Monday, September 20, 2010

02 Érase una mujer en las arrugas del sueño, de Pepa Acedo



ÉRASE UNA MUJER

EN LAS ARRUGAS DEL SUEÑO

Aberraciones naturales, soledad y ternura

Libro de cuentos de Pepa Acedo
Presentación del libro en Casa de Teatro, marzo 1997

Publicado en VETAS

Por Manuel Salvador Gautier

Comenzaré hablando de Pepa.
Me la señalan. Está en uno de los grupos que se mueven en el salón contemplando los cuadros de la exhibición.
—Es Pepa Acedo, ¿la conoces?
—Sí —digo distraído; pero no, confundo su nombre. Cuando le fijo la vista me doy cuenta que pensé en otra persona al oírlo.
Nos acercamos, me la presentan. No hay tiempo de hablar mucho. Un intercambio casual de palabras, sonrisas amables, y Pepa Acedo entra en mi espacio personal.
La veo de nuevo en otras actividades culturales. Está siempre ahí, con su aire desembarazado de mujer metropolitana, cierto dejo de juventud en un movimiento fugaz de la cabeza, un cigarrillo en la boca y un sombrero imaginario. Un sombrero acaparador, no sé si grande o si hermoso, un algo que la envuelve, que la protege. Es ella, con su capacidad de ser y de encubrirse y de demostrarse sólo cuando así se lo propone, aunque, por momentos, se deje arrastrar por sus pasiones y aparezca como es.
Nos saludamos cortésmente. Hablamos siempre rodeados de gente. Es fotógrafa, me dicen, encargada de Prensa de la Embajada de España. Para mí no significa nada eso. ¿Qué busco yo ligado a lo que los españoles quieran decir en público sobre su país y el mío?
Merodeo los contactos literarios de Avelino Stanley; me dice que en la revista literaria VETAS ha salido un artículo que evalúa mi novela Toda la vida. Lo leo, me molesta. Nadie entiende mi obra, me digo. Aquí, la comparan con las sofisticaciones narrativas que idealizan las tiranías europeas; allí, con un texto histórico. No aprecian la tragedia humana que se imbrica con los acontecimientos políticos relatados, donde un ideal es atropellado y cambiado por una pesadilla. Reacciono, escribo una respuesta. La publican, y me acerco al incomparable promotor de la cultura literaria dominicana Clodomiro Moquete II, con sus propósitos rectos y airosos como una palmera real.
En las tertulias del Círculo Manuel del Cabral, del Ateneo Insular, conozco a Rafael Hilario, predispuesto y distante, acompañado siempre de su encantadora amiga, tenue y sonriente. Sonríe Hilario. También lo sabe hacer. Me habla de VETAS. Es colaborador. Se ofrece para hacerme una entrevista a ser publicada en la revista. Combinamos un encuentro, grabamos el intercambio, y aparece Pepa.
Es la fotógrafa oficial de VETAS. Toma fotos a todos los entrevistados.
"Te recibirá en su casa", me dice Hilario
Está en Naco. Hacia la calle, una pared alta esconde un patio frontal con piscina, donde me llevan, después de pasar por delante de obras de arte creadas por nativos y extranjeros. "Esta es la Pepa que conozco", me digo, sintiéndome cómodo. Hay alguien conmigo que no recuerdo, posiblemente Clodomiro.
Pepa dispone. Tiene la cámara en la mano.
"Siéntate aquí", indica, señalándome una mecedora criolla frente a una mesa redonda.
Obedezco.
"Habla", ordena.
Lo hago. Me doy cuenta que Pepa quiere naturalidad, movimientos espontáneos. Temo poner a balancear improvisadamente la mecedora. Miro a Pepa que se retuerce de aquí para allá en busca de ángulos específicos. Tengo que pensar lo que digo, no añadir disparates a la situación. ¿Cómo me juzgará Pepa, Clodomiro, si comienzo a desvariar? Paso por lo menos media hora sometido a esa disciplina. Se me agotan los temas lógicos. Desvarío, me pongo tenso. La mecedora se mueve; la detengo.
"¡Ya!", exclama Pepa, y me sale una exhalación de alivio.
Habla ella ahora. De sus poemas publicados. No sabía que fuera escritora. Me enseña el libro que imprimió en Editora Taller: Versos para matar mosquitos en noches de insomnio. Bellos poemas, con sabor agrio de mar. Envidio el talento de Juan Freddy Armando en esa introducción-diálogo de una ingeniosidad increíble en que presenta a una Pepa graciosa, "chistosa" como decimos coloquialmente, otra Pepa, otra mujer que no conozco y que no acaba de mostrarse ante mí. Me ata la imagen de Juan Freddy: "En ti, amor y sexo son como ámbar y fósil. Uno contiene al otro". Otra Pepa más, otra mujer que se insinúa con su ambigüedad latente.
Me muestra fotografías que ha tomado en Argentina, donde estuvo de puesto. Hay manifestaciones callejeras, rincones escondidos de una ciudad sin misterios. Los ángulos en las fotos son interesantes, la calidad artística, insuperable. Pepa me muestra a la hija, una jovencita de melena suelta y cuerpo esbelto enfundado en "jeans". Me impresiona su belleza. Posa para la madre, que me explica situaciones familiares usuales entre personas que se han alejado de su país. Es la Pepa nostálgica por lo suyo, por la familia truncada, por los amigos que ha ido dejando aquí y allá en cápsulas memoriosas, por la Patria, a la que vuelve cada tanto tiempo para encontrarla distinta y sentirse desubicada. Crece su nostalgia en estas referencias que le salen sin darse cuenta.
Aumenta mi admiración por esta creadora de las letras y las imágenes. Por esa personalidad que se revela, cándida, intoxicándolo todo.
"Te conseguiré una copia de mi novela 'Toda la vida'", le digo conmovido, buscando reciprocidad.
"La adquirí, la he leído —me dice, entonces me sorprende—. Tengo unos cuentos inéditos que quiero que estudies y comentes", añade.
No puedo negarme a recibirlos, aunque nunca he hecho la labor del crítico literario.
Ella va y los busca. Me los entrega, los leo en mi casa, y Pepa Acedo se revela ante mí, exquisita, impertinente, total y estupendamente europea.

¿Por qué, en la presentación de sus cuentos, hablo de las impresiones que tengo de Pepa Acedo?
Pensarás: "¡Caramba!, pero Gautier cree que está escribiendo una novela, cuando debiera acabar de presentar el libro".
A ustedes, los inquietos, respondo que la novela sobre Pepa Acedo está aún por escribir, pero que los cuentos sobre Pepa Acedo están ya escritos. Los hizo ella misma. Son estos cuentos arrugados, como una vejiga que se ha vaciado haciendo un ruido rasgador. Recojo la vejiga, la soplo, se agiganta ante mis ojos. Leer a Pepa es un descubrimiento.
Capitulo; me entrego a las otras impresiones, a las literarias.

Lo primero que sientes al leer los cuentos de Pepa es un ritmo lento, un paso desesperante, como el que lleva el vehículo delante del tuyo conducido por un anciano cuidadoso o por una mujer distraída. Deseas brincar palabras, saltar frases, tocar bocina desenfrenadamente, pero no puedes, porque la terquedad de la escritura que quieres obviar te asalta, el cuerpo intangible te frena. Vencido este instante, entras en la perfección de un lenguaje castizo manejado con soltura y sencillez, donde palabras como "cotorra" y "ahorita" suenan exóticas. Recuerdo a Pedro Vergés en una tertulia del Círculo Manuel del Cabral hablándonos sobre sus experiencias cuando escribía su novela Sólo cenizas hallarás. Nos explicó el trabajo que le dio entender que la estructura de la oración dominicana es distinta a la española, hasta convencerse de que si quería relatar acontecimientos en la República Dominicana debía hacerlo en nativo. Pedro escribía en España, sometido a una manera distinta de frasear que había hecho suya. Pepa no tiene ese problema de dualidad. Ella es española y escribe como habla. Posiblemente mejor a como habla, pues sabes muy bien de los modismos que eliminas cuando tomas un bolígrafo en la mano o tecleas frente a la computadora.
La narrativa, hoy en día, puede ser lineal, mejor si los planos se contraponen o si se recurre al "flash-back" o a la remembranza de manera circular o intermitente. Los protagonistas no tienen nombres. La cortedad es un requisito necesario, y la sorpresa, imprescindible, sobre todo, al final. No sé si estos y otros requisitos más vienen de Faulkner o de Kafka, dos de los grandes innovadores en la narrativa contemporánea; si incluye, además, a otros experimentadores con el estilo, como Joyce. Lo cierto es que si te precias de cuentista a finales del siglo XX y no tienes la capacidad de sorprender a tu lector, debes dejar a un lado tu bolígrafo o teclado. Los dominicanos aprendimos de Juan Bosch en su famoso cuento "La mujer". Después de eso, siguieron —por señalar algunos—, René del Risco y, de más reciente formación, Pedro Antonio Valdez.
Pepa Acedo es, realmente, una virtuosa en el manejo de la sorpresa. Leyendo sus diez cuentos te percatas que el recurso es inagotable y sumamente eficiente. En algunos casos, Pepa simplemente trastrueca el mundo normal que te narra para caer en una contrapropuesta inesperada. En otros, crees dilucidar lo que viene, que resulta ser totalmente distinto a lo que esperas. En otros más, entras en un universo poético o fantasioso que se diluye en realidades. En todos, el recurso de la sorpresa no lo utiliza para satisfacerte como lector actualizado, sino para dramatizar el tema que martilla constantemente.
Pepa desarrolla con insistencia lacerante la soledad como altera el ánimo de diez mujeres, y las consecuencias, conscientes o inconscientes, de ese atropello aberrante a la existencia de cada una de ellas, que son una sola experiencia en manifestación múltiple. Diez mujeres en una, aterradas de seguir viviendo, algunas veces obsesionadas por la vida, otras ilusionadas por un instante de respiro a su propia persecución.
