Friday, September 24, 2010

16 La narrativa dominicana y las expresiones de la lengua


MSG con Josefina Gautier de Álvarez

LA NARRATIVA DOMINICANA Y LAS EXPRESIONES DE LA LENGUA

Conferencia para su presentación como
Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua
10 de enero de 2009

Por Manuel Salvador Gautier

INTRODUCCIÓN
La expresión es, según la Academia de la Lengua, “la declaración de una cosa para darla a entender” (1), por lo que las expresiones de la lengua son los distintos recursos que se adoptan en un idioma para dar a entender una cosa. En este trabajo, analizaremos sus orígenes y evolución, y presentaremos la relación existente entre algunas expresiones reconocidas de la lengua y la narrativa en la literatura, y, específicamente, la narrativa dominicana.

ESTADO DE LENGUA
En su breve ensayo titulado “Niveles y estilos de lengua” (2), obra que le sirve de base a esta conferencia, el Dr. Bruno Rosario Candelier, Premio Nacional de Literatura de 2008, establece lo que son las diferentes expresiones de la lengua; pero, antes de enumerarlas, explica lo que es un estado de lengua : Se trata del “conjunto de posibles manifestaciones idiomáticas en un lugar, un tiempo, unas circunstancias determinadas dentro de una comunidad de hablantes”; y añade: “Es importante saber que las variedades de expresión obedecen a la existencia de tipos, niveles, grados y estilos de lengua, junto a otras modalidades que generan diferencias de expresión configuradas por la actitud del hablante, el tiempo y el lugar, los estratos socioculturales y las creaciones estilísticas que le imprime el genio del hablante, en cualquier lengua histórica, como el inglés, el francés o el español” (3). El autor se refiere a un cosmos que, cuando se aplican los requerimientos señalados, puede ser identificado por medio de la lengua.
En la literatura, y todavía más, en la narrativa, cada obra posee un estado de lengua que la identifica “en un lugar, un tiempo, unas circunstancias determinadas dentro de una comunidad de hablantes”. Es como si cada obra fuera un pequeño cosmos, apartado de la realidad, que capta esa realidad y la plasma en letras, letras creadoras de ideas y/o de imágenes que permanecerán en el tiempo mientras haya un lector que la lea. Es hasta posible que la obra transforme ese cosmos y lo identifique de acuerdo a la visión que tenga el autor de éste. Nunca sabremos si Cervantes (1547-1616) en el Quijote hace una descripción verídica de la vida consuetudinaria de los hombres de la época que describe, si exagera, satiriza, parodia, omite o miente; pero sí, como lectores, entramos en ese cosmos, lo vivimos, lo gustamos, quedamos fascinados por éste, y nos engañamos pensando que estamos disfrutando de unos sucesos del siglo XVII, cuando lo que hacemos es interpretar el siglo XVII desde la perspectiva de nuestro siglo.
Con relación a esto último, tuve una experiencia muy interesante. Hace unos años, en la agrupación literaria Ateneo Insular, a la cual pertenezco, el Dr. Rosario Candelier, su Presidente, me pidió que hiciera un trabajo sobre la espiritualidad en la obra de Calderón de la Barca (1600-1681), el dramaturgo o poeta dramático español del siglo XVII, muy conocido por su obra teatral La vida es sueño. En esta obra encontramos el estribillo famoso que muchos repetimos como un planteamiento filosófico, sin darnos cuenta de dónde proviene:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son. (4)
y que en realidad trata sobre la falta de libertad que sufre el protagonista, Segismundo, y las distorsiones de la realidad que esto crea en él.
Para realizar el trabajo solicitado, adquirí cuatro de las obras de Calderón (5). Siempre he dicho que no las escogí, sino que éstas me escogieron a mí, puesto que eran las únicas del autor que había en la librería. Las estudié, las analicé, y concluí que en estas obras aparecían cuatro temas: primero, el realce y predominio de una clase social, la nobleza (Calderón era noble de nacimiento, se hizo fraile ya un adulto y con un hijo ilegítimo); segundo, la promoción de la mujer como protagonista de la historia (si el autor admiraba tanto a las mujeres, uno se pregunta por qué nunca se casó, aunque sí tuvo mancebas); tercero, la venganza