Monday, September 20, 2010

05 La tía Tula, de Miguel de Unamuno


Retrato de Unamuno

EL AVASALLADOR UNAMUNO

Sobre la novela La tía Tula, de Miguel de Unamuno
Ateneo Insular, 24 abril de 1998

Por Manuel Salvador Gautier

Miguel de Unamuno es un político escritor, según su propia definición. Escribió ufano: "Mis cátedras, mis estudios, mis novelas, mis poemas son política" (1). Veo su fotografía, y me recuerda a nuestro presidente, Horacio Vásquez. Fueron contemporáneos, Unamuno vivió de 1864 a 1935 y Horacio de 1860 a 1936; hay poca diferencia entre ellos en cuanto a la época vivida. La globalización de entonces hizo que ambos tuvieran barbas y bigotes, llevaran espejuelos redondos con aros metálicos y vistieran con cuellos duros. Sus ambiciones personales hicieron que los dos se lanzaran en la carrera por dirigir sus respectivos países. Vásquez fue un político práctico, incorporándose a la dirigencia de su nación cuando consideró que convenía conducirla, mientras que Unamuno fue un político conceptual, señalando a la dirigencia de su nación cómo debía conducirla; o quizás fue al revés: Vásquez fue el político conceptual, que mantuvo el caudillismo cuando parecía que lo combatía, y Unamuno el político práctico, que no cedió nunca a los que combatían su pensamiento. Este tipo de ambigüedad, donde los valores dependen del punto de vista de quien sustenta el argumento, permea la obra literaria de Unamuno, una obra que es su propia vida, como también él lo propuso (2), y aquí nos encontramos frente a otra ambigüedad. Miguel de Unamuno desapareció físicamente (hoy es un "esqueleto", como dijo de Cervantes (3); a lo mejor, tan sólo huesillos y polvo metidos en algún ataúd), aún así, queda su obra. Pero, ¿cuál es su obra? Si aceptamos su propuesta, ésta no es otra cosa que su vida, pero su vida ya transcurrió. ¿Aceptaríamos que ésta se eterniza en su obra? Sólo si entendemos que su obra literaria no es su vida física.
Me temo que en este momento Miguel de Unamuno esté dando vueltas en su tumba, dispuesto a salir fantasmalmente para combatir los conceptos emitidos por este dominicano pretencioso, que se atreve a proponer juicios de valor sobre él, pues este caballero de pluma y papel nunca aceptó comentarios a su obra. Un señor J. Cassou, crítico francés, escribió un Retrato de Unamuno, en el que le endilgaba que era como "todos los (hombres) que absortos en la contemplación de su propio milagro no pueden soportar el no ser eternos" (4). Más adelante señala Cassou: "Si este prodigioso humanista, que ha dado la vuelta a todas las cosas conocibles, ha tomado en horror dos ciencias particulares: la pedagogía y la sociología, es, sin duda alguna, a causa de su pretensión de someter la formación del individuo y lo que de más profundo y de menos reductible lleva ello consigo, a una construcción a priori. Si se quiere seguir a Unamuno hay que ir eliminando poco a poco de nuestro pensamiento todo lo que no sea su integridad radical, y prepararnos a esos caprichos súbitos, a esas escapadas de lenguaje por la que esa integridad tiene que asegurarse en todo momento de su flexibilidad y de su buen funcionamiento" (5).
Unamuno le responde: "Y ahora repasando el Retrato de Cassou y mirándome, no sin asombro, en él como en un espejo, pero en un espejo tal que vemos más el espejo mismo que lo en él espejado", con lo que le dice al francés que su "retrato" es sólo un objeto inventado por el otro, que no refleja la realidad. Y termina con un concepto muy importante sobre la apreciación de la novela, que dilucidará con amplitud en otro trabajo (6): "Tengo, por fin, que agradecer a mi Cassou.... que reconozca que a fin de cuentas defendiéndome defiendo a mis lectores y, sobre todo, a mis lectores que se defienden de mí. Y así cuando les cuento cómo se hace una novela, o sea cómo estoy haciendo la novela de mi vida, mi historia, les llevo a que se vayan haciendo su propia novela, la novela que es la vida de cada uno de ellos. Y desgraciados si no tienen novela. Si tu vida, lector, no es una novela, una ficción divina, un ensueño de eternidad, entonces deja estas páginas, no me sigas leyendo. No me sigas leyendo porque te indigestaré y tendrás que vomitarme sin provecho ni para mí ni para ti" (7).
No concede valor alguno a comentarios analíticos hechos por otros. No hay términos medios. O se toma o se deja. O se acepta a Unamuno o se rechaza.
No sé si calificar a Miguel de Unamuno de ególatra o de acomplejado, los dos extremos de la evaluación íntima que hacemos de nosotros mismos y que disimulamos o exteriorizamos de una manera o de otra. Habría que determinar si este "humanista" (y hay que averiguar lo que significa este término) actúa bajo un sentido de superioridad, que presenta sin tapujos, pretendiendo endilgar a los demás la incapacidad de entenderlo; o si se maneja bajo un sentido de inferioridad, que esconde entre frases inteligentes y ambigüedades que confunden a los demás y hacen que él se sienta mejor.
