alguna manera, comienza con Homero y ya no le abandona más" (1). Es una consideración sabia, si limitamos la literatura a regiones específicas del mundo y a los documentos de épocas pretéritas que han llegado a la actualidad, o si queremos significar con eso la tremenda influencia que esta obra ha tenido en la conformación del pensamiento de los europeos y afines; pero es sumamente equívoca, si consideramos que Grecia, en el momento que comienza lo que hoy llamamos el Período Clásico, no estaba aislada, y en ese mismo lugar del mundo mediterráneo y en otros, cercanos o distanciados, en esa época y antes (es increíble la movilidad que ha existido siempre entre los pueblos), se hacía literatura, es decir, se creaban leyendas y mitos, se formaban religiones, se generaban costumbres de convivencia humana que, de alguna manera, eran registradas oralmente o en documentos pétreos, pergaminos y otros materiales, y que influían directa o indirectamente en la creación del pensamiento griego, por asimilación o rechazo, de la misma manera que éste influyó en el resto del mundo.
No todos los expertos están de acuerdo en si Homero existió, o si se trata de otra leyenda o mito más creado por la mentalidad griega de la época. Creación o realidad, imaginario o mortal, en una de las leyendas alrededor de su figura, el poeta fue deificado, como ocurrió con personajes como Heráclito, humano que se convirtió en héroe (un semidiós), después de realizar hazañas bélicas; o como el progenitor del héroe Aquiles, Peleo, rey legendario de Yolcas, cuyo padre lo sirvió en trozos a los dioses, causando el furor de Zeus, que lo reencarnó y lo favoreció en matrimonio con la deidad marina Tetis, nieta de Tetis, diosa del mar (por lo que Aquiles viene a ser biznieto de una diosa). Por idiosincrasia, a estos personajes deificados se les buscaba parentesco con Zeus u otro de los dioses. De Homero se dice que "era hijo del río Meles y la ninfa Creteide y que en realidad se llamaba Melesíngenes; y que estaba emparentado con Orfeo... (2)". En la leyenda, Homero cae en un sueño letárgico bajo un árbol y despierta con la boca llena de miel, una metáfora para significar que lo que decía era dulce y hermoso (hay que recordar que los griegos endulzaban sus comidas con miel, un producto muy importante en su dieta). El iniciador "de la literatura occidental", ante los ojos de los dioses y, por lo tanto, de los griegos (fueran éstos sacerdotes, sabios, reyes o pueblo), mereció que se deificara, igual que un guerrero. Sin embargo, mientras a la mayoría de esos otros mortales deificados (o héroes) hoy día sólo se les recuerda cuando hay que estudiar su ubicación dentro de la complejísima red de sucesos míticos que conforman la historia del Parnaso y su relación con la igual de compleja red de acontecimientos que conforman la historia de los griegos, protagonizada por reyes y reinas, príncipes y princesas de carne y hueso (tales como Pericles o Alejandro Magno) o legendarios (tales como Electra y Edipo), a Homero lo conocen en la actualidad todos los intelectuales del mundo y los que no lo son.
Aunque con dudas sobre si la primera obra, la Ilíada, es una recopilación de otras obras de diversos autores, unificadas magistralmente ("Homero... ensambló, reestructuró y recreó poemas que en torno a la guerra de Troya venían cantando los aedos desde el siglo XII") (3), y si la segunda, la Odisea, es del mismo autor de la primera, se ha establecido hoy en día, con esa autoridad definitoria que da el eurocentrismo a todas sus decisiones, que Homero es, sin cuestionamiento, el autor de esas dos obras poéticas de extraordinario alcance, "dos obras que nada tienen que ver con la anterior épica de tradición oral", en la que se producían obras de "muchas más reducidas dimensiones" como era lógico para "un poema oral" (4). Resulta notorio que un genio de esa categoría no escribiera otras obras guardadas para la posteridad, y que una la hiciera en su juventud y la otra en su vejez. Además de estos poemas, se le atribuye a Homero, por ejemplo, el Himno delio a Apolo; pero lo que se entiende es que algunos rapsodas homéridas ofrecían sus poemas al Maestro y, como Cineto de Quíos, que compuso dicho Himno, aseguraban que provenían directamente de éste (5).
Tenemos, pues, una fecha para el inicio de la literatura occidental, el siglo IX, a. de J. C., época en que vivió Homero.
Es difícil hacer una sinopsis de las dos obras de Homero, pero presentamos la siguiente: "...el poema lírico la Ilíada... narra la guerra de Troya y el rapto de Helena, con las hazañas de Héctor y Aquiles" y el "poema la Odisea nos cuenta el periplo de Ulises y los argonautas, con las tentaciones de Calipso y la fidelidad de Penélope" (6). Es decir, los dos poemas, tratan sobre héroes, dioses, mitos, fantasías, magia, historia, todo esto adaptado a los requerimientos de la religión politeísta griega y a la manera en que ésta se daba a conocer a sus seguidores. En definitiva, estas obras son versiones del mito, la imaginación, la realidad y la ficción entremezcladas, sobre las que se sustenta la literatura griega del Período Clásico. Nos dice Antonio López Eire (1989): "La Ilíada ... es la grandiosa epopeya en que, ante el telón de fondo de una guerra, destaca poderosísima la idea de la debilidad del hombre, efímera criatura sometida a poderes superiores, pero, pese a todo, capaz de alcanzar el renombre del heroísmo a fuerza de valor, coraje, sufrimiento y renuncias. La Ilíada es un poema de contenido pesimista, que culmina en tragedia, mientras que la Odisea es un poema optimista, provisto de happy ending como las comedias" (7).
"La crítica homérica actual está... convencida de que la Odisea representa un logradísimo intento de apartarse del estilo que impregna la Ilíada, creando una nueva forma artística que sabe armonizar lo épico con lo puramente novelesco...", nos informa José Alsina (1990) (8). Es una manera curiosa de decir que las dos obras son muy diferentes. Más adelante, nos aclara: "El lector de la Ilíada sabe muy bien que, en ella, el curso de la acción sigue un claro proceso rectilíneo. Jamás el poeta se detiene para hacer marcha atrás. Los episodios siguen un proceso lineal, que se precipita en los últimos cantos del poema para conducirnos rápidamente al desenlace. Nada de eso ocurre en la Odisea. Su autor es un poeta de genio que, aunque ha aprendido posiblemente su técnica del autor de la Ilíada -(¿significa Alsina que no es el mismo autor?)-, ensaya sus propios medios, dándonos una obra originalísima, tanto en la concepción como en la estructura". En definitiva, las dos obras siguen estilos muy diversos: la primera adopta la narración lineal o ficción tradicional del ochocientos, hoy en día considerada superada, en contraposición con la otra, que asume la narración compleja o ficción experimental considerada el requerimiento de la contemporaneidad. Es interesante cómo estos planteamientos se presentan en todas las épocas del acontecer literario, siempre y cuando guardemos las distancias ante la complejidad del desarrollo de la literatura narrativa de Homero a la de hoy.
Quien lee estos poemas en la actualidad, en la traducción que le toque, queda fascinado. Se da cuenta que la literatura clásica griega produjo dos obras que mantienen su frescura, su interés y, sobre todo, su propuesta pedagógica, el objetivo original de su creación. La mayoría de estas traducciones son muy cuidadas, tratan de conseguir dos cosas que se excluyen una a la otra: ser lo más parecido al original o presentar una versión que se entienda sin tener que recurrir todo el tiempo a las notas al pie de la página. Ninguna lo consigue plenamente, pero hay que conformarse con esto o aprender griego antiguo y ser tan ducho en el politeísmo como lo eran los griegos de aquella época (yo dudo que en la actualidad algún católico laico conozca tan a fondo las historias de los santos y sus implicaciones en la vida diaria como, supuestamente, los griegos del Período Clásico conocían su mitología).
Las imágenes que se usan en estas obras son tan sencillas que a cualquier persona podría parecerles prosaicas. Una metáfora: "Mieles del sueño", para significar la dulzura del sueño (9). Un símil: "Así como en la cueva de un león poderoso una cierva a sus hijos apenas nacido acuesta y se marcha a pacer por la falda boscosa del monte y cañadas verdosas, y entonces el león regresa y a la madre y los hijos les da una muerte infamante, asimismo Odiseo..." (10). Pero las imágenes más poderosas de estos poemas son las que se crean con descripciones hermosísimas, donde el sustantivo, el adjetivo, el verbo y el predicado se usan en combinaciones exquisitas (11):

