Wednesday, September 22, 2010

21 Cenizas del querer, de Emilia Pereyra



Madre e hija

MÁS FUERTE QUE LA PASIÓN ES EL CASTIGO

o LA SOBREVIVIENTE

Comentarios sobre la novela Cenizas del querer, de Emilia Pereyra
Presentación en la puesta en circulación de la Segunda Edición
Jueves 13 de abril de 2007 en Centro Cuesta del Libro

por Manuel Salvador Gautier

Emmanuel Kant (1724-1804), el padre del agnosticismo moderno, al enfrentar el problema de la ética y la moral, se pregunta: “¿Qué sería necesario para que los imperativos éticos y morales tengan algún sentido? Él responde: tiene que haber justicia; el malo debe ser castigado y el bueno recompensado”. Determina que la justicia en el mundo es imperfecta y llega a la conclusión que, “aunque no podamos saber con certeza si Dios existe… debemos vivir como si Él existiera, de otra manera los imperativos éticos y morales carecerían de sentido” (1). Son tesis que se propusieron con el fin de sustentar lo evidente: para convivir adecuadamente con los otros hombres, el hombre requiere de algún continente moral y ético. En el mundo actual, sin embargo, se están presentando enfoques sobre la moral y la ética que dejarían asombrados a Kant y a los tantos otros filósofos que, antes y después de él, trataron este discurso. Según estudios realizados en las últimas décadas, la ética es una característica que todos los seres humanos traen en sus genes. El biólogo Edgard O. Wilson, en 1975, fue el primero en proponer que los conceptos morales que hoy conocemos los humanos evolucionaron en los primates como reglas conductuales esculpidas por la evolución. Este debate conceptual, que comenzara siglos atrás con filósofos y teólogos (recordemos que las conquistas de África y América por los europeos se hicieron bajo la convicción de que los aborígenes no tenían alma), lo mantienen ahora los biólogos que “mediante la observación y el análisis de la conducta, tanto aprendida como la determinada por los genes, han descubierto los bloques de leyes que formaron el primer ensayo sobre el desarrollo de normas morales en los seres humanos” (2).
En la novela Cenizas del Querer, de Emilia Pereyra, que fuera semifinalista del Premio Planeta de España, se debate la legitimidad de ciertas reglas morales que obligan al hombre y a la mujer a realizar acciones en contra de su naturaleza, específicamente, aquellas que tienen que ver con sus relaciones sexuales.
El lugar de la acción es Azua de Compostela en la época de los 60 a los 70, cuando los cantantes populares Raphael (“Yo soy aquel”) y Sandro (“La novia”) conquistaban las masas de jóvenes de Latinoamérica con sus voces disímiles y sus cancioneros sentimentales que incitaban a hacer el amor. Se trata de una Azua de profunda raigambre provinciana, donde todas las actividades se paralizan entre las doce del mediodía y las tres de la tarde porque sus moradores duermen la siesta y es una felonía interrumpirlos; donde las actividades son mínimas y sólo hay un ir y venir a la iglesia de vecinas habladoras dispuestas a saborear entre ellas el último chisme, y donde, una que otra vez, se dan incursiones de los miembros de las clases altas al club social, para mantener las apariencias de señores y quedar incorporados a actividades que apenas rompen con el letargo; donde no pueden cometerse pecados, porque la comunidad lo sabrá y comentará, y destruirá las reputaciones de los culpables, que son rápidamente sancionados con el ostracismo social. En esta Azua acomplejada por la intransigencia moral, religiosa y social de sus habitantes, agobiada por su propia inconsecuencia de casas de madera y chozas techadas de paja, atormentada por el calor real y la pobreza material y espiritual, surgen las pasiones que darán forma al drama, pasiones que provienen de las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer.
