Thursday, September 23, 2010

04 La narrativa y su reto de internacionalización





LA NARRATIVA
Y SU RETO DE INTERNACIONALIZACIÓN


Encuentro de escritores
Coloquio PERSPECTIVAS LITERARIAS ANTE EL NUEVO MILENIO
Feria Regional del Libro, Santiago, 1998

Por Manuel Salvador Gautier

Comenzaré mi participación con una aparente perogrullada: la narrativa siempre ha sido internacional; la que no lo ha sido es la narrativa dominicana, es decir, la narrativa que se ha producido y se produce en la República Dominicana, en español, en consonancia con nuestro acervo cultural y nuestra identidad, con distribución en países de habla hispana y traducciones a otros idiomas para darla a conocer donde el español no se habla.
La novela paradigmática, por supuesto, es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, cuya internacionalización se remonta a la Edad de Oro del siglo XVII. Con el Quijote se impuso el género novela, que sufrió transformaciones según cambiaba la relación autor—lector y se pasaba de un universo literario patrocinado por elites intelectuales a uno de masas educadas, bombardeadas por el mercadeo y los intereses temáticos de las grandes y pequeñas casas publicadoras.
La narrativa europea del siglo pasado recorrió casi todos los países del mundo, y mantuvo su hegemonía, bien adentrado este siglo. Mi maestra de literatura en la primaria (hablo de a mediados de los 40) nos exigía que preparáramos informes sobre El capitán Veneno del español Pedro de Alarcón. Para esa misma época, yo era un asiduo lector de los franceses Julio Verne y Alejandro Dumas, también del inglés Walter Scott y del ruso León Tolstoy. Nunca se me ocurrió leer las novelas del dominicano Rafael Damirón, que veía en los estantes de la biblioteca de mi padre, sobre todo una llamada Revolución, que siempre me llamó la atención por su portada roja con unos dibujos muy dramáticos de hombres armados enfrentándose. ¿Por qué esa preferencia por la lectura de las obras extranjeras y la postergación de las criollas?
En los Estados Unidos, donde estudié la secundaria, aprendí a gustar de los norteamericanos John Steinbeck, William Faulkner y Ernest Hemingway, todos traducidos y divulgados por el mundo. Sin embargo, a pesar de mi obvia inclinación por los extranjeros en esa época, leí La mañosa de Juan Bosch, en Nueva York, a escondidas, para que nadie se diera cuenta de que lo hacía. ¿De dónde vino este interés insólito por una novela dominicana?
Las respuestas a estas preguntas son muy simples.
A la primera: no me interesaban las obras dominicanas porque el sistema de educación de entonces ponía énfasis en la narrativa extranjera. Se consideraba que lo único que valía de nuestra novelística era el Enriquillo de Manuel de Jesús Galván; el resto no valía nada.
A la segunda: me interesé por la obra de Bosch, porque era un autor prohibido por la Dictadura, y leerlo significaba un brinco cualitativo en mi concienciación política, en los momentos en que héroes dominicanos preparaban las expediciones de Cayo Confites y de Luperón.
Esta mentalidad ha subsistido hasta el día de hoy, con algunos cambios, sobre todo a nivel universitario, donde la narrativa dominicana se divulga y analiza entre entendidos. Hacia el público hay poca proyección, a pesar de los esfuerzos que hacen espacios culturales en distintos periódicos y revistas. La narrativa dominicana interesa sólo cuando está rodeada de situaciones especiales. Me explicaré.
Pregunte a cualquier dominicano con conocimientos literarios cuáles son las novelas más destacadas de los últimos tiempos. Señalará probablemente a Sólo cenizas hallarás de Pedro Vergés, porque ganó dos premios en España. Hablará de Los que falsificaron la firma de Dios de Viriato Sención, por las intimidades que describe sobre el ex presidente Balaguer y su familia. Incluirá a En el tiempo de las mariposas de Julia Alvarez, una obra traducida del inglés, con un tema dominicano. Sin embargo, a novelas extraordinarias, como El reino de Mandinga de Ricardo Rafael Rivera Aybar, nadie las conoce, aunque ganen premios codiciados, en este caso, el Premio Siboney de novela, ya desaparecido.
De aquí entendemos que hay dos situaciones que dan reconocimiento a la obra literaria dominicana en nuestro país: cuando ésta viene avalada desde el extranjero o cuando su tema es sensacionalista o político. Si el reconocimiento es por sus propios méritos, al mes de publicada ya nadie se acuerda que existe... y estamos como el cuento del huevo y la gallina. ¿Qué va primero, el reconocimiento local o el internacional? ¿Quién debe descubrir los valores de la obra de un autor dominicano, los criollos o los extranjeros? ¿Quién debe promoverla, hacerla llegar a todas partes?
