Wednesday, September 22, 2010

25 El ángel plácido, de Manuel Mora Serrano


Narciso duerme, guardado por Eco y Eros

EL HOLOCAUSTO DE LA POESÍA

En la presentación de la novela
El ángel plácido de Manuel Mora Serrano
Mayo 2010

Por Manuel Salvador Gautier

En 1979 Manuel Mora Serrano obtuvo el Premio Siboney con la novela Goeíza. La leí en la década de 1990 y la comenté con el autor. Recuerdo que le hablé del impacto que me causó la mezcla que hace de mitos, leyendas y religiones taínas, grecorromanas y africanas, que, de alguna manera, son las raíces en las cuales se cimenta la identidad del dominicano. En algunas ocasiones hablamos de una idea que se le ocurrió a Mora Serrano de reescribir la novela para, en realidad, hacer no se qué cosa: nunca entendí bien qué pretendía con eso. Yo me decía: ¿Cómo puede mejorarse una obra que fue premiada, precisamente, por sus méritos literarios? Mas el autor es dueño de su fantasía. Hace como un mes, en visita a Editorial Santuario, supe que la novela Goeíza, ya revisada, había sido publicada por esta Editorial con el nombre de El ángel plácido (1). Y, al leerla, entendí lo que antes se me escapaba: el autor no pudo deshacerse de la fascinación que le produjo su propia imaginación y quiso contar la misma historia de otra manera. Mi opinión es que lo logró.
No se me ha ocurrido buscar a Goeíza para comparar cuál de las dos novelas es la mejor, ni siquiera para determinar cuáles son las similitudes y las diferencias. ¿Para qué?
Desde que se abre la primera página de El ángel plácido, el lector queda atrapado.
La novela comienza con frases muy sencillas:
A los hombres acontecen cosas increíbles. ¿Quién diría que la miel, ese fruto del aire que las abejas diligencian en el aliento de las flores, reconfortante cuando se ingiere con moderación, pudiera destruir la conciencia de quien abuse de ella? (p. 19).
El manejo de la palabra de Mora Serrano se basa en una estética sin rebuscamientos, con metáforas sencillas que pasan casi inadvertidas, como “fruto del aire” o “aliento de las flores”. En la obra, este manejo será continuo y constante, y se adentrará en el lector hasta dejarlo estático, hechizado.
El ángel plácido es un canto a la poesía y es, en sí, poesía. En todo momento la exalta, la convierte en la meta a vivir. Para el autor, la poesía es belleza, es amor y es sexo. Noten cómo relaciona estos objetos:
Elevemos los rostros hacia el infinito, hasta donde la tienda ecuórea se confunde con la bóveda celeste y convierte en dioses al mar y al cielo en un mestizaje de azules, para decir en recuerdo del maestro Simón Rymer que no puede haber belleza en el universo sin poesía (p. 177).
Contra lo único que no puede el Diablo es contra el poder del amor, porque Dios es amor. Es más, puede decirse, que el amor revestido de poesía, es el dios mayor de todas las religiones del universo (p.280).
El sexo, muchachos, con pasión verdadera, con mucho amor. Y si sucede el caso y los dos están enamorados, es cuando se materializa la verdadera poesía, según Simón (p. 186).
En un momento dado, el autor explica su manera poética de narrar (p. 121):
El arte de contar, decía Simón Rymer de memoria venerable, es el de saber internarse en los recuerdos, aunque a veces pueden ser dudosos por estar entretejidos con los sueños y las esperanzas. Para evitarlo hay que ir despacio, como el niño que aprende a caminar; al principio son pasos inseguros y después con firmeza y serenidad. Exactamente como cuando se nada desde la orilla hacia alta mar.
Sostenía que contar es una pasión muy respetable de los hombres, aunque en el fondo, vivamos narrando. Todos somos narradores. Lo difícil es mantener el interés del oyente o del lector a lo largo del relato sin perder con ella la tensión dramática y la elegancia en las expresiones. Decía que a veces, la vehemencia en dar la acción se hacía a costa de la belleza y la profundidad.
Repito lo que oí. De eso mi hermano y yo sabemos lo mismo que todo el mundo. Pero me gustaría recalcarles eso último, que disfrutamos de la poesía de Homero por su ausencia de cosas abstractas y por la elegancia del lenguaje y la sabiduría escondida en sus palabras.
Para lograr estos efectos que, de paso, desafían a los cultores de la poesía surrealista, Mora Serrano acude a la estructura de los poemas clásicos y las tragedias grecolatinas: Homero, Eurípides, Virgilio.
El ángel plácido se estructura en forma de diálogos entre los personajes principales, los cuales narran lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá. Señores, para un escritor cualquiera, siquiera imaginar cómo hacer esto es tremendo empeño; sin embargo, para Mora Serrano resulta una labor fácil, copiosa e inteligente. Una labor fascinante y, sobre todo, hermosa. En sus diálogos no hay descripciones, sino vivencias y explicaciones, y, quizás lo más importante, no hay imitación de las obras grecolatinas; sólo se inspira en estas. No importa que muchos de los nombres de sus personajes son, precisamente, grecolatinos y que, constantemente, como para machacar el contubernio que maneja de lo taíno, lo clásico y lo africano, hace referencias a pasajes y autores clásicos: en su texto narrativo predomina el ritmo de las palabras llanas, con acentuaciones del lenguaje popular dominicano, tal y como lo propone el autor cuando habla sobre la escritura.
El Ángel plácido de Manuel Mora Serrano es, quizás, su obra maestra y, sin lugar a dudas, una de las grandes novelas auténticamente dominicanas y universales.
La novela trata sobre el asesinato pasional del efebo Néstor Aldebarán por su primo hermano Ulises Encarnación, en el momento en que el primero le declara su amor a Necemia Torres, prima hermana de ambos, supuestamente amada también por el homicida. Este acontecimiento provoca la venganza de los Aldebarán contra los Encarnación, que ocupará el resto del tiempo novelado. Esta venganza se desarrollará en un periplo muy similar a las doce exigencias que se le hicieron al semidios griego Heracles (que aparece en casi todas las culturas del mar Mediterráneo, ya sea como Hércules en la romana, Melkart en la fenicia, Hercle en la etrusca o Herishef en la egipcia) y que simbolizan el triunfo del hombre contra el tiempo, o sea, el logro de la inmortalidad por el hombre, ya que cada episodio de su periplo es el triunfo del héroe contra un animal del zodíaco. También, como consta en un documento que consulté: tras su significado aparente y literal, los mitos griegos siempre ocultaban una tradición mística oculta (sic), y de esta forma los trabajos podían ser interpretados como símbolos del camino espiritual (2). Lo cual indica que los trabajos del semidios mediterráneo tienen un contenido que va más allá de lo que aparenta, un contenido que conduce hacia la espiritualidad del individuo y, con él, de la comunidad. En su novela, Mora Serrano pretende que este periplo también ocurre en el mar Caribe y lo llama una “goeíza”, tomando el término de un concepto religioso de los indios taínos, donde el espíritu de la persona viva se llama, precisamente, “goeíza”, y el espíritu de la persona muerta se llama “opía”. La escogencia de este término taíno por Mora Serrano para su periplo no es casual: la persona que asuma realizar una goeíza deberá contar con una fuerza espiritual extraordinaria, en el caso de esta novela, con la fuerza que le da su consagración a la poesía, ya que el lugar donde se desenvuelven los hechos, la comunidad de Las Galeras, totalmente aislado del mundo, es un conglomerado panteísta, seguidor de la religión del arte (p. 359), guiado por el profeta Simón Rymer, expulsado de su propia comunidad porque pretendía educar a los analfabetos para que conocieran las verdades del mundo a través de la lectura y el estudio, con énfasis en la poesía. El autor dedica un capítulo entero y varios párrafos más, para que el lector entienda en qué consiste su concepto de goeíza. Las proezas que se les exigirán a Diómedes y Plinio, los hermanos de Néstor Aldebarán, en la goeíza que organizan para vengarlo, tendrán un contenido que, como ha sido especificado, va más allá de su realización temporal. Son cinco los objetos que estos jóvenes deben traer de vuelta a la comunidad de Las Galeras, para que, al mostrarlos, sus hazañas sean enjuiciadas por el Consejo de sabios ancianos, dirigentes de la comunidad, quienes determinarán si la venganza ha sido consumada. Estos objetos son: la piel de un puerco salvaje, famoso por ser un exterminador de hombres; una ciguapa con los pies al revés; el peine de oro de una india; un dundún, y el asesino Ulises Encarnación. Todas estas proezas están envueltas en misterios que deben ser develados. Para lograrlas, los hermanos averiguan las claves que les permitirán ejecutarlas: el puerco salvaje olfatea a su enemigo a distancia y sólo puede ser sorprendido en el momento en que cae el sol; las ciguapas se ocultan de los hombres y sólo acuden cuando se hace una ofrenda sustanciosa de comida a su cacica; las indias son invisibles y sólo aparecen en noches de luna llena, para destrenzar sus cabelleras con peines de oro al borde del río; los dundunes también son invisibles y sólo son atraídos cuando se les engaña, poniéndoles a su alcance panales de miel amarga, a los que no pueden resistirse, y Ulises Encarnación ha desaparecido sin que se sepa de él y sólo un pajarraco maligno sabe cómo localizarlo. Está demás decir que los hermanos logran traer a la comunidad los cinco objetos exigidos. Pero, ¿qué significado espiritual tiene cada proeza?


Narciso se contempla en el arroyo

En un momento dado, nos damos cuenta que estos seres extraños, perseguidos en la goeíza, son superiores espiritualmente a los hombres que los persiguen, los cuales responden sólo a afanes materiales. La novela es una crítica a las ambiciones y acciones materialistas de los hombres. Veamos por qué.
Lo es, porque los hombres han asesinado a la poesía, representada en la figura del efebo Néstor Aldebarán, el hombre más bello y más noble del mundo. Él era… inocente y puro; era la poesía encarnada, y según ustedes, todos debemos amar lo hermoso (P.424). Con su muerte, ya no hay espiritualidad que haga sublime a la comunidad.
Lo es, porque los hombres dejan que sus pasiones destruyan la belleza y la nobleza intrínseca a ellos mismos y a la naturaleza. El puerco salvaje, tan temido, igual que al lobo en el poema “Los motivos del lobo”, de Rubén Darío, ha debido refugiarse en la maldad por el acoso de los hombres, que no le permite vivir una existencia normal, de acuerdo a sus atributos naturales; al final, se le reconoce como un líder de la naturaleza (p. 304), eliminado futilmente por la soberbia del hombre, que tiende a destruir los equilibrios ecológicos del mundo. Las ciguapas han tenido que refugiarse en el anonimato por la discriminación y odio que tienen los hombres contra todo lo que sea distinto a ellos, en este caso, los pies al revés; al final, ante la destrucción espiritual de la comunidad de Las Galeras, se busca en ellas un refugio moral. Los indios han tenido que hacerse invisibles (en la realidad, desaparecer como etnia), por el abuso de poder de los hombres, que los explotaron y aniquilaron en su afán por enriquecerse; al final, también resultan moralmente superiores a los hombres de la comunidad de Las Galeras. Los dundunes, seres pequeños como gnomos, desprecian a los hombres por su propensión hacia el materialismo y su incompatibilidad con la democracia, atributos que producen personas indignas, egoístas y ambiciosas; al final, la nobleza de su líder contribuye a que la comunidad de Las Galeras obtenga lo que buscaba, y se demuestra que es con esa nobleza que debe actuarse siempre. Ulises Encarnación es un ser vil, que, quizás, en el momento que lo hacen prisionero, ya haya pagado su culpa por la vida denigrante que ha llevado, y que muere por la furia vengativa de la madre de Néstor Aldebarán, que lo hace motivada por una relación incestuosa con su hijo. Esta motivación infame, causante de la muerte de Ulises, crea la debacle final, la metamorfosis de los ciudadanos de Las Galeras, que, por no seguir postulados nobles, por ser realmente materialistas, se revierten en ciguapas y ciguapos, volviendo a un estado donde, forzosamente, tendrán que ser nobles de espíritus, pero .destruyendo la labor educadora y edificante de su mentor, Simón Rymer, o sea, la poesía.
Para entender que los trabajos de la Goeíza de Mora Serrano son símbolos del camino espiritual del hombre, como lo fueron los de los mitos griegos, debemos desglosarlos en los siguientes llamamientos morales:
El primero: Conservarás la naturaleza
El segundo: Lucharás contra la discriminación
El tercero: Serás comedido en la obtención de las riquezas materiales
El cuarto: Serás desprendido en la ayuda a los demás
El quinto: Controlarás tus instintos sexuales para evitar daños a los otros
¿Hay algún parecido entre este pentálogo y el decálogo moral que recibió Moisés de Dios para el pueblo judío, los diez mandamientos de la Biblia? Los hay; son evidentes. ¿Hay alguna diferencia? Con el llamamiento a la conservación de la naturaleza, Mora Serrano se aparta de la entrega del mundo que le hace Dios al hombre en Génesis, cuando lo hecha del Edén para que labrase la tierra de que fue tomado (3). Dios castiga al hombre, obligándolo a trabajar para sobrevivir y reproducirse. Los herederos actuales de estas instrucciones: los judíos, los cristianos y los mahometanos, o sea, los forjadores históricos de la Civilización Occidental, materialista y capitalista, en la cual vivimos, las han interpretado como una licencia para explotar la tierra a su discreción y conveniencia, según los ecólogos, con resultados nocivos para el hombre, unos resultados nunca imaginados en los siglos en que se escribió la Biblia.
