Wednesday, September 22, 2010

15 Balance de tres, de Manuel Salvador Gautier


Mujer, 1920

BALANCE DEL AUTOR
Presentación de la novela Balance de tres, de Manuel Salvador Gautier
en la apertura de la Biblioteca Dominicana en Miami, Florida, marzo 2003

Publicado en Gautier visto por Gautier de Manuel Salvador Gautier
Editorial Santuario, Santo Domingo, República Dominicana, 2010. Pps. 53-66

Por Manuel Salvador Gautier

INTRODUCCIÓN
René Rodríguez Soriano me ha puesto en una encrucijada al indicarme que debo hablar sobre mí mismo, en esta presentación de mi novela Balance de tres.
Creo que el escritor es lo que escribe, no lo que es o pretenda decir que es. El escritor se revela en su obra y es allí donde debemos buscar la trayectoria intelectual y estética que lo diferencie de los demás o que lo agrupe con otros escritores que presenten condiciones similares. Todo lo otro es adorno, verbosidad. Si las disquisiciones personales de un escritor llegan a publicarse, como ha ocurrido con intelectuales tales como Pablo Neruda (en Confieso que he vivido) y Gabriel García Márquez (en Vivir para contarla), se trata sencillamente de una obra más que el autor presenta a sus lectores. En ésta, el intelectual escoge de sus experiencias las que quiere hacer públicas y descarta las demás, exagera algunas y transforma otras, para cumplir así con su condición última de mentiroso, la cualidad intrínseca a todo narrador, según lo propone Mario Vargas Llosa, que sabe lo que dice por experiencia propia (Elogio a la madrastra).

He dividido esta presentación en dos partes.
En la primera, muestro la percepción que tengo de mi propia trayectoria intelectual y estética; y en la segunda, trato un poco sobre algunos aspectos que deseo señalar a ustedes acerca de mi novela Balance de tres.

SOBRE MANUEL SALVADOR
Les hablaré de mi persona.
Pertenezco a la clase alta de la República Dominicana que amasó su fortuna en el siglo XIX. El patriarca que lo logró fue Manuel María Gautier, un simple contador, que, por su inteligencia y capacidad de manejar las cuentas de la Nación, pudo colocarse bajo la protección de los presidentes y caudillos Buenaventura Báez y Ulises Heureaux (Lilís), los cuales le asignaran algunos ministerios en los gobiernos que presidieron. Su mayor logro político fue ser escogido para la vicepresidencia de la República en los últimos gobiernos de Lilís; mientras que su mayor logro personal fue fundar un clan familiar que mantuvo vigencia hasta hace poco tiempo.
La educación que mis antepasados dieron a sus descendientes fue orientada hacia la formación universitaria en una de las carreras liberales de la época: medicina, ingeniería o derecho, o como alternativa menor, agrimensura o contabilidad. Mis padres siguieron esa tradición de nuestra clase social decimonónica y obligaron a mi hermano y a mí, sus hijos varones, a obtener un título universitario.
No soy muy dado a revelar mis sentimientos. En mi familia y especialmente, entre mis hermanos y yo, hay una tendencia que nos lleva a no exponernos al juicio o a la injerencia de los demás. De parte mía, quizás sea un mecanismo de defensa a la debilidad física, al atropello, al menosprecio y al ridículo que tuve que sufrir en mi infancia, una defensa que construí entonces y que he mantenido por toda la vida.
Las causas que provocaron esta actitud y sus resultados son tanto personales como familiares, y fueron provocadas por situaciones internas y externas a la familia. De estas causas voy a seleccionar las que me favorecen.

Fui un niño enfermizo y débil, con un crecimiento físico retardado hasta la edad de quince años. En el transcurso de ese año crecí más de 30 centímetros (unas 12 pulgadas) y alcancé la altura que tengo hoy. Hasta esa edad, mi hermano mellizo, José, me llevaba la cabeza y era quien me defendía de los abusos y burlas de los compañeros de estudio. Los niños son crueles cuando se dan cuenta que pueden atropellar a algunos de sus pares, y yo fui víctima de varios de esos niños, de mayor edad y/o más fuertes que yo. Se trataba de un aprendizaje en el ejercicio del poder en el cual tuve que asumir la postura más ingrata.
De esta experiencia saqué el rechazo al abuso de cualquiera contra cualquiera, y el respaldo a los intelectuales y combatientes que han pretendido disciplinar nuestro país con criterios institucionales y constitucionales, hasta lograr que cada ciudadano tenga la posibilidad de manejarse dentro del juego democrático y que su avance en la sociedad se deba a sus méritos intelectuales y a su arrojo en tomar las decisiones adecuadas para lograr sus objetivos.
Padecí todas las enfermedades infantiles imaginables. Me dio sarpullido, sarampión, varicela, papera, fiebre, rámpanos, infecciones de la piel. Lo único que no tuve fueron chinchas, niguas o piojos, animalitos muy frecuentes entre los dominicanos de las décadas de los 30 y los 40 del siglo pasado, sobre todo entre el campesinado, de donde provenían las personas del servicio doméstico que nos atendían.
Soy alérgico a miles de cosas, en especial, a los camarones y a las langostas. La primera gravedad que recuerdo fue cuando tenía cinco o seis años, después de una celebración en mi casa donde se comió camarones. Ante la situación de deshidratación y debilitamiento en que me encontraba, con vómitos y evacuaciones continuas, mi abuelo, un doctor graduado en la Sorbona de París, decidió ponerme suero en las venas, y estuve acostado en cama por un tiempo. En esa edad, mi hermano y yo competíamos por la atención de nuestros padres, y si él se enfermaba, yo me enfermaba también. Si a él le regalaban un muñeco para que se estuviera tranquilo, a mí había que buscarme otro. Con el tiempo, esa competencia desapareció, y se convirtió en un sentido de solidaridad que se ha mantenido hasta hoy. Culminó cuando nuestros padres nos enviaron a estudiar la secundaria a los Estados Unidos de América en Nueva Jersey, en una escuela de internos, y nos vimos rodeados de extraños. Hicimos un pacto de no agresión y de defensa mutua que ha durado por el resto de nuestras vidas.
Para proteger nuestra salud, nuestros mayores permitían que a cada rato, médicos y enfermeras nos inyectaran distintas vacunas preventivas o curativas. Llegó un momento en que le tomé fobia a que me dieran un pinchazo más. Recuerdo el berrinche que armé el día que me llevaron a la clínica a sacarme sangre para otro análisis más, un berrinche de pataleos y forcejeos espantosos que obligó al médico a desistir de su trabajo. Cuando regresé a la casa, mi padre me llamó y me sentó a su lado (yo tendría unos nueve años), me dijo que entendía mi actitud y me habló de tal manera, que me convenció de que yo había actuado indebidamente, así que volví a la clínica manso como la bendición de Dios, y dejé que me pincharan la vena como si se tratara de una acción rutinaria, cónsone con mi naturaleza.
Toda esta situación la presento a ustedes porque mi salud precaria contribuyó a que mis padres me dejaran tranquilos y me permitieran que yo me ensimismara leyendo los folletos y libros que conseguía en distintas circunstancias. Las horas que mi hermano y mis amigos pasaban jugando pelota o “mano caliente”, yo las disfrutaba encerrado en una habitación con un libro en la mano, desarrollando sin darme cuenta, mi capacidad de absorber y generar cultura para convertirme en un “intelectual”.