¿Qué orientación debe darse a los narradores dominicanos en el umbral del siglo XXI para que sus obras tengan reconocimiento internacional?
Ése es el tema de este coloquio.
Voy a disgregarme un poco, tocando asuntos que aparentemente no tiene que ver con la novelística dominicana y su internacionalización.
Recientemente fui a ver una obra de teatro titula Mistiblú de un autor puertorriqueño, que, según él mismo confesa (lo leí en el programa o en algún artículo publicado sobre ésta), decidió dejar el "aplatanamiento" del que sufrían sus obras anteriores, es decir, abandonar los temas locales, para escribir una obra universal, y escogió a tres personajes supuestamente archiconocidos: Casanova, el amante italiano; un marqués francés, nicromante y alquimista, cuyo nombre no recuerdo; y Madonna, la cantante norteamericana. Una obra magnífica que, para mantener su carácter universal, debió ocurrir en un lugar no identificado, pero está absurdamente localizada en Puerto Rico, parece que por un prurito final del autor por no abandonar del todo a su país. No sabemos qué hubiera ocurrido con la obra si el autor, manteniéndola caribeña, escoge al "playboy" dominicano Porfirio Rubirosa en vez del italiano Casanova; sustituye al marqués francés con Papá Doc Duvalier, el dictador y brujo haitiano, y pone a una de las dinámicas y despampanantes "vedettes" puertorriqueñas, por la norteamericana Madonna.
¿Es el "aplatanamiento" lo que impide que la obra dominicana no sea valorada a nivel internacional?
Es curioso que una de las mejores obras teatrales de Eugene O'Neil, Emperor Jones, reconocida internacionalmente por su fuerza dramática y que, en su puesta en escena, incluye el sonido de un tambor durante la recitación entera, se inspira en la caída de Henri Cristophe, el rey haitiano. O'Neil puede realizar obras universales con temas caribeños, pero los antillanos tienen que recurrir a temas internacionales para lograrlo. ¿Debemos aceptar esta inversión de identidad? ¿Por qué O'Neil "vende" lo caribeño, mientras que los mismos caribeños no pueden hacerlo?
Uno de los grandes problemas por los que pasa la cultura dominicana en la actualidad es que, mientras el sociólogo Dagoberto Tejeda realiza esfuerzos ingentes por hacer reconocer el valor de las sub—culturas locales que dieron base a nuestra identidad, los músicos populares, y hasta los cultos, se orienten hacia la adaptación o propagación de la música norteamericana. Vi y oí por TV el concierto que dirigió el maestro Amaury Sánchez tocando música de películas norteamericanas y quedé estupefacto. Allí estaba un elenco de artistas dominicanos cantando en inglés como si vinieran de los antros más exigentes de la metrópolis, y allí respondían los músicos a la batuta del maestro dominicano con una precisión fascinante. Me alarmé por un momento por el desastre que este espectáculo significaba para nuestra cultura. Luego pensé que los cantantes y músicos lo que hacían era demostrar que podían competir con los extranjeros, con igual calidad y en su propio campo, algo que, en la narrativa, ha ocurrido muy pocas veces.
Con la música se da otro fenómeno: nuestro merengue, que comenzó en un piso de tierra en un campo perdido de la frontera dominico—haitiana, está ahora en los "boites" y auditorios de Colombia, Ecuador, Venezuela, y hasta Chile, por no hablar de Nueva York y Miami. Wilfrido Vargas lo mantiene aún con características autóctonas, pero Los Ilegales lo transformaron en "merenhouse". ¿Podrán los autores dominicanos "merenguizar" nuestra narrativa? ¿Son nuestras sub—culturas temas apropiados a la internacionalización, o las tendremos que adecuar como Los Ilegales, meterles un poco de "house", aunque en el intento desfiguremos totalmente nuestra identidad?
¿Significa la internacionalización de la narrativa dominicana un cambio de identidad para sus autores o vendrá de un cambio de identidad de los dominicanos?
Pienso que el reto de internacionalización a la narrativa dominicana, especialmente, a la novelística, requiere que los autores definan:
1) a quién va dirigida la obra
2) qué temas tratar
3) de qué manera presentarla
Esto, en forma consciente, porque inconscientemente, eso es lo que hace todo autor. Pongamos un ejemplo:
Gabriel García Márquez dirigió su obra a los colombianos, pero resultó que interesó a todos los hispanoparlantes, luego a los cultores de otras lenguas. Los temas que usó concretizó una nueva forma literaria, el realismo mágico. Su estilo causó furor por la pureza del lenguaje y lo ameno de su estructura.

¿Por qué ocurrió esto a García Márquez de Cien años de soledad y no a Rivera Aybar de El reino de Mandinga?
Resulta que en América Latina existe un mecenazgo cultural internacional, dominado por el eje México—Cono Sur, que toma muy en cuenta la producción de países como Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador, no tanto la de los centroamericanos y menos la de los caribeños. ¿A qué se debe esto? A prepotencias nacionales, a dominio de casas publicadoras y a la accesibilidad a un público, llamémoslo "masivo" por la cantidad, comparado con el nuestro. Pedro Henríquez Ureña, producto de la cultura dominicana, reconoció esta situación, que data del siglo pasado, e hizo su obra fuera de nuestro país. Ni siquiera se asentó en Cuba, que, en este siglo, ha podido penetrar este eje con escritores como Alejo Carpetier.
En definitiva, existen lugares donde hay mercados para las obras literarias. En nuestro país no lo hay.
Lo doloroso es que tampoco hay críticos ni editores que logren llevar la obra dominicana donde esos mercados existen. No se invierte en la obra dominicana porque no produce beneficios por marginada, y permanece marginada porque no se invierte en ella.
Son muchas las veces que he oído proponer que las embajadas dominicanas deberían tener un agregado cultural que se ocupe de propagar nuestra literatura. Lo considero un buen paso, pero no el único, ni el definitivo. Creo que hay que hacer más. Hay que interesar a editores y propagadores internacionales para que se ocupen de la obra dominicana. Esta posibilidad peregrina existe. Invitada por el Centro Cultural Hispánico (hoy, Español), pasó por nuestro país la novelista Rosa Regás, que trabaja para Editora B, de Barcelona. Por aquí ha estado varias veces Mario Vargas Llosa, que no es editor, pero que conoce a muchos de éstos. República Dominicana no es desconocida por el mundo literario internacional; simplemente, es ignorada, por el poco esfuerzo que demuestra en integrarse a la internacionalización. Considero que, de la misma manera que se hace "lobismo" en el Congreso Norteamericano para lograr que pase una ley a favor de los inmigrantes hispanos, hay que hacerlo en las casas publicadoras mejicanas, argentinas y españolas para que publiquen obras dominicanas. ¿A quién le toca esta responsabilidad? Los autores dominicanos, aislados en grupos y críticos unos de otros en una competencia estéril, no lo pueden hacer. Quizás si se unieran con este propósito se lograría, pero, ¿quién los une?
Deben unirse también para lograr que se imponga el mecanismo de depuración de la obra, que realiza el editor, el personaje que en países como Estados Unidos, recibe la obra seleccionada por la casa publicadora y le señala al autor dónde se repite, se desvía, se contradice, abunda, divaga, crea personajes innecesarios, etcétera. En ocasiones hasta puede sugerirle que cambie un capítulo en su totalidad. El autor está demasiado metido en su obra para darse cuenta de algunas de estas situaciones. En nuestro país hay que recurrir a amigos literatos para que lean nuestra obra y digan si tiene valor. La mayoría de las veces éste acepta el encargo con cierta reticencia, para evitar perder al amigo, si encuentra gazapos que señalar.
Muchos intelectuales, sobre todo, los más jóvenes, confían en que la novelística dominicana será salvada por la postmodernidad, esa madre amplia que acoge en su seno a cientos de imágenes extrapoladas, pero, ¿realmente lo hará?
Veamos.
La postmodernidad no es una criatura que nace, radiante, de la nada. Es el resultado de las experiencias anteriores inmediatas y de los cambios técnicos, científicos, culturales, económicos y demás, que se han dado últimamente en la interminable cadena evolutiva de la humanidad. En las artes y la literatura, es un recurso de las nuevas generaciones para demostrar que son diferentes a las anteriores, que tienen algo nuevo que aportar, aunque se utilicen los mismos medios. Mientras más tiempo transcurre, más nos damos cuenta que la novedad de la postmodernidad radica en la expresión: una nueva manera de expresarse en la literatura, en las artes plásticas. En general, una respuesta a las situaciones que provoca el mundo globalizado de hoy.
¿De qué manera este sentido de expresar la actual forma de vivir puede afectar la obra literaria dominicana y llevarla a interesar internacionalmente?
Hay confusión entre los literatos.
Hoy se nos dice que la literatura latinoamericana tiene que pasar de la denuncia a la intimidad. No sé quién lo dice, o quién nos lo dice. Estamos tan acostumbrados a ser sujetos de los dictámenes internacionalistas que acatamos estos dogmas y criticamos y conformamos nuestra producción en función a éstos.