En la novela de Emilia Pereyra, los cinco personajes principales, Demóstenes, Gloria, Beatriz, Divina Pastora y Florita, sucumben a las tentaciones de la carne y sufren, por separado, un castigo ejemplar en el desamparo final en que viven y, cuatro de ellos, en la forma en que mueren, alejados de la mano de Dios, desposeídos de la razón de vivir, martirizados por la razón que los hizo vivir. Es un castigo que sólo se comprende si nos atenemos a los principios de moralidad del cristianismo actuante. Y es un castigo perentorio, que comienza en la tierra y continúa en el Infierno.
El tema del predominio del sexo sobre los preceptos morales no es nuevo en la literatura universal. Aparece en la literatura del medioevo, del renacimiento y de la edad moderna y contemporánea. Cenizas del querer se inscribe en ese recurso con el cual se reconocen los desacatos contra la moralidad y, dependiendo de las convicciones del autor, estos se repudian, se exponen simplemente, o se critican, proponiendo su sustitución. El listado es largo. Citaremos algunos.
En épocas medievales encontramos la historia de amores espurios entre Pedro Abelardo (1079-1142), filósofo y teólogo escolástico francés, y Eloísa, su discípula. Fue la primera vez en la literatura de la Edad Media, que la vida privada del hombre pasó a un plano preferente, y desplazó todas las hazañas de los guerreros, de los grandes políticos, de los reyes y de los emperadores. Y lo hizo con una historia de unos amores que rompía con los cánones morales de la época (3).
A principios del Renacimiento, se presenta al público La celestina (1499), otra historia de amor clandestino entre dos jóvenes. Al final, Calixto cae accidentalmente de un muro, muere descalabrado, y provoca el suicidio de Melibea, que se arroja de una torre ante su padre. Bajo la óptica de la moralidad de la época, donde hay desobediencia a los padres, ocultamiento, manipulación, disfrute del sexo fuera del matrimonio, y otras indisciplinas, el desenlace de estos amores impuros no podía ser otro (4).
En el siglo XIX, León Tolstoy, en su magistral novela Ana Karenina (1873–1876), considerada entre las veinte mejores novelas escritas, presenta el cuadro de una mujer casada que, a pesar de su lucha interior por combatir sus deseos y, sobre todo, ante la decisión irremediable de abandonar al hijo, sucumbe al amor de un hombre que la asedia, y termina, desesperada, en el suicidio. En otra novela magistral del siglo XIX, Madame Bovary (1857), de Gustave Flaubert, se trata el mismo tema del adulterio, pero presentado como un hecho de conciencia de la mujer que, con el mayor desenfado, enfrenta los cánones morales. Emma Bovary fracasa en su intento de disfrutar la vida por medio del sexo clandestino, y se suicida (5). Es interesante notar que estas novelas, que tratan el mismo tema, lo hacen con enfoques distintos, dependiendo de la sociedad de donde provienen. En la Rusia de Ana Karenina, el momento todavía no ha evolucionado para aceptar la independencia de la mujer. En la Francia de Emma Bovary, comienzan ya los movimientos feministas para que la mujer logre los mismos derechos individuales de los hombres. La novela Madame Bovary se propone como el inicio de la modernidad en la narrativa occidental, ya que expone crudamente la realidad de una situación que, contrario a lo que hacían los dobles moralistas de la época, no había por qué ocultar.
Es notorio que la gran mayoría de estas historias terminan con la muerte de los protagonistas; es el castigo que reciben por su insubordinación a los preceptos morales dominantes.
En el siglo XX, hay infinitos ejemplos de novelas con el tema del sexo, cada cual más cruda, entre las cuales está Lolita (1955), de Vladimir Nabokov, donde un hombre maduro juega con el amor de una adolescente. En el mundo de Humbert, no hay bien ni mal; es un hombre que no siente pesar por sus hechos, que ni siquiera los justifica, que no está totalmente convencido de lo que hace, y que sólo advierte un deseo irrefrenable de conquistar la belleza, y en la belleza, el amor sexual. Es la historia de una obsesión tormentosa por una nínfula que lleva a un hombre a su perdición (6), y es el planteamiento dominante de la época de los 60 del siglo pasado, donde, sobre todo en los Estrados Unidos, no hay conciencia moral y se da la libertad sexual entre los jóvenes y los adultos.