ligada a la deshonra de la mujer (de nuevo, la defensa a ultranza de la mujer); y cuarto, la crítica al hombre (es siempre quien ultraja a la mujer, la traiciona con otras mujeres, acepta a regañadientes las manifestaciones que la mujer requiere como la fidelidad, la comprensión, la ternura). Sólo en una de las obras aparece una espiritualidad trascendente, lo cual era de esperar, pues conmemora el martirio de dos santos; sin embargo, aún en ésta, Calderón mantiene sus temas anteriores. (A propósito, en La vida es sueño, la protagonista, Rosaura, vestida de hombre, es la que inicia la liberación de Segismundo; en esta obra, como en las otras, Calderón da a la mujer un rol protagónico). Para mí resultó evidente que Calderón fue un defensor de la mujer, en una época donde el machismo dominaba, el hombre era rey en su casa, y la mujer se tenía a menos, totalmente supeditada al hombre. Lo cual es sorprendente. Dentro de ese cosmos literario que es la obra de Calderón, en ese estado de lengua ficticio, creado por la imaginación de un autor, hoy en día nos percatamos que su obra quiso exponer algo que su época ignoró o rechazó y que es uno de los temas principales de nuestra época, donde la mujer ha logrado igualarse al hombre en muchos aspectos. Lo cual hace que la obra de Calderón sea vigente y atractiva al día de hoy. Son las sorpresas que nos guarda la literatura.
Veamos lo que ocurre con el estado de lengua en una obra dominicana. En La mosca soldado, de Marcio Veloz Maggiolo, encontramos la confrontación entre tres cosmovisiones, la del hombre culto, un arqueólogo, que debe llevar a cabo una tarea profesional en un sitio arqueológico; la de una comunidad afincada en poderes espirituales de origen vuduísta y de supersticiones derivadas del cristianismo; y la de una comunidad indígena, primitiva, con prácticas religiosas chamánicas que hoy consideramos superadas. La trama parece que se basa en una experiencia profesional del autor, ya que, además de literato, Veloz Maggiolo es arqueólogo. El autor toma los resultados de una investigación arqueológica hecha con todo rigor científico, en la que se determina que las osamentas encontradas de una mujer y un neonato son el producto de un sacrificio humano, ejecutado por una comunidad de indígenas precolombinos para propiciar que sus dioses favorecieran la producción de alimentos de los cuales dependían. Con una maestría extraordinaria, el autor envuelve al lector en una trama repleta de episodios real-maravillosos; hace un paralelismo entre el sacrificio ocurrido a la mujer indígena y al neonato, en los tiempos precolombinos, y el asesinato de una prostituta encinta de un hijo ilegítimo, en el tiempo actual; y llega a proponer que en nuestro país, éste tipo de sacrificio humano aún se hace. De esta manera, el autor quiere probar que la humanidad no ha cambiado desde que emergió sobre la tierra, y que, en circunstancias diferentes, las situaciones entre los humanos se reiteran continuamente. En un momento dado, el personaje principal, el arqueólogo, el alter ego del autor, dice: “Muchas realidades del pasado se repiten en el hoy. Existe, y ahora lo creo, una historia vieja que se prolonga y continúa solapadamente en el presente. Debajo de cualquier presente hay un presente paralelo” (6). Podemos aceptar o no esta tesis; pero lo importante para los fines de nuestro trabajo es entender que un novelista, basándose en la realidad y en la imaginación, tiene la capacidad de crear un estado de lengua donde puede identificarse “un lugar, un tiempo, unas circunstancias determinadas dentro de una comunidad de hablantes”; en este caso, la comunidad de hablantes son los dominicanos, cultos y plebeyos; el lugar es la desembocadura del río Soco, donde existe una comunidad con creencias religiosas que desafían la racionalidad y donde está ubicado un sitio arqueológico; el tiempo es la actualidad, que se presenta como una repetición del pasado. Veloz Maggiolo atrapa una vivencia que podría darse en otro país, pero que sólo puede ocurrir en la República Dominicana, por el manejo que hace de la lengua, con usos y sentidos de las palabras, giros y alocuciones, referencias a lugares, y descripción de comunidades que son auténticamente dominicanos.