Sus doncellas, en tanto, afanábanse en todas las salas;
cuatro siervas a todo el quehacer del palacio atendían,
y las cuatro eran hijas nacidas de fuentes y bosques
y de ríos sagrados que llevan al mar sus corrientes.
Ocupábanse una en cubrir los sitiales con bellos
y purpúreos tapices, y lienzos al pie colocaban;
otra iba poniendo ante estos sitiales las mesas
hechas todas de plata, y encima cestillos de oro;
la tercera mezclaba un suave y dulcísimo vino
en un vaso de plata y las copas de oro ponía,
y la cuarta llegó con el agua, y debajo del trípode
hizo fuego, y entonces el agua se fue calentando.
Cuando el agua empezó a hervir ya dentro del bronce brillante,
me llevó hasta la pila y bañó y me vertió agua templada
que del trípode aquel recogió, en mi cabeza y en mis hombros
hasta que de mis miembros se fue la fatiga que agota
.

Conviene, en este momento, entender que el poema, en la Grecia del siglo IX, no se hacía para una presentación privada; se concebía para un público y se recitaba de manera coral o monódica, acompañado por música y danza. Por fuerza, su métrica era influenciada por los requerimientos de estas otras dos disciplinas.
Lo mismo ocurría en Israel. En los Salmos, oraciones a Yavé donde hay indicaciones de sucesos históricos con un manejo similar al de Homero, aunque con otro contenido, concebidas también para ser coreadas y bailadas, y luego en el Cantar de los Cantares, la más hermosa exaltación de la mujer, encontramos imágenes descriptivas tan bellas y simples como las anteriores. Ambas corresponden a una creación literaria supuestamente más antigua, puesto que David, rey de Israel, vivió entre 1010-975 (?), o sea, durante el siglo X, a. de J. C., alrededor de cien años antes que Homero (12), y Salomón, inmediatamente después, lo cual nos indica que en el mar Mediterráneo existía esta tradición de contar los hechos cotidianos convirtiéndolos en mágicos a través de poemas musicalizados y danzados. También viene al caso entender que debieron haber más poemas de ese tipo (quizás no de la longitud de los griegos, aunque eso no lo sabremos nunca), y que los poemas griegos se mantuvieron en el tiempo porque fueron recogidos por los romanos y luego pasados a la tradición literaria de Europa occidental, mientras que los salmos y poemas israelíes nos llegan hasta el día de hoy, de generación en generación, a través de una religión que trascendió el tiempo. No ocurrió lo mismo con poemas similares de las otras naciones del Mediterráneo, aunque quizás un día de estos un arqueólogo los descubra en alguna cueva abandonada.