Enmarcados en este tema principal aparecen los subtemas: la muerte como eliminación deseada de la soledad, la continuación de la vida a través de la imposición de una tradición donde la soledad renace con la repetición del ciclo; el aburrimiento, el desasosiego; la relación fugaz con el hombre, a veces recordada, otras repudiada; la sexualidad insatisfecha por faltar el hombre o por estar éste sin que llene el requerimiento de una entrega intercambiada; la desesperación en cuerpos maduros de mujeres que envejecen y apetecen al macho que no encuentran o que consiguen y son vejadas por éste.
Todos ustedes han sentido en algún momento una soledad estremecida que les ahoga hasta llevarles a decisiones que, la mayoría de las veces, lamentan. Estas mujeres de Pepa caen, cada una, en esa aberración natural.
Ustedes han podido sobrevivir, están aquí, y su soledad, en estos momentos, es un salón lleno de gente y una expectativa posterior de encontrarse con alguien, saludarle, intercambiar para luego, quizás, estimulados por este encuentro, adormecer el ánimo hacia nuevas experiencias de afecto, de comprensión.
Las mujeres de Pepa no tienen esa posibilidad. Ninguna sobrevive su soledad. Aunque no muera su cuerpo, muere su espíritu o lo sustituye con una imagen fantasiosa de sí misma que propicia aún más su deterioro. Se presentan escenas que pueden ser productos de la realidad o de la imaginación, de la reflexión o de la locura. No lo sabes. Ahí está la clave. En estos cuentos, la cotidianidad no tiene asidero. Lo de hoy es igual a lo de mañana, creando un futuro que es presente y, por lo tanto, es nada, el revés de la eternidad y, paradójicamente, igual de infinito. Quizás los filósofos del postmodernismo encontrarían en este ennui particularizado un señalamiento a la contrariedad del mundo que vivimos. Eres calcomanía, vives lo mismo que todos; el mundo te ahoga con su insolencia, donde hasta los privilegiados —los viajeros del espacio, los descubridores de los quasares y de los agujeros negros— son vencidos por la rutina, amarrados por la soledad que encubren frente al panel del módulo espacial o al tubo del telescopio. Ya terminó la aventura. Ya no hay África por conquistar, América por descubrir, o China, India y Japón que aprovechar. Ya los imperios se repartieron la tierra, el mar, la estratosfera, el cosmos; ya se congelaron las esperanzas de los emigrantes. ¿Qué hacer? ¿Dónde ir? ¿Cómo encontrar la ingenuidad que favorezca la expectativa?
Pepa nos lo dice: ¡En "las arrugas del sueño", por supuesto! El título de la obra no es casual. Es una reafirmación. Porque en esta soledad aberrante hay una ternura subyacente que te da el respiro que anhelas para continuar la vida como es, como quisieras que fuera. La respuesta de Pepa no es una salida sin escabrosidades. No es una novedad, tampoco; aparece en el viejo y nuevo testamento, en la Biblia judía, en el análisis transaccional. Es ir dentro de ti mismo, buscarte. Entre los creyentes, para encontrar a Dios. Entre los desalentados, para regocijarse en sus propios valores, que han despreciado sin entenderlos. Ese verte reflejado y condenarte, como Pepa permite que suceda en sus cuentos, es lo que no debe pasar. Ese acontecimiento negativo es una advertencia para ti, que te aburres, que te amargas la vida por su insulsez.
Leer a Pepa es un descubrimiento, dije antes. Te enfrenta con realidades que no quieres manejar, que has rechazado y metido en un cajón de tu mente para olvidarlas; al mismo tiempo, te ofrece esa ternura abarcadora de mujer para no dejarte abandonado al decaimiento que te produce tanta penuria.