El intelecto no es un privilegio que se prodiga en ciertas áreas del mundo y a ciertos grupos. Desde hace millones de años la raza humana en su totalidad lo desarrolló, lo usó, lo afinó y lo aplicó hasta alcanzar hoy día posibilidades de entendimiento que no ha logrado otro ser sobre la tierra. Al grupo de vanguardia, que señala las metas a seguir y a cumplir, se le llama “los intelectuales”, y éste concepto, aunque la palabra deriva del primero, es uno totalmente opuesto. Se aplica a una elite que se especializa en pensar.
Yo pertenezco a esa elite.
Al principio mi deleite de niño era caminar desde mi casa hasta la calle principal de la ciudad de Santo Domingo, visitar las librerías que había allí, y buscar los folletos de cuentos para niños, que me atraían enormemente, con dibujos de reyes, príncipes, hadas y gnomos. Más tarde fueron los “muñequitos” y los folletos con traducciones de novelas de “cowboys” y de “detectives y bandidos”. Yo era un fanático asiduo de la revista argentina “Billiken”. Me encantaba leer las biografías de los grandes personajes de la historia, la literatura y las ciencias que encontraba en sus páginas.
Me entusiasmaban enormemente las asignaciones de lectura de las obras de los clásicos españoles y el requerimiento de preparar un trabajo sobre éstas, que nos hacía la profesora de literatura de primaria, Mrs. Polanco. En esas evaluaciones literarias comencé a desarrollar mi sentido crítico sobre todo lo que leo, que hoy me ha servido para hacer los análisis que he publicado en revistas literarias y en las páginas culturales de algunos periódicos. Todavía guardo uno de los trabajos que hice entonces, sobre la novela El capitán veneno de Pedro de Alarcón, que demuestra una gran agudeza en la apreciación de la obra hecha por un alumno de doce o trece años.
Me he convencido de que fui un niño prodigio. Es cierto que nadie se dio cuenta de esta virtud, ni siquiera yo mismo. Nadie me lo señaló ni me alabó por eso. Nunca sentí que lo que hacía me preparaba para realizar un trabajo con algún valor intelectual o estético.
—Es una obligación traer buenas notas —me decían papá y mamá cuando venía a casa con mi medalla de honor por haber sido, durante esa semana, el mejor alumno en matemáticas, literatura o ciencias.
A partir del sexto año de primaria, se formó en el curso un grupo de alumnos que rivalizaba por obtener esas medallas. En retrospectiva, debo admitir que esa condición temprana de competitividad intelectual me ayudó a superarme cada vez más, y sobre todo, a sobreponerme a mi susceptibilidad acomplejada de individuo incapaz de vencer a sus “enemigos” físicamente más fuertes. Sin embargo, este convencimiento no lo demostré de manera obvia o decidida; todo lo contrario, siempre me manejé de manera solapada, haciendo un esfuerzo tremendo para demostrarme a mí mismo y para probar a los demás mi superioridad intelectual por encima de las confrontaciones brutales de los más fuertes o de las intrigas evidentes o soterradas de los demás. Esto ocurre hasta el día de hoy.
La poeta Argelia Aybar, del Ateneo Insular, el grupo literario al que pertenezco, manifestó, respondiendo a un momento de sinceridad que tuve con ella en un intercambio de páginas por Internet: “…tiene Ud. una agudeza que raya en la parapsicología... He notado su modo de conducirse (en las reuniones del Ateneo. N. del A.) y más que un caballero, ahora lo puedo nominar como un gran espectador del panorama…”
Mi caballerosidad es el arma que he desarrollado para combatir a los demás. No es un fraude, es auténtica.
Mi capacidad analítica y evaluadora como espectador, distanciándome de los otros en contactos diarios o intermitentes con ellos, es también auténtica; es otra arma que he concebido para no dejar que los demás me lastimen.