Busto de Píndaro

MADUREZ DEL PERIODO CLASICO EN LA LITERATURA GRIEGA Y UNIVERSAL

El Período Clásico está dividido en tres etapas que, a su vez tienen subdivisiones. La primera etapa es la "arcaica", que comienza en el siglo VIII, pasa por el "homérico" y concluye durante los primeros decenios del siglo V, sin que se establezca una fecha especial que la separe de la segunda etapa, la "clásica", donde, además de la poesía, se desarrolla la prosa. En ésta se reconocen dos divisiones, la correspondiente al siglo V, "marcado por la expansión del poder político de Atenas (con predominio de la producción dramática), y el siglo IV, de prevalencia cultural de esta misma ciudad (con predominio ahora de la producción en prosa: oratoria, filosofía e historia)" (13). La muerte de Alejandro de Macedonia en el año 323 concluye esta etapa (aunque no tajantemente) y se inicia la "helenista", que llega hasta finales de la Antigüedad, donde se dan dos divisiones, la "helenística", llamada también "alejandrina", por la influencia de la ciudad de Alejandría en el quehacer intelectual, y la "romana", por estar Grecia bajo el dominio de Roma.
"La poesía, en la época en que no hay todavía prosa, puede ser, en líneas generales, épica o lírica. Bajo la primera denominación se suele comprender toda la poesía hexamétrica, que tanto puede vehicular un poema extenso, propiamente épico, tipo la Ilíada y la Odisea, como un himno, un ceremonial y narrativo, como también poesía catalógica... o didáctico-moral con recursos narrativos, tipo los poemas hesiódicos... La poesía lírica... se suele dividir, por razón de su metro, en elegíaca (en dísticos elegíacos, formados de un hexámetro seguido de un pentámetro) y yámbica; y por razón, además, del sujeto y del modo de ejecución, en poesía coral, cantada, como su nombre lo indica, por un coro y acompañamiento de danza, y poesía monódica, cantada por una sola persona... Por otro lado, bajo el epígrafe de poesía yámbica o yambo se agrupan, ya desde la antigüedad, composiciones en metro trocaico y epódicas".
"...Para los griegos, cuya métrica era de base cuantitativa (según la cantidad, larga o breve, de las sílabas, y no la cualidad, el acento, de las sílabas", como hacemos nosotros), "la poesía era voz y música, canto" (14).
Lo que debemos entender con estos términos un tanto difíciles que organizan el verso, sólo usados por los expertos, es que se trataba de una poesía altamente reglamentada y categorizada, que se proponía para servir propósitos específicos.
Dentro de estas exigencias, se considera que el poeta Píndaro (518-¿438? a. de J.C.) (15) produce obras que representan "el cenit del género coral... tanto por la gran calidad de sus composiciones como por ser el autor más favorecido por la posteridad en la conservación de su obra" (16). Fue contemporáneo de Pericles (¿495?-429 a. de J.C.), a quien se le reconoce que "fomentó las artes y las letras, adornó a Atenas con admirables monumentos y mereció dar su nombre al siglo más brillante de Grecia" (17), llamado también Siglo de Oro griego. Píndaro, sin embargo, no era el poeta de una ciudad. "El nombre de los grandes poetas corales griegos, como es el caso de Píndaro, se relaciona... con el de los cuatro certámenes religioso-deportivos más importantes de la Grecia antigua, conocidos como Juegos Olímpicos (en Olimpia...), Píticos, (en Delfos...), Nemeos (en Nemea...) e Istmicos (en Corinto)..." (18), donde se daba la actividad deportiva junto con "agones literarios, relaciones mercantiles y políticas y, en algunos casos, una tregua sagrada..." (19), de aquí que los poemas más conocidos de Píndaro sean los epinicios o cantos de victoria, que se hacían a los vencedores de los juegos. Sin embargo, conviene señalar que los poemas corales se organizaban también para otras ceremonias religiosas, donde, de igual manera, la población participaba masivamente.
