Wednesday, September 15, 2010

14 Cuentos cortos: El hombre equivocado


EL HOMBRE EQUIVOCADO
Febrero 1991

Por Manuel Salvador Gautier


Llegó el alemán. Era un hombre largo, de mirada honesta. Lo más curioso: parecía un hombre de la sierra, con su piel rugosa y colorada, sus cabellos medio melaza, medio amarillos, y sus medias palabras, que no se entendían. Claudio, uno de nuestros técnicos, fue a recibirlo al aeropuerto de Santo Domingo y lo trajo en la camioneta. El hombre le enseñó la comunicación de la institución alemana, que, asumimos, lo acreditaba como el técnico forestal solicitado por nosotros, y Claudio cargó con él, sin conversar mucho, porque el diálogo era casi imposible. El alemán sólo hablaba alemán, lo cual creaba la dificultad.
Me lo trajeron, porque también decía algunas cosas en inglés, y yo lo hablaba un poco. Con señales más que con palabras, le di a entender que era bienvenido, que deseábamos mucho su asistencia técnica y que estábamos en el punto del programa de reforestación en que su orientación profesional nos sería de enorme ayuda. En esa época, estaba comenzando el Plan Sierra en las lomas de Jánico y San José de las Matas, en la cuenca del río Bao, y habíamos conseguido el financiamiento y la asesoría técnica de varias entidades extranjeras, que colaborarían con nosotros para llevarlo a cabo. El alemán llegó a las sierras, lo instalamos, lo acomodamos y nos dispusimos a sacarle el jugo. Lo metimos por las lomas para que evaluara la situación y nos diera las recomendaciones de lugar. Sabíamos que las condiciones forestales en las sierras eran graves. En una época habían sido montes bravíos; pero con el tiempo, fueron devastadas, y ahora servían de pasto a un ganado escaso y daban subsistencia a una población depredadora, ignorante de lo destructivo de su acción, agobiada por la pobreza y orientada hacia la emigración, dentro o fuera del país.
Pasó el tiempo. El alemán anduvo para arriba y para abajo, vio, miró, evaluó y, en su español escaso, aprendido a la carrera, y su inglés poco exacto, nos presentó ideas imprecisas que no tenían nada que ver con lo que queríamos. Nuestros técnicos comenzaron a desesperarse, a lamentarse; pensaban que nunca se entenderían con el alemán. Yo tenía suficiente experiencia manejándome con organismos internacionales para saber que, en ocasiones, mandaban técnicos muy bien preparados, que fracasaban por aferrarse a modelos exitosos en otros países con escasa aplicación a los países donde estaban. El alemán se perfilaba como uno de ésos, y comenzamos a presionar, para que produjera lo que realmente necesitábamos; pero mientras más lo presionábamos, menos nos entendíamos.
—Este señor no sabe nada de reforestación —manifestó Claudio en una ocasión.
Al fin, el hombre se presentó preocupado a mi despacho, quería hablar conmigo. Su mirada honesta era ahora un amasijo de sentimientos.
—Yo no ser forastero —me dijo.
Entendí que me hablaba de discriminación, de una situación en que él se sentía que lo atropellaban por no ser del lugar. El hombre quería que lo tratáramos como a uno de nosotros. Aunque eso era imposible, porque él era extranjero, y por serlo, no iba a zafarse de hacer lo que tenía que hacer.
—Usted es forastero —le dije—. Sin embargo, aquí lo hemos tratado como a todos. Sólo le pedimos que nos entregue el trabajo que vino a hacer —no quería que me exigiera privilegios, tampoco que se valiera de una supuesta discriminación para no hacer lo que debía.
—No. Usted no entender. Yo no ser forastero —insistió el alemán.
Era una niñada... ¿o no? ¿Qué era realmente lo que quería decirme?
Noté su afán, su mirada honesta. Sentí que debía hacer un esfuerzo mayor para comprenderlo; quizás éramos nosotros los exigentes. Hablé con él en nuestro lenguaraje de español, inglés y alemán, hasta que capté el asunto. Lo que trataba de decirme era que él no era técnico forestal, como nosotros habíamos asumido, sino arquitecto paisajista, una profesión muy ligada a los bosques en lugares como Alemania.
¿Cómo nos habíamos equivocado de esa manera?
Me quedé mirándolo. Después de tanto afán para conseguir esta asistencia técnica, iba a ser un desperdicio; mas primó nuestro interés por sacarle el jugo a sus conocimientos. Encontramos una solución. En el terreno baldío que el Plan Sierra tenía pegado al pueblo de Jánico, creamos el Parque Botánico del lugar. ¿Tú lo conoces? Ve a verlo. El Plan puso los terrenos, el alemán lo diseñó, y los munícipes buscaron el financiamiento. Con dinero de los dominicanos ausentes, porque no se consiguió con los organismos internacionales que nos ayudaban en el Plan Sierra.

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