Igual que el sabio Simon Rymer, el autor, Manuel Mora Serrano, es el educador y moralizador que se ve obligado a refugiarse en una novela para decirle al mundo cuáles son sus males y cómo puede corregirlos.
Para llegar a las mismas conclusiones, hay otra manera de interpretar esta obra. El motivo de la organización de la goeíza por los hermanos Aldebarán es la venganza por la muerte de Néstor y es, también, la venganza por la muerte de la poesía. Por los desaciertos del hombre, esta goeíza culminará en la destrucción del hombre, o sea, en su metamorfosis en otro ser, en este caso, en una ciguapa. La implicación es contundente. Si el hombre no rescata la sublimidad de la poesía en su vida, si la ignora o la destruye, se convertirá en un espectro, una versión elusiva de sí mismo, un ser indefectiblemente mítico y, por lo tanto, ilusorio. El autor nos señala que sólo en la poesía el hombre es real; que la única manera de vivir la vida a plenitud es en la poesía, que si ésta se destruye, sólo viviremos como fantasmas en nuestra imaginación. En esta interpretación, los requerimientos para cumplir con la venganza siguen sin cambios, por lo que se mantiene el llamamiento al hombre para que rectifique su manera irresponsable de comportarse frente a la naturaleza y frente a los demás hombres. Como en la interpretación anterior, se trata de una exigencia inaplazable de volver a la poesía.
Hay otros aspectos interesantes en esta novela.
El motivo del asesino de Néstor para matarlo no es el que la comunidad creyó, señalado al principio de la obra. El autor lo da a conocer al final, y es una sorpresa que nos tiene guardada para recalcar, aún más, la iniquidad del hombre. Igual ocurre con los motivos de la madre de Néstor, Melotea, y la novia, Necemia, para llorar su muerte y proteger y aislar su cadáver del resto de la comunidad. Sólo al final averiguamos sobre el rito macabro que ellas han consumado repetidamente para adorar al muerto, desnaturalizando la esencia de su ser: la poesía, razón por la cual tanto ellas como la comunidad serán castigadas.
La fantasía de Manuel Mora Serrano no tiene límites. Su imaginación vuela sobre nosotros, nos cerca, nos embelesa. Aparece dondequiera, no sólo en la presentación de todos estos seres extra humanos: el puerco cimarrón; las ciguapas; los indígenas fantasmales; los dundunes: la misma gente de Las Galeras, descendientes todos de ciguapas; las circunstancias que los rodean y que el autor inventa. También la encontramos en la caracterización de sus personajes. Un buen ejemplo es Ulises Encarnación, el asesino de Néstor Aldebarán. Cuando al fin es atrapado por los hermanos Aldebarán, el autor nos presenta a un hombre irreconocible: demacrado, andrajoso, con barba y pelo crecido que le cubre parte del cuerpo. Es alguien cuyo deterioro moral y corporal ha llegado al extremo de tener a toda una comunidad cautiva para satisfacer su coprofagía, y está aterrado, angustiado, deseoso ya de entregarse a la venganza de los Aldebarán, porque no quiere continuar esa vida miserable. Es el retrato físico, moral y sicológico de un hombre totalmente destruido, desfigurado por su envilecimiento y su culpabilidad. En el juicio que el Consejo de ancianos debe hacerle, el autor nos enfrenta con esta paradoja: ¿podemos castigar a quien ya ha sido castigado?
Aunque nos surja la fuerte tentación de considerar esta obra dentro de la tendencia latinoamericana de lo real maravilloso, lo cierto es que no clasifica. Como La Odisea, del griego Homero, es un viaje por la imaginación del hombre para lograr una meta deseada. Como otro famoso viaje literario, Alicia en el país de las maravillas, del inglés Lewis Carroll, es una crítica al desenfreno del hombre. Como muchas otras obras extraordinarias, es una actualización de los requerimientos que, a través de los siglos, el hombre ha pretendido imponerse con el fin de establecer las relaciones humanas que le permitan sobrevivir en la tierra.

NOTAS
1. Mora Serrano, Manuel. El ángel plácido. Editorial Santuario, Santo Domingo, R. D., diciembre de 2009.
2. “Los doce trabajos de Heracles”. Google:
http://es.wikipedia.org/wiki/Los_doce_trabajos_de_Heracles#Los_trabajos
3. Santa Biblia. Sociedades Bíblicas Unidas. Texto 1960, Impreso en Corea 2003. P.4.

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