Vemos, entonces que, en el mundo y en todas las épocas, la situación se trata una y otra vez: El hombre y la mujer caen ante la tentación del sexo; antes, con rubores por el pecado cometido; en la actualidad, sin pretensiones de ocultar su pasión. ¿Por qué en países como la República Dominicana estas historias resultan aún en tragedias? ¿Existe una base moral sólida que lo justifique? Emilia Pereyra, en Cenizas del querer, intenta explicar la razón: el riguroso requerimiento moral de los cristianos, que prohíbe las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer a menos que estén santificadas por el matrimonio, es, todavía en nuestro país, un valladar a la conformación de una nueva moralidad, aunque, poco a poco, esta condición está cambiando. La tesis de Emilia Pereyra es que, a pesar de las prohibiciones y el acondicionamiento conductual a que están sometidos los dominicanos, estos han experimentado, en los últimos cuarenta años, un cambio fundamental en la manera en que sustentan su moralidad.
Desde que la civilización occidental asumió la religión que se deriva de las enseñanzas de Jesús, como fueron interpretadas por sus discípulos y manipuladas para adaptarlas al Imperio Romano (Constantino, siglo IV d. C.) y, eventualmente, a la Iglesia Católica, sus integrantes han vivido abrumados por la espantosa disyuntiva de disfrutar o pecar en el acto de amar, de ser y sentirse culpables y recibir el castigo consecuente con el pecado cometido. Antes no fue así. El cuerpo humano era originalmente un instrumento de vida: de supervivencia, primero; de vivencias, después. Durante estas vivencias, los grupos humanos esparcidos sobre la tierra crearon estipulaciones para su convivencia interna, ahora entendemos que estimulados por un requerimiento biológico, además de conductual y cultural. No importa si se trataba de una sociedad primitiva o más avanzada, quien no cumplía con los requerimientos morales era castigado. Como propone Kant, el castigo es la acción que se toma cuando se rompen las reglas. La toma contra el infractor quien tiene el poder para hacerlo.
Los requerimientos de comportamiento moral a nuestra sociedad vienen del conglomerado hebreo, que se consolidó hacia el siglo XX a. C. Cuando los hijos de Abraham, dirigidos por sacerdotes, comenzaron a poblar los territorios en Asia Menor, surgió el castigo colectivo (Sodoma y Gomorra) e individual (la mujer de Lot) contra aquellos que ofendían al Dios que los protegía, un Dios único, Jehová, que había establecido el comportamiento adecuado de sus seguidores en la Tabla de Moisés, donde escribió los diez mandamientos.
Para mantener esas reglas vigentes por los siglos de los siglos, los sabios hebreos redactaron la Biblia, una recopilación de historias que venían de una tradición oral. En el libro Génesis, uno de los primeros en ser escrito (probablemente durante el siglo X a. C.), el castigo es la culminación de la primera historia presentada. Dios crea a Adán, el primer hombre, lo ubica en el Paraíso, nota su pesadumbre por estar incompleto y crea a Eva, la primera mujer. Eva hace que Adán cometa el primer pecado, el original, el pecado de la lujuria, y Dios castiga a la pareja, expulsándola del Paraíso. Según la religión hebrea, el resto de la historia humana trata sobre la recuperación del Paraíso, que los hombres alcanzarán por medio de una vida ejemplar, moral, siguiendo los diez mandamientos escritos con fuego por Jehová en su visita a Moisés, unas disposiciones que resultan, la mayoría de las veces, muy difíciles de aplicar. Dos de estos mandamientos tratan sobre las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer, el sexto: “no cometerás adulterio”; y el noveno: “no codiciarás a la mujer de tu prójimo”. Para los cristianos, esta vida ejemplar lleva a la obtención del Cielo.
Ante las fallas continuas de los hombres y una experiencia de más de un milenio de cristianismo, con pecadores en absoluta mayoría y santos en escasísima minoría, Santo Tomás de Aquino (1227-1274), en su obra Los Pecados Capitales y las Virtudes que los vencen (Virtudes Capitales), enumera los siete pecados capitales (I-II:84:4), entre los cuales está la lujuria. El término "capital" no se refiere a la magnitud del pecado sino a que éste da origen a muchos otros pecados. De acuerdo a Santo Tomás (II-II:153:4) “un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal” (7).
En su primera encíclica dada a conocer en diciembre de 2005, el actual Papa de la Iglesia Católica, Benedicto XVI, habla del amor cristiano, y propone que: “…el eros, puesto en la naturaleza del hombre por el mismo Creador, necesita de disciplina, de purificación y de maduración para no perder su dignidad originaria y no degradar a puro ‘sexo’, convirtiéndose así en una mercadería” (8). Es una aclaración que resume una vez más el comportamiento que se espera de los creyentes cristianos con relación a su pareja.
Este comportamiento no es el que siguen los personajes de Cenizas del querer. Uno por uno, Demóstenes, Gloria, Beatriz, Divina Pastora y Florita, pasarán por alto los preceptos cristianos y adoptarán acciones para gratificar sus deseos sexuales, darán riendas sueltas a sus pasiones carnales y actuarán en consecuencia, sin importarles a quién o a quiénes atropellan, cuáles son las consecuencias de estos actos incontrolados, ni cómo harán para evitar el castigo.
¿Cuál es el aporte de Cenizas del querer al acervo cultural dominicano, y del mundo, en el tema de las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer?
Paso a paso, historia por historia, personaje por personaje, Emilia Pereyra presenta ejemplos conflictivos de comportamientos humanos producto del quebrantamiento de los requerimientos morales establecidos por la Iglesia Católica durante centurias, en el territorio de la República Dominicana.
Está Demóstenes, el macho, jefe de familia, que, por un lado, tiene a la esposa en un pedestal, y, por otro, a la amante en la cama; y que, aunque el hecho esté prohibido moralmente, está convencido de que tiene derecho a disfrutar más de una mujer, siempre y cuando lo mantenga en secreto. El castigo por esta conducta inmoral: este hombre, acosado por una de las amantes, recibirá quemaduras de alto grado que lo harán sufrir una agonía prolongada; logra recuperarse, pero su Némesis lo acecha, y lo asesina ahogándolo con una almohada.
Está Gloria, la mujer independiente, que disfruta enormemente del sexo y que, bajo los cánones morales de la época, sólo le queda la prostitución para realizarse. Tiene una hija que se propone criar, pero su pareja se la quita, y ella, de nuevo, se dedica a la prostitución. El castigo por esta conducta inmoral: Cuando esta mujer decide abandonar la prostitución y buscar la compañía de su hija, ésta no la reconoce como madre. La mujer, ya madura, agobiada por una vida independiente sin más retribuciones que el sexo, se suicida.
Está Divina Pastora, la niña bien criada, rodeada de lujos, educada para brillar en la sociedad, que se enamora perdidamente de un muchacho, y escapa con él, abandonándolo todo. El castigo por esta conducta inmoral: el muchacho eventualmente se hastía del amor de la joven y se enreda con otras mujeres; la joven sufre la traición, hasta que no soporta más la situación en que vive y se suicida.
Está Florita, la mujer abusada, ignorante, desconocedora de sus derechos como ser humano, que es esclavizada por el macho dominador para su disfrute sexual, y que sólo piensa en vengar la afrenta recibida, asesinando al amante. El castigo por esta conducta inmoral: la mujer, apoyada en sus creencias vudú con las cuales se vale para consumar su venganza, seguirá incursionando en la comunidad como bruja, desquitándose por la maldad colectiva; finalmente, es atrapada y apaleada por los vecinos, hasta morir.