No creo que importe mucho identificar en cuál de estos extremos ubicar a Unamuno. Tal vez en ninguno; quizás fue tan sólo un filosofador europeo más de una generación que, igual a la dominicana de Horacio Vásquez, no pudo evitar que el mundo se destruyera en dos guerras mundiales ni que sus países cayeran en las más aberrantes dictaduras. Lo que interesa en estos momentos es conocer algunas evaluaciones sobre las novelas de Unamuno que, en principio, tenemos que aceptar como "políticas", una calificación que hoy en día puede producir una reacción de intranquilidad. Veamos.
Escogí por conveniencia propia (es relativamente corta) a La tía Tula, que Unamuno presentó en 1921, cuando tenía 57 años, era un intelectual reconocido con más de treinta obras publicadas entre novelas (largas y cortas), ensayos, poemas, discursos y recopilaciones de descripciones, relatos y artículos, y se movía públicamente entre "las intrigas políticas, crisis, coacciones, atentados, huelgas y sabotajes" que oscurecieron la vida pública del país, minaron la autoridad y provocaron el golpe de Estado del 13 de Septiembre de 1923 "dirigido por Primo de Rivera" (8), un militar que se constituyó en dictador de España y que provocó que Unamuno se exiliara en Francia.
De La tía Tula su autor dice lo siguiente: "En mi novela Abel Sánchez intenté escarbar en ciertos sótanos y escondrijos del corazón, en ciertas catacumbas del alma, donde no gustan descender los más de los mortales. Creen que en estas catacumbas hay muertos, a los que lo mejor es no visitar, y esos muertos, sin embargo, nos gobiernan. Es la herencia de Caín. Y aquí, en esta novela, he intentado escarbar en otros sótanos y escondrijos. Y como no ha faltado quien me haya dicho que aquello era inhumano, no faltará quien me lo diga, aunque en otro sentido, de esto. Aquello pareció a alguien inhumano por viril, por fraternal; esto lo parecerá, acaso, por femenil, por sororio. Sin que quepa negar que el varón hereda femineidad de su madre, y la mujer virilidad de su padre. ¿O es que el zángano no tiene algo de abeja, y la abeja algo de zángano?..." (9).
Los "muertos que gobiernan" a la tía Tula y a los demás personajes de esta novela no son, necesariamente, mujeres. Todo lo contrario. Unamuno crea un personaje y una situación que son producto del manejo milenario que han hecho las civilizaciones mediterráneas de la relaciones entre el hombre y la mujer, donde ésta es sometida para que sirva al varón y, en el caso de España, educada para que responda a los cánones y exigencias de la Iglesia Católica (el "sótano" ya mencionado), que cohíbe a la mujer de hacer tantas cosas, que terminan sin voluntad ni esperanzas (los "escondrijos"). Para Unamuno, cuando la mujer así sometida se resiente y lucha, pierde todo el sentido de la realidad de las cosas.
La tía Tula, indiscutiblemente, necesita ir donde un siquiatra. Si en los años 50 los norteamericanos hubieran tomado esta novela para hacerla una película, lo más probable es que comenzaría con esta mujer recostada en el sillón de uno de estos especialistas contando su historia en retrospectiva ("flash-backs"), y terminaría con el médico advirtiéndole que necesitará muchas cesiones de terapia para salir de los complejos que la acosan. Como Hollywood siempre tiene finales felices, en la última escena, al salir de la visita al médico, la tía da un tropezón en la calle con un hombre, él la toca y ella a él, los dos se miran, y el rostro de la tía se alumbra ante la posibilidad de una intimidad mayor, lo cual no sucede. La cámara se disuelve en una panorámica donde se ve a la tía que camina resuelta, en la multitud, dispuesta a enamorarse de un hombre... que no sea feo... ni pobre... ni tiñoso... y que la quiera (homenaje a Chiqui Vicioso, ella sabe por qué).
Las oscuridades que Unamuno quiere alumbrar y, yo diría más bien denunciar, son aquellas relacionadas con la educación sexual y religiosa de la mujer, deformadas hasta tal punto que se crean monstruos femeninos que exigen para sí y para los demás un comportamiento "puro", que sólo significa no hacer lo que deben hacer para amar, tener hijos y compartir la vida con un hombre o con varios... La tía Tula es una santa al revés, una mujer purificada que no se casa con Cristo ni con nadie, no es beata, exige un lugar en el mundo y, para lograrlo, obliga a los otros a hacer lo que ella debiera hacer, hasta que, finalmente, se encuentra con que ha destruido su propia vida sin haber conseguido las satisfacciones que se obligó a no tener y que, a última hora, entiende son lo mejor de la existencia.