"Hay unanimidad en reconocer en Píndaro a un sincero y destacado defensor de la religión olímpica en su sentido más tradicional... Píndaro insiste en la pequeñez de los hombres frente al poder de los dioses; nada podría hacer el hombre sin aquellos, mientras que con su ayuda todo es posible si el hombre quiere y tiene cualidades. Con frecuencia canta Píndaro o ejemplifica la justicia de Zeus, la omnisciencia de Apolo o la asombrosa fuerza de Heracles" (20). Las características negativas de un dios el poeta las evade, las desconoce o las atenúa. Es interesante apuntar a la coincidencia en los señalamientos que hacen los críticos actuales del Período Clásico griego, donde, desde Homero a Píndaro, consideran que se mantiene intacto el sentido de sujeción del hombre a los dioses, su debilidad ante ellos y su fortalecimiento si apelan a éstos. Es algo que encontramos también en la religión hebraica, luego en la cristiana, y que parece ser la tónica religiosa en toda la cuenca del Mediterráneo. También del mundo entero, con sus divergencias particulares.
De igual manera, Píndaro defiende al vencedor. "Los vencedores demuestran con su hazaña unas cualidades que no son aprendidas; el entrenador simplemente encauza de forma técnica lo que son las dotes naturales del individuo. Pero no de cualquiera"... (21) sólo si proviene de una familia noble aparecerán estas cualidades, que ya han sido identificadas en antecesores de éstos; sólo los descendientes de dioses, los privilegiados, pueden llevarla a cabo. El vencedor es tratado como a un héroe o semidiós, su hazaña lo acredita a ser comparado con los dioses. El hecho marca, definitivamente, la conceptualización de una sociedad elitista, que utiliza la religión como instrumento para mantener el poder.
Surge, entonces, la razón de ser del poeta. El epinicio o poema de la victoria sirve para rescatar esa victoria. "... la victoria que no es cantada, carece de valor, cae al suelo y se pierde en el silencio. La gloria de la hazaña se completa y tiene razón de ser si es llevada de boca en boca por los hombres, y a ello contribuye el canto de alabanza que compone el poeta" (22). El poeta no es un simple creador de alabanzas, forma parte del poder, tiene la fuerza del propagandista que logra que lo establecido se reconozca una vez más a través del triunfo, uno de los momentos cumbres de la irracionalidad, en que el hombre común se entrega a la imposición del triunfador, identificándose con éste. Por comparar, el poeta griego es el publicista que crea el anuncio de Coca-Cola o de Cerveza Presidente de nuestra época, para vender el producto que el pueblo debe consumir con el fin de mantener los privilegios de los poderosos, en el caso griego.
Píndaro maneja el epinicio de manera magistral, organizándolo a través de "un eje fundamental que condiciona la selección de motivos y la ordenación del conjunto..." y... "que une al vencedor con el poeta.... Entre esos motivos encontramos con mayor relieve, el elogio de la victoria. Dado que el coro es una especie de mensajero (y por su boca el poeta) del acontecimiento cantado, dicha victoria puede aparecer descrita con ciertos detalles; así los ciudadanos saben cómo tuvo lugar. Se elogia, por supuesto, al triunfador, normalmente para destacar que su victoria ha puesto de relieve las cualidades innatas del mismo. Por ello, es también frecuente que la alabanza se extienda a los antepasados y parientes del laudandus y su patria... Tampoco falta el elogio de personajes secundarios que han contribuido a la victoria, como el entrenador o el auriga... e incluso el caballo. En cuanto a la labor del poeta y de la poesía, son numerosas las expresiones y los pasajes que se centran en esos motivos, destacando la sophia del poeta, las características de su labor, el valor y la función de la poesía y de la palabra poética..."
"Elemento fundamental de la composición es el mito, cuya presencia se da en" la mayoría de los epinicios, "normalmente en la parte central de la oda, pero no necesariamente. En cada oda puede haber uno o más mitos, de extensión diversa. Hoy en día" se considera que el mito "tiene un valor funcional sustancial" en la poesía de Píndaro. "Es incluso un elemento básico desde el punto de vista narrativo... Debe tenerse en cuenta que el mito en la sociedad griega es todo un código de comunicación social (sincrónico y diacrónico), que acumula y transmite valores culturales y que, en el caso concreto de la lírica y de la poesía en general, acerca al auditorio modelos individuales o colectivos de conductas de forma inmediata..." Debido a eso, conviene "estudiar con frecuencia las partes no míticas del poema con las que lo son" (23).
A Píndaro también se le considera un poeta de "un lenguaje poético de enorme riqueza, con un estilo muy fluido. Entre los recursos más característicos destacan la metáfora y el símil" (24).
Un símil, que incluye algunas metáforas es (25):

Como cuando alguien sostiene con mano generosa
una copa espumosa por dentro con el rocío de la viña
y se dispone a ofrecerla como don,
brindando por el joven yerno,
de una familia a la otra (copa áurea, cima de sus riquezas)
honrando así la harmonía del banquete
y el nuevo lazo matrimonial, y allí, en presencia
de sus seres queridos, le hace envidiable por el concorde enlace;
también yo jugo de néctar, don de las Musas, a los ganadores
de premios envío en señal de buena voluntad, dulce fruto del espíritu,
por sus victorias en Olimpo y en Pito.


Conviene aclarar que Píndaro no sólo compuso epinicios, también hizo "Himnos, Peanes (en honor a Apolo), Ditirambos (en honor a Dionisio), Prosodios (composiciones destinadas al canto procesional, con acompañamiento de lira), Partenios (para coro de vírgenes...), Trenos (cantos de lamentación fúnebre), Encomios (cantos de banquetes, para un contexto festivo) y otros muchos de difícil clasificación..." (26).
"Hay otros aspectos de la poesía pindárica que no pueden reflejarse en una traducción y que son, sin embargo, sustanciales. A la pérdida que supone no conocer la música y la danza que acompañaban a estas composiciones hay que añadir en el proceso de traducción la de los matices de lengua y de la métrica" (27).
Para hacernos una idea del manejo unitario que hace Píndaro en sus poemas, presento, a continuación, uno de los epinicios más cortos:

Olímpica IV (460 o 456)
A Psaumis de Camarina

¡Altísimo conductor del trueno de incansable pie,
Zeus! Sí, las Horas, que a tu servicio están,
con sus evoluciones, obedientes al canto variado de la lira, me enviaron
como testigo de las más excelsas victorias.
Ante la dulce nueva
de los éxitos de sus huéspedes al instante se regocijan los hombres nobles;
y tú, hijo de Crono, que comprimes el Etna,
cual prensa, por vientos azotada del violento,
Tifón de cien cabezas,
al vencedor olímpico
acoge, por mor de las gracias, y a este cortejo

la más perdurable luz de las vigorosas virtudes,
pues llega para festejar el carro
de Psaumis, quien, de olivo coronado en Pisa,
se afana en promover la gloria de Camarina. ¡Qué dios
sea benévolo para sus restantes plegarias!
Pues yo le elogio, al muy dispuesto a la crianza de caballos,
que se goza en una hospitalidad sin excepciones
y con puros sentimientos,
tiene la vista puesta en la tranquilidad, que a la ciudad favorece.
No teñiré de falsedad
mi palabra; la prueba decisiva es la evidencia de los mortales;

ella es la que al hijo de Clímeno
liberó de la deshonra de las mujeres Lemnias.
Cuando ganó la carrera con sus broncíneas armas
dijo a Hipsipilea, al ir a recoger su corona:
"Así yo soy de veloz;
mis brazos y mi corazón, igual son. También a los jóvenes
les nacen canas
con frecuencia en tiempo inadecuado a su edad" (28).

Reconozco que hago una incursión tardía en la literatura clásica y que la trato con cierta irreverencia, desacostumbrada en los ensayos de gran erudición, investigación exhaustiva e interpretación racional que producen los especialistas en la materia. El caso es que leyendo a Homero y a Píndaro se siente un gran bienestar, una confirmación de la complejidad del hombre, que consideré oportuno traerles a ustedes. Lean a los clásicos griegos, se divertirán y, al mismo tiempo, se sorprenderán de lo grandioso que el hombre hace al hombre desde tiempos inmemoriales, aún si lo compara con los dioses, que son, en realidad, él mismo.

(1) Homero, Ilíada, Madrid España, Edición de Antonio López. Ediciones Cátedra, S.A., 1989.
(2) Homero, Ob. Cit. 1, p. 20
(3) Homero, Ob. Cit. 1, p. 20.
(4) Homero, Ob. Cit. 1, p. 20
(5) Homero, Ob. Cit. 1, p. 21
(6) Pequeño Larousse Ilustrado, México, Editorial Larousse, 1969.
(7) Homero, Ob. Cit. 1, p.23
(8) Homero, Odisea, Barcelona, Clásicos Universales Planeta, 1990.
(9) Homero, Ob. Cit. 8, p
(10) Homero, Ob. Cit. 8, p.273
(11) Homero, Ob. Cit. 8, p. 161
(12) Editorial Larousse, Ob. Cit. 6, fragmento, p. 1247
(13) López Pérez, J. A., Historia de la literatura griega, (ed.) Madrid, Ediciones Cátedra, S. A., 1988, p. 10.
(14) López Pérez, Ob. Cit. 13, p. 11.
(15) Editorial Larousse, Ob. Cit. 6, p. 1511
(16) Píndaro, Obra Completa. Madrid, Ediciones Cátedra, 1988, p. 19
(17) Editorial Larousse, Ob. Cit. 6, p. 1503
(18) Píndaro, Ob. Cit. 16 p. 9
(19) Píndaro, Ob. Cit. 16, p. 14
(20) Píndaro, Ob. Cit. 16, p. 23
(21) Píndaro, Ob. Cit. 16, p. 24
(22) Píndaro, Ob. Cit. 16, p. 24
(23) Píndaro, Ob. Cit. 16, ps. 25, 26, 27.
(24) Píndaro, Ob. Cit. 16, p. 29.
(25) Píndaro, Ob. Cit. 16, p. 95
(26) Píndaro, Ob. Cit. 16, p. 30
(27) Píndaro, Ob. Cit. 16, p. 31
(28) Homero, Ob. Cit. 1, p. 77, 78

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