Con relación a los aspectos estéticos de mi obra, tengo algunas percepciones que debo analizar más, para profundizar en ellas.
Es sabido que el hombre tiene preferencias y conforma valores, incorporándolos a la cultura que crea. El hombre decide lo que le gusta y lo que no le gusta, lo que debe hacerse y lo que no; lo que le conviene y lo que no le conviene. Las razones que el hombre tiene para esa selección son múltiples y dependen de muchos factores; lo importante es que la hace, y el hecho establece diferencias fundamentales entre los distintos grupos étnicos. En las civilizaciones y culturas que existen actualmente sobre la tierra se ha llegado a un refinamiento en esa selección que va desde los aspectos materiales en la percepción del mundo, hasta los aspectos trascendentales en el entendimiento de éste.
Entiendo que yo no escapo a los cánones y a las influencias que se han establecido en la época actual para producir literatura. A la pregunta que me hizo René Rodríguez Soriano para una encuesta que publicó por Internet en la página web de LIBRUSA (1): “¿Sientes que hay un gran distanciamiento, en lo formal y en lo conceptual, entre tus novelas más recientes (Serenata y Balance de tres) y las primeras que publicaste?”, respondí lo siguiente:
“En lo formal, definitivamente. Cuando comencé a escribir en 1986, el modelo que tenía era el de la novela decimonónica con un narrador omnisciente que contaba una historia en secuencia de tiempo y espacio. Fue de las primeras críticas que recibí cuando Tiempo para héroes se hizo pública y fue laureada; ésta, y la crítica al hecho de que me detenía demasiado en contar detalles históricos. En Toda la vida traté de superar las dos críticas. Rompí con la continuidad del tiempo y del espacio, aunque no totalmente; la discontinuidad del tiempo y del espacio que propuse era relativa, ya que un episodio seguía al otro en el tiempo histórico; no así en el tiempo de los personajes. En esta obra evité también describir con demasiados detalles los hechos históricos, aunque en algunos, como en el episodio de la Guerra de Abril, fue imposible no hacerlo. En Serenata y Balance de tres, todo esto cambia. Uso con gran seguridad muchas de las técnicas desarrolladas durante el siglo XX por los grandes narradores europeos, norteamericanos y latinoamericanos. En las dos obras, no menciono el lugar donde se desarrolla ésta, es tan sólo una isla antillana; como propone Kundera; la historia sirve de fondo a emociones encontradas entre los personajes; no hay narrador omnisciente, uso varios narradores en primera, segunda y tercera persona. En Serenata, la técnica de interrumpir la parte narrativa con las interiorizaciones (que llamo “fabulaciones”) no la copié de nadie, me la inventé. Si alguien lo ha hecho también, coincidimos. El énfasis en usar técnicas actuales fue una decisión que tomé, para que, por lo menos por ese lado, mis obras no fueran criticadas en lo adelante, si acaso, alabadas. En cuanto a lo conceptual, mantengo el tema del subdesarrollo dependiente, sin embargo, hay una diferencia entre mis primeras dos obras publicadas y las últimas dos. En las primeras hago más énfasis en los episodios mismos de la historia, los cuales moldean las iniciativas y las decisiones de los personajes; en las segundas, el énfasis lo pongo en las iniciativas y decisiones de los personajes, los cuales moldean la historia y la idiosincrasia del pueblo dominicano. Es una diferencia muy importante que demuestra una mayor sensibilidad de mi parte hacia lo que somos, hacia esa elusiva definición de la dominicanidad que tanto buscamos”.
La estética de un autor va ligada a los conceptos, las formas literarias y las técnicas que emplea. Creo que he enriquecido mi manejo estético según ha pasado el tiempo y me dedico con asiduidad a mi carrera literaria.
Para concluir, soy como un lagartijo al que le cortan el rabo de un tajo y sale huyendo para defender su vida; pero deja el rabo retorciéndose, con vida propia, como protesta por el abuso.
Así es mi obra literaria, una parte mía, auténticamente personal, con vida propia y con sus ribetes intelectuales y estéticos, que dejo abandonada a la apreciación de los demás.
Las preguntas que surgen son:
¿Habrá en esta obra literaria valores intelectuales y estéticos tales que la conviertan en una parte importante de la literatura dominicana?
¿Tendrá ésta interés universal?
En este momento, ustedes, los lectores, son los que pueden responder a estas preguntas.

Gavilleros

SOBRE BALANE DE TRES
Esta novela comenzó con dos personajes que no tenían que ver uno con el otro.
El primero fue el gavillero, o sea, el jefe de una banda improvisada de hombres armados que se opuso a los invasores de su país.
Mi mamá fue criada en la casa de un comerciante de Santiago, la segunda ciudad en importancia de la República Dominicana; pero su verdadera familia quedó en un campo a una buena distancia de donde ella vivía. El primer choque emocional que yo tuve de pequeño fue cuando una señora, amiga de mi mamá, me dijo que la anciana a quien nosotros llamábamos “abuela” y a quien adorábamos, no era nuestra abuela. Corrí a donde mi mamá para que me explicara ese misterio, y ahí supe la verdad. Mi mamá había sido adoptada cuando niña por la familia del comerciante, después que su mamá la dejó con su madrina, la esposa de éste. El motivo del abandono de mi mamá por su verdadera madre nunca quedó claro; pero sí se estableció que yo tenía una cantidad de abuelos, tíos, primos y demás familiares que nunca había visto. Entre ellos había un hermano de mi mamá que jamás conocería, porque estaba muerto. Lo mataron los norteamericanos en la invasión de 1916 a 1924 a República Dominicana. Eventualmente mi tío Herminio, el gavillero, era mencionado en mi casa como uno más de los parientes de la multiplicada fauna familiar que nos visitaban y que nosotros visitábamos.
Este tío quedó fijo en mi imaginación, hasta que, ya inmerso en mi carrera literaria, decidí escribir su historia.
Como hago a menudo cuando juego con la idea de un personaje en su época, inicié la delineación de su personalidad sin muchas averiguaciones, con una escena en la que el gavillero se levantaba después de hacer el amor con una de sus mujeres. El personaje que emergió fue un hombre preocupado por el destino de su país, un hombre incrédulo, que contaba tan sólo con su inteligencia y su intuición para sobrevivir en su lucha contra los enemigos que habían ocupado el territorio dominicano.
Cuando decidí incluir a Herminio como el tercer personaje de Balance de tres, comencé a indagar su historia entre los primos, puesto que mi mamá, ya desaparecida, no nos la contó con detalle. Así me enteré por mi prima Luta, que Herminio había sido soldado de la Guardia Republicana, el ejército que supuestamente debió enfrentar la ocupación norteamericana; que fue de los pocos que peleó contra los norteamericanos y que, cuando no pudo vencerlos, se refugió en los montes; que estaba casado con una joven llamada Marcela a quien amó apasionadamente; que Rosa, su mamá (y mi verdadera abuela materna), no quería que él formara parte de los grupos de gavilleros que enfrentaron a los norteamericanos. Empujada por este empeño, mamá Rosa colocó a sus dos hijas más pequeñas con sus madrinas y se fue tras Herminio para obligarlo a renunciar a su lucha. De esta manera conocí la razón por la que mi mamá fue abandonada por su madre. Son de los secretos que las familias ocultan, descubierto por mí, sin siquiera procurarlo.
En Balance de tres, Herminio es, en esencia, un personaje inventado, el patriota que enfrenta a sus enemigos y desconfía de las creencias supersticiosas de los campesinos que lo rodean, producto de las religiones sincréticas que su pueblo acoge. Con la experiencia urbana que él ha adquirido en el servicio militar, comprende que en su país vienen cambios que no serán disfrutados por el pueblo porque los explotadores de siempre se cebarán para esquilmarlo, aprovechando la ignorancia y la desinformación intrínsecas a estas creencias. Sin embargo, al final, el gavillero entiende que para acercarse a su pueblo tiene que aceptar a éste como es.
Para novelar este personaje del gavillero, aproveché los datos mínimos que obtuve en la familia sobre mi tío Herminio y, en homenaje a él, le di su nombre; así mismo, mantuve los nombres de mamá Rosa, mi abuela, y de Marcela, su esposa.
El segundo personaje que quise novelar fue la joven rica, de carácter independiente, que llamo Teonil en Balance de tres.
Este personaje comenzó a surgir cuando otra parienta, mi prima hermana Antonia, me pidió que preparara las semblanzas de varias damas de la alta sociedad dominicana, a la que una entidad filantrópica quiso rendirles tributo por las iniciativas que tuvieron a favor de esa entidad. Entre estas damas estaba el arquetipo de mi personaje Teonil.
Mi prima me entregó una cantidad enorme de información sobre esta dama: una biografía resumida, fotografías de ella en su juventud y revistas de principios del siglo XX, durante la ocupación norteamericana, en las cuales ella colaboró como viñetista. Además, estaban las anécdotas sobre ella que se pasaban de boca en boca; de su personalidad desquiciante; de su formación en Europa; de su matrimonio en el cual ella se diseñó su propio vestido y fue detenida por los sacerdotes en la puerta de la Iglesia porque llevaba los hombros y las espaldas descubiertos; del pastel de boda confeccionado en la cocina de su casa, tan grande, que hubo que desmontar la puerta y romper las paredes alrededor de ésta, para poder sacarlo.
Ustedes no encontrarán estas anécdotas en mi novela. Mi personaje Teonil no es esta dama, pero a ella la imbuí de su espíritu feminista de mujer decidida a hacer cambios en su sociedad de acuerdo a lo que sucedía en el mundo europeo donde se había cultivado, que entraba ya en una etapa postindustrial.
Mi personaje Teonil, sin embargo, tiene un recuerdo de infancia que la humaniza y la obliga a realizar acciones incompatibles con su personalidad recia, de mujer arrolladora. Este recuerdo es como un fetiche que ella no puede abandonar y que la atormenta, porque se le hace imposible precisarlo. Se trata, en definitiva, del elemento en su personalidad que enfrentará sus pretensiones personales y la guiará hacia la comprensión de una dimensión comunitaria y social, que ella, finalmente, descarta.
El tercer personaje de Balance de tres es producto de mi imaginación; es decir, no tiene contraparte real. Quizás sea un alter ego mío, alguien que a mí me gustaría ser. Se trata del activista político de ideología nacionalista, que creyó más en la pureza de su utopía que en la realidad maquiavélica en que vivía. Sin embargo, le di a Nilo características distintas a personajes similares que he trazado en otras de mis novelas. Nilo es, hasta cierto punto juguetón e irresponsable. Su actitud frente al riesgo es la de un hombre sin miedo, proclive a cualquier iniciativa aventurada. Igual que el combatiente griego Aquiles, Nilo está consciente de que es inmune al peligro por una visión que tuvo cuando niño, en la que la Reina de las Aguas le presentó a Dios, y Éste le concedió ese don. Su debilidad está en su fortaleza, es decir, en creer que todo le saldrá bien porque lo acompaña la Reina de las Aguas y está protegido por Dios.
Con sus iniciativas arriesgadas para rescatar al país de los invasores que lo esclavizan y de los caciques autoritarios que lo llevaron a la catástrofe, Nilo será el eslabón que unirá a los tres personajes.
En Balance de tres el tema de la lucha por sobreponerse al subdesarrollo, o más precisamente, la activación de la utopía que aspira al desarrollo, que he tratado anteriormente en mis novelas, adquiere un carácter más personal, más íntimo, debido a la naturaleza de los personajes principales. Estos personajes representan una trilogía de cualidades que son intrínsecas al logro de la utopía que ellos propician. Igual que en la Trinidad cristiana, la unión o identificación armoniosa de sus partes es el requerimiento indispensable para alcanzarla.
Es evidente que estos personajes no están contrapuestos de manera casual en la novela. Pienso que para lograr el desarrollo de un pueblo, es necesario que éste produzca ciudadanos creativos con ideas que beneficien a su país, activistas que impulsen estas ideas, y gente receptora que se beneficie conscientemente de éstas. El equilibrio entre estas fuerzas hace que se logre el resultado deseado. En Balance de tres, Teonil es el personaje creativo, Nilo el activista y Herminio el receptor. La falta de coordinación entre las pretensiones de estos tres personajes lleva a la decepción trágica del final y tiene como resultado el fracaso de la utopía

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