¡Ah, esa mujer!
La encuentras en uno de sus cuentos, al amanecer:
"...Una tibia luz entraba por la ventana y se derramaba por el cuarto dándole un tono lechoso a las paredes blancas y al rosado de los armarios. Al mismo tiempo los rayos de un recién nacido sol porfiaban por filtrarse entre las rendijas de la persiana. Sugería esta mezcla de luces un misterio.
"Seducida por esta ambigüedad, una mujer dejaba a sus ojos vagar perezosos, jugar con las arrugas del sueño que ella mentalmente estiraba y siguió con ellos el paseo por la cama, se deslizó por las sábanas y admiró la perfección de los dedos de los pies; siempre, al despertar en la madrugada, se emocionaba con su armonía. Pasó sigilosamente por las piernas para detenerse a mirar las ingles, se desvió a la altura de los brazos y terminó el lento recorrido en las manos, otro nuevo reposo. Se sorprendió por esos dedos largos y ágiles. De su cuerpo admiraba los pies y las manos. Son terminaciones extrañas. Nadie se preocupa de ellas. ¿Quién se emociona ante unos hermosos pies?". (2)
Y reaparece en otro cuento, ya de noche:
"Hay un aire de sorpresa en todo. Suenan cohetes, bengalas, las ventanas están abiertas, a través de sus huecos se ve la calle y yo miro mi cuerpo, lo disfruto. Sonrío ante el vestido colgado en la percha, es nuevo y va a posarse en mi cuerpo por primera vez. Me sonrojo. Poco a poco dejo caer el albornoz, aún estoy húmeda de la ducha, me estiro hasta alcanzar el frasco de colonia y entre mis manos la dejo derramarse por mi piel. Abro un cajón y saco una braga, elijo la de puntillas y me la calzo. Me acerco al espejo, el vestido se desliza sobre mis curvas, me miro. Sonrío, me gusta. Me siento en el borde de la cama y busco los zapatos, me los pongo y de nuevo en pie. Ahora los anillos, los pendientes, me adorno para la fiesta". (3)
¡Ah, esa criatura que se viste de gala, esperanzada! Es la imagen de lo que eres, de lo que debes ser. Siempre positiva, siempre anticipando la ternura, siempre dispuesta a prodigarla.
¡Ah, la mujer Pepa Acedo!
¡Ah, esa criatura afrentosa que te muestra tus llagas y las cubre con el mejor de los medicamentos!
Ahí está ella, la Pepa sentada a la mesa con su cabello recién cortado a la última moda y teñido con reflejos metálicos, creando una imagen que no se asomaba antes a su espejo. ¿Será ésa la protagonista del cuento "No querer ver es olvidarnos" o de "La noche de San Silvestre"?
Ahí está ella, la Pepa que habló de su estadía en Buenos Aires, en un barrio de Palermo con casas de paredes rosadas y puertas verdes. ¿Será ésa la protagonista de "Sutilezas para un día aburrido" o de "La vida: un equívoco o un juego"?
Ahí está ella, la Pepa fumadora empedernida que asegura no temerle a las consecuencias que propicia ese vicio. ¿Será ésa la protagonista de "La muerte vestía de rojo" o de "Al fin un día llegó lo esperado y la mujer alcanzó la superación"?
¡Ah... y ahí está la Pepa protagonista de los viernes con lentejas, encuentros amenos donde Plinio Chahín al fin deja de hablar de sus visiones filosóficas o de sus aventuras intempestivas y dice lo bien que la pasó nadando en la piscina que tiene por delante, una aserción tan sencilla como sorprendente!
Es posible que encuentres contradicciones entre lo que te digo sobre los cuentos de Pepa y lo que sientas cuando los leas.
Es posible que Pepa no sea sus cuentos, como aseguré antes.
Pero, entonces, ¿quién es esta "mujer en las arrugas del sueño"?


(1) Acedo, Pepa, Érase una mujer en las arrugas del sueño, Santo Domingo, República Dominicana, Editora Taller CxA., 1997.
(2) Acedo, Ob. Cit. (1). Pp. 27-28.
(3) Acedo, Ob. Cit. (1). P. 49.

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