En la novela no hay final feliz hollywoodense. El ciclo "tiatulano" se repite como una rueda alrededor de su eje. Muerta la tía Tula, seguirá con la tía Manuela y luego con la tía Rosa. Es el pesimismo español, del cual Cassou acusa a Unamuno o, quizás es sólo el reconocimiento de que lo que es, será, y de que lo que será, es, porque está impuesto intrínsecamente en la humanidad y es difícil de desarraigar.
Para no ir muy lejos, hace unos días, mientras esperaba a que mi otorrinolaringólogo me atendiera, la secretaria en el salón de espera tenía puesta en la televisión su telenovela favorita. La joven se recostaba contra el sillón giratorio y disfrutaba a plenitud los preparativos del matrimonio de la protagonista con su hombre adorado. Vinieron los anuncios, y apareció una mujer en tanga, que entraba a una piscina; luego, así mojada, se recostaba en un sillón dando las espaldas; entonces el hombre a su lado le pasaba un hielo por la piel; ésta giraba el cuerpo y se colocaba de manera que creaba la sensación de que iba a ser penetrada por el hombre. La secretaria, indignada, cambió el canal, una reacción que denunciaba su "entiatulamiento". Este episodio vivido por mí parece demostrar que Unamuno, con su denuncia "política" para enfrentar la educación de la mujer como la imparte la Iglesia Católica, logró poner bajo luz aquellas oscuridades en esos sótanos con escondrijos, pero que, sin luz o con luz, las cosas, en algunos estamentos, siguen igual, como él también lo previó.
No es para menos. Así mismo, siguen igual el caudillismo en la República Dominicana y el armamentismo en el mundo entero.
¿Por qué es "política" esta obra?
En 1921, cuando Unamuno la publicó, España, como ya indiqué, vivía en un sobresalto. Llamar la atención en ese momento, de manera dramática, hacia un problema sociológico, el de la mujer sometida y deformada en su comportamiento, tuvo una prioridad importante para Unamuno. ¿Por qué; qué perseguía el intelectual? ¿Representa en realidad la tía Tula el comportamiento de la mujer española a principios de siglo, o tan sólo del grupo de beatas y santurronas que se aferraban a preceptos virtuosos para vivir dominando a los otros? ¿Era éste un problema tan serio en la sociedad española que requería una denuncia política, o lo político de la denuncia no está en las mujeres como la tía Tula sino en quien propiciaba la deformación de esas mujeres, la poderosísima Iglesia Católica Española? No hay dudas de que, a través de la tía Tula, Unamuno enfrenta esta institución secular de manera indirecta. Esta institución apoyará eventualmente las dictaduras de Rivera y de Franco, representantes de la extrema derecha, tan dominante y tan absurda como la mismísima tía Tula.
¿Qué significado tiene esta obra en la postmodernidad literaria?
Unamuno es el precursor de grandes escritores españoles e hispanoamericanos. Su influencia en Borges, por ejemplo, es innegable. Unamuno propone: "El hombre de dentro, el intra-hombre... cuando se hace lector hácese por lo mismo autor, o sea actor; cuando lee una novela se hace novelista; cuando lee historia, historiador. Y todo lector, que sea hombre de dentro humano, es, lector, autor de lo que lee y está leyendo"(10) (por supuesto, esto no aplica a Unamuno cuando lee a Cassou). Borges, asimilando esta propuesta, concibió su delicioso cuento El hombre que escribió El Quijote, que no es otro que el lector de El Quijote. Así aparecen otras instancias similares en la obra de Unamuno donde apreciamos la semilla que éste sembró en el autor argentino... y Borges, amigos, es uno de los paradigmas de los postmodernistas.
Es una cadena: Unamuno toma de Balzac, Borges de Unamuno y los nuevos autores de Borges.
Acabo de saludar a un novelista joven que me pidió, hace tiempo, que leyera su último trabajo publicado. Lo hice, encontré que necesita todavía madurar bastante para escribir una obra valedera, aunque considero que tiene talento; se lo dije. "Tienes que leer mucho, instruirte en literatura", añadí, y le recomendé que buscara a Unamuno. "Pero es un autor ya pasado de moda", argumentó, y sentí el vuelco del muerto en su ataúd, momentaneizado en la eternidad de ese juicio.
Termino aquí, y dejo que ustedes, oidores míos, transformen las palabras que les he leído en la carne de sus experiencias, como lo deseó Unamuno de su obra.

(1) Unamuno, Miguel de Cómo se hace una novela. La tía Tula. San Manuel Bueno, mártir y tres historias más, México, Editorial Porrúa, 1996. p18
(2) Unamuno, Ob. Cit. 1, p. 24
(3) Unamuno, Ob. Cit. 1, p. XIX
(4) Unamuno, Ob. Cit. 1, p. IX
(5) Unamuno, Ob. Cit. 1, p. XIII
(6) Cohén, Silvia ADELA, Cómo se escribe una novela, España, Plaz&Janés Editores, 1998.
(7) Unamuno, Ob. Cit. 1,p. XXV
(8) Pequeño Larousse Ilustrado, 1969, p. 1279
(9) Unamuno, Ob. Cit. 1, p.39
(10) Unamuno, Ob. Cit. 1, p. 25

No comments: