Saturday, September 11, 2010

10 Cuentos infantiles: EL CASO DE LA MUCHACHITA QUE SUBIÓ LA MONTAÑA


EL CASO DE LA MUCHACHITA
QUE SUBIÓ LA MONTAÑA

Por Manuel Salvador Gautier


Había una vez una muchachita que vivía al pie de una montaña alta, muy alta, junto con su papá y su mamá y sus seis hermanitos. Como ella era la más chiquita y la única hembra, su papá y su mamá y sus seis hermanitos la criaron con mucha ñoñería y mucho consentimiento, y la cuidaban para que no se diera golpes, le ofrecían las porciones más sabrosas de la comida y le arreglaban la cama para que estuviera cómoda y fresca al dormir, en fin, la rodeaban de tanto cariño y celo que cualquier otra muchachita se hubiera puesto vana y parejera.
A cada rato un hermanito le decía:
—Toma, hermanita; ten este vaso con jugo de naranja para que te refresques.
Otro le decía:
—Ven, para ayudarte con la asignación de aritmética.
Cuando la muchachita aprendió a caminar y se iba a hacer diligencias lejos de la casa, su papá o su mamá la prevenía:
—Ten cuidado cuando cruces la carretera.
O:
—No te quedes hasta muy tarde fuera de la casa.
También le advirtieron sobre la montaña.
—Es una montaña muy parada y peligrosa —le dijo su mamá—, y una muchachita podría caerse fácilmente y tener un accidente serio. Como está al lado de la casa, es también una tentación subirla. Sólo debes hacerlo si tienes una necesidad muy grande, y con mucho cuidado.
Ella los oía a todos, sonreía dulcemente, y cada día quería más a su papá y a su mamá y a sus seis hermanitos, que la añoñaban y la consentían tanto. Para responderles con el mismo empeño, los obedecía y daba gracias a Dios por hacerlos tan buenos y cariñosos.
Un día, mientras ella cantaba en su habitación esperando a que volviera uno de sus hermanitos con sábanas limpias para la cama, se posó en la ventana abierta un pajarito amarillo, que comenzó a trinar y a trinar.
Ella le preguntó:
—¿Qué te pasa, pajarito amarillo? ¿Quieres acompañarme a cantar mi canción?
Entonces, el pajarito amarillo le respondió:
—Si no fuera porque estoy tan preocupado, te acompañara a cantar tu canción, que es muy linda.
Ella le preguntó:
—¿Qué puede pasarle a un pajarito como tú? Dímelo, que si puedo ayudarte, te ayudaré.
El pajarito respondió:
—Lo que pasa es que tengo mi nido allá, en lo alto de la montaña, con mi esposa y cinco pichoncitos, y llevo tres días busca que busca comida, y no encuentro qué llevarles. Me posé aquí un rato, réquete cansado y réquete triste, trinando mi angustia. Si me pudieras ayudar llevando un canasto de granos a mi nido, cuando llegues allá arriba, te regalaré un par de alitas que te pondrán a volar como a mí.
La muchachita juntó las manos y con una gran sonrisa y mucha ternura, dijo:
—No me tienes que dar nada, pues mi papá y mi mamá y mis seis hermanitos me lo dan todo; mas yo no quiero que tú y tu familia se mueran de hambre, así que ahora mismo voy a llenar una canasto de granos y voy a subir la montaña para llevarlo a tu nido.
Así diciendo, así haciendo. La muchachita llenó un canasto con granos de maíz y arroz, se lo colgó del brazo, y comenzó a subir la montaña sin pensar en el peligro que corría, por lo escarpada, resbalosa y rocosa que era. “Sólo debes subir la montaña si tienes una necesidad muy grande”, le había dicho su mamá. ¿Y qué necesidad mayor que la del pajarito amarillo? Eso sí, se aseguró de ir con mucho cuidado, como recomendó su mamá.
Cuando ya llevaba un trecho bregando con la pendiente y las rocas, sudorosa y medio metida en miedo, la muchachita pensó:
—¿Y qué hago aquí con este canasto de granos a cuesta, exponiéndome a rodar hacia abajo y darme un matazo? ¿Por qué no me llevé de lo que me dijo mi mamá? ¿Quién me manda a mí a ponerme a salvar pajaritos?
Mas tan pronto pensó en las penurias del pajarito amarillo, de su esposa y de sus cinco pichoncitos, se enterneció y decidió seguir adelante, escalando la montaña, para llevarles la comida que tanto necesitaban.
Cuando ya iba a mitad de la montaña, cansada y sedienta, después de haber dado cerca de veinte mil resbalones y cincuenta mil tropezones, se sentó sobre una piedra y colocó el canasto en el suelo. Entonces se dijo:
—¡Caramba, casi no puedo dar un paso más! Mi casa se ve allá abajo como si fuera un pegotico de madera. No oí las recomendaciones de mi mamá, y cada vez se hace más y más agotador seguir adelante —y mirando el canasto pensó—. Este canasto pesa demasiado. Mejor vaciar la mitad, y así voy más ligera. ¡Estos pajaritos no necesitan tanta comida!
Mas tan pronto dejó de pensar en ella y razonó sobre las penurias del pajarito amarillo, su esposa y sus cinco pichoncitos, cargó el canasto, se levantó y dijo:
—¡Si llegué hasta aquí, puedo llegar hasta allá! —y siguió su ascenso por la montaña.
Cuando ya le faltaba sólo un trecho para llegar al tope de la montaña, se tiró al suelo, abatida de cansancio, sin poder dar un paso más, y se dijo:
—¡Ay, Dios mío, qué cansada estoy! ¡Cualquiera deja este canasto de granos aquí, y que el pajarito amarillo y su esposa vengan a buscarlo y lo lleven al nido!
Mas tan pronto pensó en las penurias del pajarito amarillo, su esposa y los cinco pichoncitos, se dijo:
—Ya me falta muy poco para llegar al tope de la montaña, donde está el nido del pajarito amarillo. Un esfuercito más, y llegaré enseguida.
Entonces respiró hondo para tomar impulso, cargó el canasto de granos, se levantó y siguió subiendo la montaña.
Cuando llegó al tope de la montaña, llamó y llamó al pajarito amarillo:
—¡Pajarito, pajarito, ven y enséñame dónde está tu nido, que aquí les traigo, a ti y a tu familia, el canasto con granos que te prometí, para que no pasen más hambre y tengan comida por muchos días!
Mas el pajarito amarillo no se presentaba.
La muchachita comenzó a preocuparse pensando que, a lo mejor, el pajarito amarillo no había podido volver donde su familia. En eso estaba, cuando, de entre los árboles, salió un anciano que se apoyaba en una rama larga y gruesa, a modo de bastón.
—¿Quién eres tú? —le preguntó la muchachita—. ¿Por casualidad has visto a un pajarito amarillo que tiene un nido por aquí cerca? A pesar de las recomendaciones que me hizo mi mamá, he subido la montaña para traerle este canasto con granos para que él y su familia coman y dejen de pasar hambre.
—Dame ese canasto, y no te preocupes —le dijo el anciano—. Yo soy Papá Dios, y vengo a premiarte porque has demostrado mucha bondad al subir esta montaña peligrosa sólo para ayudar a un pobre pajarito y a su familia. Tu mamá seguramente se sentirá orgullosa de ti por lo que has hecho. Como premio te voy a conceder un deseo.
La muchachita se sorprendió mucho por tener a Papá Dios por delante, y más porque Él le ofrecía un premio. Pensó y pensó lo que ella más deseaba y no encontraba qué. Finalmente, se acordó del ofrecimiento que el pajarito amarillo le había hecho y dijo:
—Prémiame con un par de alas que me hagan volar por todas partes, como el pajarito amarillo.
Tan pronto lo dijo, sintió un aleteo que le cosquilleaba las espaldas, y notó que le habían crecido dos alitas doradas con círculos esmeraldas.
Batió las alitas, se remontó por el aire y voló de aquí para allá y de allá para acá. Deseó enseguida enseñarle sus alas a su papá y a su mamá y a sus seis hermanitos, y voló hacia abajo, directo a su casa, y se posó en el techo, muerta de risa, pensando en la cara de sorpresa que iban a poner todos cuando la vieran con sus alitas doradas con círculos esmeraldas.
Desde el techo vio que sus hermanitos regresaban de diferentes direcciones. Esperó a que todos se juntaran en el patio, se posó frente a ellos y los llamó, uno por uno.
—¡Hermanita! ¿Dónde has estado? —le preguntaron todos a la vez—. Te andábamos buscando por todas partes y no te encontrábamos. ¡Seguro que te has escondido para salirnos al encuentro!
Ella les dijo:
—Subí a la montaña para llevarle un canasto de granos a un pajarito amarillo que me dijo que vivía allá arriba con su esposa y cinco pichoncitos que se morían de hambre porque hacía tres días que no comían. Cuando llegué allá arriba, me encontré con Papá Dios, que me premió por mis buenas intenciones y me concedió un deseo. ¿Adivinen qué le pedí?
Los hermanitos pensaron que ella retozaba con ellos, y sonrieron y aplaudieron, pues sabían que como ella era una muchachita buena e inteligente, por nada del mundo subiría esa montaña alta y peligrosa sin un motivo que lo justificara. Así que le respondieron también con inventos.
—¡Le pediste un patio con árboles de limoncillos, guanábanas y guayabas, que se dieran tan grandes y sabrosos que no hubiera necesidad de buscar más comida!
—¡Le pediste una muñeca que habla y camina, como si fuera una muchachita de verdad!
—¡Le pediste un jabón de olor que lava, sin uno tener que bañarse!
Cuando ella se dio cuenta que sus hermanitos no le creían y que jugaban con ella, les dijo:
—No, no, miren. Le pedí dos alitas para poder volar. Miren qué lindas son, doraditas, con círculos esmeraldas —y se volteó para que ellos vieran sus alitas.
Mas ellos no vieron nada, pues las alitas sólo las podía ver ella. Así que siguieron el juego con ella y le decían:
—¿Alitas? ¡Qué risa! ¡Lo que tienes en las espaldas es un manto de oro de una reina taína!
—¿Alitas? ¡No ombe! Lo que tienes ahí es una capita cubierta con brillantes de la India!
Ella les gritó:
—¡No, son mis alitas! ¡Mírenme volar! —y dio vueltas sobre ellos.
Mas ellos no la veían volar, y seguían el juego con ella y le decían:
—Eso no es volar, sino dar brinquitos como los conejos.
—Eso no es volar, sino dar carreras como las gallinas.
Y se reían y se daban golpes en los pechos y se apretaban las barrigas, de lo mucho que las ocurrencias de su hermanita les hacían gozar.
La muchachita se entristeció porque no le creían, voló a su habitación, se encerró, y pensó:
—¡Caramba! Papá Dios me ha concedido un premio que, en vez de darme alegría, me causa mortificación, pues mis hemanitos no quieren creer que tengo dos alitas y que vuelo. Voy a hablar con papá y mamá.
Mas cuando les habló a su papá y a su mamá de su viaje a la cima de la montaña y del premio que le había dado Papá Dios, su papá y su mamá se pusieron muy serios, la miraron a los ojos y le dijeron:
—Subiste a la montaña en contra de los consejos que te dimos y ahora vienes con el cuento de que Papá Dios te salió y te puso alas. Te hemos criado muy ñoña y consentida, mas nunca te permitiremos que nos digas mentiras.
—No te desobedecí, mamá. Me dijiste que podía subir la montaña si había una necesidad muy grande, y fui porque el pajarito amarillo me pidió ayuda para alimentar a su familia, que se moría de hambre
Mas su papá y su mamá no creyeron que un pajarito amarillo se le había aparecido, y la muchachita se fue a su habitación aún más triste por haber perdido la confianza y el cariño de los suyos. Allí comenzó a llorar, pues su papá y su mamá y sus hermanitos no creían lo que ella les decía y la habían llamado mentirosa.
Según lloraba más y más desconsoladamente, oyó trinar al pajarito amarillo y lo vio posado de nuevo en la ventana abierta.
—¿Qué te pasa, muchachita? Le preguntó el pajarito amarillo.
—¡Ay, tú no sabes! —dijo la muchachita–. Papá Dios me premió con unas alitas por haberte llevado el canasto de granos a tu nido en la montaña, mas mi familia no lo cree y piensa que digo mentiras. ¿Qué puedo hacer para ganarme de nuevo el cariño y la comprensión de ellos?
—Ven conmigo —le dijo el pajarito amarillo—. Vamos a buscar a Papá Dios para que te ayude a resolver esta situación.
Volaron sobre la montaña, pasaron sobre un valle y un río, y cuando iban sobre unos campos sembrados, la muchachita vio una oveja con tres ovejitos recién nacidos que balaba y balaba.
—¡Béee! —gritaba la oveja—. ¡Ayúdame a llegar al batey! Tengo que cruzar este charco con mis hijitos recién nacidos, mas el charco es demasiado hondo y tengo miedo a que se ahoguen. ¡Béee, ayúdame, que si tengo que pasar la noche fuera del batey mis hijitos se morirían de frío!
La muchachita se enterneció al oír a la oveja y, sin averiguar más, bajó donde estaban los cuatro animalitos y dijo:
—No se apure, doña oveja, que voy a cruzar a sus tres ovejitos sobre el charco, para que usted los lleve al batey.
Así diciendo y así haciendo. La muchachita voló tres veces sobre el charco, y cada vez cargaba a un ovejito.
La oveja cruzó también, y en el otro lado del charco le dijo:
—Tú eres muy buena —y así diciendo se convirtió en Papá Dios—. Te has ganado de nuevo un premio. Dime qué deseas y lo haré realidad. La otra vez pediste lo que otro te había hecho desear. Esta vez pide lo que realmente te interesa a ti.
La muchachita pensó y pensó, hasta que sonrió y dijo:
—¡Que no me falte nunca la confianza y el cariño de mi papá y mi mamá y mis seis hermanitos! ¡Que llegue a ser una mujer preparada que pueda resolver todo lo que se me enfrente en la vida!
Mas Papá Dios le dijo:
—La confianza y el cariño de los tuyos ya los tienes, y la fuerza de voluntad para enfrentar la vida, también. Te voy a dar entendimiento para que te des cuenta siempre de lo bueno que tienes y de lo superfluo que debes desechar.
Cuando la muchachita volvió a su casa, su papá y su mamá y sus seis hermanitos la esperaban ansiosos.
—¡Hijita mía querida, que susto que nos hemos llevado! —le dijeron su papá y su mamá —¡No te encontrábamos por ninguna parte y te creíamos perdida!
—¡Hermanita, hermanita, no vuelvas a dejarnos! —le decían sus hermanitos.
Ella los abrazó feliz, apreciando en todo su valor la preocupación y el amor de ellos. Se dio cuenta que Papá Dios le había concedido lo más hermoso que tiene la vida: poder distinguir y saber escoger.


1981

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