Aquí, en Cenizas del querer, como en las novelas universales antes señaladas, la muerte es el castigo final. Se trata de una justicia que no es de este mundo, como la que proponía Kant.
El catálogo de comportamientos humanos presentados por Emilia Pereyra en su novela concluye con Beatriz, la mujer “honesta”, de virtudes insospechadas, fiel seguidora de los dogmas cristianos, dispuesta a ser buena esposa y buena madre, que casa con un hombre que la traiciona y la deja vacía y desorientada. Desilusionada, urgida por los deseos sexuales que siente por un hombre que no es su marido, decide abandonar sus pruritos morales y entregarse al amante, hasta que ya viuda, termina conviviendo con él. El castigo por esta conducta inmoral: la mujer sufrirá el abandono de la hijastra, recibirá el repudio de sus vecinos, padecerá la condena del sacerdote del pueblo; pero se refugiará en el amor que siente por el hombre que ha sabido comprenderla espiritualmente y satisfacerla sexualmente.
Mientras a los otros personajes de la novela el rompimiento con los preceptos morales los conduce al sufrimiento y a la muerte, a Beatriz la lleva a la liberación; pero, ya que Beatriz es una mujer moral, su liberación establece la necesidad de una nueva ética para que ella sobreviva y sea feliz; de otra manera, continuará su castigo, y terminará igual que los demás.
Emilia Pereyra, en Cenizas del querer, parece decirnos que, más fuerte que la pasión que nos induce al desacato de los preceptos morales, es el castigo; pero que más fuerte que el castigo, es la supervivencia del amor.
Entre los cinco protagonistas, Beatriz sobrevivirá las consecuencias de su acción, y queda al lector determinar cuál es la nueva moralidad que dominará las actuales relaciones entre los dominicanos, ya que la autora, Emilia Pereyra, no lo hace, sólo la insinúa, y, como propone Kant, la ética y la moral son necesarias para que haya justicia y la vida tenga sentido. Además, como ha sido establecido por los científicos, la ética es un requerimiento biológico. En definitiva, sin moral ni ética, no hay conglomerado humano que subsista.
Surgen entonces varios cuestionamientos que el lector tendrá que hacerse:
1. ¿Será que el requerimiento biológico de la moralidad no tiene que ver en cómo compartimos el sexo el hombre y la mujer, sino en cómo nos relacionamos los unos con los otros, los hombres y las mujeres, los pueblos, las culturas?
2. ¿Será qué la nueva moralidad globalizada es el respeto mutuo entre todos, hombres y mujeres, grandes y pequeños, dominadores y dominados, y que el amor debe ser la fuerza predominante sobre la cual éste se establezca? Pero: ¿no es el amor lo que Jesús estableció para la convivencia de los hombres en su Evangelio y lo que requiere en su primera encíclica el Papa Benedicto XVI?
3. ¿Está preparada la sociedad dominicana para aceptar los cambios morales que propone Emilia Pereyra en el comportamiento del hombre y la mujer? ¿Es la libertad de amar sexualmente, sin sometimientos morales, lo que se impone, o debe esta libertad establecerse como principio moral, como existió antes, durante la época de los griegos y los romanos?
4. ¿Está preparado el mundo, la humanidad, para eso?



NOTA

(1) Michelén, Sugel. “La base de la justicia”. Periódico El Caribe. Domingo 25 de marzo de 2007. P. 15.
(2) “Moral en los primates”. Periódico El Caribe. Jueves 22 de marzo de 2007. Pág. 31.
(3) San Miguel Hevia, José Ramón. Los escándalos de París.
www.nodulo.org/ec/2004/n026p08.htm
(4) Criado de Va Manuel. La celestina, Tratado del "Amor impervio". www.cervantesvirtual.com/bib_obra/Celestina
(5) Wikipedia. Madame Bovary. es.wikipedia.org/wiki/Madame_Bovary
(6) Wikipedia. Lolita. en.wikipedia.org/wiki/Lolita
(7) Aquino, Santo Tomás. Pecados Capitales y las Virtudes que los vencen (Virtudes Capitales). www.corazones.org/diccionario/pecados_capitales.htm
(8) “Deus caritas est”: Dios es amor. Síntesis de la primera encíclica del Papa Benedicto XVI. www.preb.com/amen/b16/encDeus.htm

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