No nos estudiamos a nosotros mismos. No nos criticamos en base a lo que somos, sino en base a cómo quisiéramos que nos vieran. En la vanguardia. En la postmodernidad. Pero ya expliqué que la postmodernidad no es un juego de palabras. Nosotros seguimos siendo un país subdesarrollado, tercermundista, afrohispánico y caribeño, que debe proveer servicios de playa, sexo y sol para los turistas del primer mundo, y ofrecer bajos salarios para las empresas de ese mismo mundo.
La literatura la podemos utilizar para simplemente ilustrar esta situación, para desconocerla e identificarnos con lo que no somos, o para tratar de cambiarla. Es nuestra potestad.
El hedonismo de los países desarrollados, que imponen las filosofías postmodernistas, debemos verlo con cierta ojeriza; pero entonces, entramos en contradicción con la internacionalización, porque ésta es avasalladoramente primer mundista, atropelladoramente autoritaria. Son ellos los que tienen los grandes mercados literarios y son ellos los que imponen los temas que les place difundir. ¿Por qué les va a interesar que denunciemos los abusos de las fabricantes en las zonas francas, la desarticulación de nuestras sub—culturas o los atropellos de sus ejércitos en las pequeñas naciones?
He dejado de último el problema más crítico de la novelística dominicana: la escasez de obras y de autores.
Como no hay estímulos, los narradores se vuelcan en el cuento, participando en concursos literarios como los de Casa de Teatro y Alianza Cibaeña, donde, aunque queden en cuarto o quinto lugar, son publicados. El premio de novela de la Secretaría de Educación y Cultura no garantiza al ganador que será publicado y, aún menos, que será difundido. Quizás por no buscarse un enfrentamiento con los autores descalificados, no se señalan las novelas preseleccionadas por el jurado para competir por el premio, lo cual les daría reconocimiento cuando se publiquen. Considero que la Secretaría de Educación y Cultura debe hacer un contrato con una casa publicadora española, mexicana o argentina, que asegure la difusión de las obras ganadoras a nivel internacional. Las casas publicadoras nacionales protestarán, por entender que están preparadas para hacerlo. Si lo están, ya sea combinándose con una publicadora internacional o haciendo la inversión para realizar la difusión ellos mismos, mejor. Esto no garantizará el éxito internacional de la obra, pero por lo menos la pondrá en las librerías de todo el mundo hispanoparlante.
Para darnos a conocer, uno de los medios sería estimular a los narradores a participar en premios internacionales de novela. El premio internacional patrocinado por León Jimenes, que garantiza la publicación y la difusión al ganador, es un buen estímulo para los escritores dominicanos, poniéndolos a competir con los cubanos y puertorriqueños. Está el conocido y reconocido premio de Casas de las Américas, en Cuba. En España abundan. Los hay también en México y en el Cono Sur. Sin embargo, de éstos últimos, la mayoría de los narradores desconocen sus bases, cuándo son, qué debe hacerse para participar. Aquí, de nuevo, una unión de narradores podría suplir la falta.
Creo que tengo ya el tiempo limitado para seguir tratando otros aspectos del problema. Terminaré diciendo que confío en la creatividad y en la inteligencia de los autores dominicanos. Confío en que entienden el reto que significa lograr darse a conocer a nivel internacional.
En una presentación de un libro que hizo recientemente el novelista puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, defendiendo la posición de mantener la lengua española en las aulas de su país, dijo lo siguiente:
"Contrariamente a lo que piensan algunos personeros del Gobierno (de Puerto Rico, n. del a.)... a lo universal se llega desde lo nacional.
"No se va a París si no se ha ido a Luquillo... Que no se crea ningún niño puertorriqueño que somos huérfanos por la dimensión geográfica (porque) la brevedad geográfica no es una cárcel sino una situación de espacio que se puede superar."... (1)
El reto a los autores dominicanos frente a la internacionalización es, entonces, valorizarnos nosotros mismos, despojarnos del complejo de que lo extranjero es mejor y lanzarnos en la definición de una estrategia que integre a todos los grupos literarios para crear un mercado local de calidad que repercuta a nivel internacional. Ése es el requerimiento idealista. El materialista es lograr que los autores dominicanos puedan dedicarse a tiempo completo a su obra, viviendo dignamente de ésta; e identificar en el extranjero los editores que obtendrían beneficios con la publicación de la obra dominicana. En el proceso, discutir qué significa la postmodernidad, el requisito obvio de la contemporaneidad internacional, y determinar si en la República Dominicana podemos orientarla hacia nosotros, y hasta transformarla.

(1) "Los puertorriqueños serán 'nilingües', afirma el escritor Luis Rafael Sánchez". Listín Diario, Lunes, 22 de septiembre de 1997, p. 18 B, Sección El Mundo.

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