LAS EXPRESIONES
En el breve ensayo ya mencionado, el Dr. Rosario Candelier presenta ocho expresiones de la lengua, algunas establecidas de antemano, otras propuestas por él. A continuación, trataremos cinco de estas expresiones (7).

PRIMERA EXPRESIÓN: Variantes elocutivas o diferencias de aspectos
Define el Dr. Rosario Candelier: “Hablar, escuchar, escribir y leer son los aspectos del lenguaje o las artes del lenguaje, y tienen realizaciones orales y/o escritas” (8).
La oratoria como arte debió iniciarse en la prehistoria, en culturas con cierto desarrollo, cuando, ya afinado el lenguaje, algún jerarca o sacerdote impuso una manera de hablar, tratando de convencer a una comunidad (sus oyentes) de actuar para realizar alguna actividad que le interesaba, ya fuera acompañarlo a una guerra, el primero, o a adorar al dios de acuerdo con ciertos ritos, el otro; culminó con los discursos de los filósofos griegos, entre los más prestigiosos, el trío formado por Sócrates, Platón y Aristóteles, que vivieron durante el Siglo de Oro de la filosofía griega, entre los siglos V y IV a. C. Sus discursos fueron pasados eventualmente a escritura por sus discípulos y adoptados por los cristianos. Quizás el orador más elocuente de todos los tiempos sea Jesús de Nazaret, cuyo evangelio sirvió de base a la creación de la religión cristiana, que predomina hoy en el mundo occidental. La narrativa, sin embargo, para mí, tiene inicios anteriores. Es probable que las primeras narraciones, entre verdad y ficción, las hicieran los hombres paleolíticos cuando contaban sus hazañas de cacería, o quizás, las mujeres entre sí, cuando querían resaltar sus logros y creaban historias sobre aventuras ocurridas mientras bregaban con sus quehaceres. Quizás de aquí surgieron las primeras leyendas y mitos, y los personajes fabulosos como los ogros y los fantasmas. En la época medieval, fueron los juglares, en las visitas que hacían en sus recorridos por distintos lugares, los que se encargaron de contar historias, también con ribetes de ficción o totalmente ficticias.
Sobre la escritura, todos los expertos coinciden en que se inventó hace unos 5,000 años, en Mesopotamia, entre los sumerios, con la creación de signos cuneiformes, que representaban ideogramas o sílabas. Con la escritura comienza la narrativa formal. Una de las narraciones más antigua, escrita en piedra, en lenguaje sumerio, es la de Gilgamesh, un rey déspota que reinó en Babilonia hacia el año 2650 a. C., protagonista de El Poema de Gilgamesh. Es una leyenda en la que se cuentan sus aventuras y búsqueda de la inmortalidad junto a su amigo Enkidu. Otras narraciones antiguas las encontramos en la Biblia, escrita a lo largo de aproximadamente mil años, de 900 a. C. a 100 d. C. Sus textos son un amasijo de leyenda, ficción e historia. En los últimos tiempos se han hecho investigaciones arqueológicas que comprueban la existencia de tal o cual lugar bíblico. Lo que no se ha podido confirmar es la veracidad de las historias como las cuentan las Escrituras, a pesar de los grandes esfuerzos realizados. Hasta la historia del Jesús histórico está en entredicho. En la película Zeitgeist Parte I, titulada “La más grande historia jamás contada”, se presentan las coincidencias entre las características de la historia de Jesús (hijo de Dios y una Virgen, fecha de nacimiento, tres reyes que lo visitan recién nacido, doce apóstoles, otras) y las del dios solar Horus, de la época predinástica de Egipto (3500 a 3200 a. C.), y se argumenta que Jesús es un dios solar, creado por los gnósticos cristianos y tomado por el emperador Constantino en el año 312 d. C., cuando decide hacer del cristianismo la religión oficial romana (9). ¿Será esto verdad, suposición o montaje? Igual que cualquier estado de lengua que nos llega por medio de la oralidad o la escritura, todo depende de nuestra preparación y de nuestra credulidad.
Las escrituras, y los medios para fijarlas, evolucionaron. El resultado fue el libro en rollos, en pliegos o armado artesanalmente. Sin embargo, el libro, como lo conocemos y apreciamos hoy, surge después del invento de la tipografía por Gutenberg, en 1434, y se hace popular durante el siglo XIX, y con gran auge durante el siglo XX, cuando los impresores encontraron formas económicas de producirlo y distribuirlo, y emergieron las clases sociales que se dedicaban a comprarlo y a leerlo. Durante estos siglos, la novela adquiere un auge extraordinario en Europa y Estados Unidos. En nuestro país, son contadas las publicaciones durante el siglo XIX, y de éstas sólo la novela Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván (1834-1910), tuvo reconocimiento internacional. En el siglo XX, el narrador dominicano más reconocido es Juan Bosch, por sus cuentos, incluidos en casi todas las antologías hispanoamericanas. También tuvo cierto reconocimiento José Manuel Sanz Lajara, sobre todo a mitad de siglo, ya que como diplomático, se movió en círculos internacionales y publicó en el extranjero. Algunas novelas han sido finalistas en premios internacionales, como Cenizas del querer de Emilia Pereyra, que quedó entre las diez semifinalistas del Premio Plantea de 1998, y La mosca soldado, de Veloz Maggiolo, que fue seleccionada por su Editora, Siruela, para participar en el IV premio de Novela Fundación José Manuel Lara, y quedó entre las cinco finalistas. ¿Qué ocurrirá durante el siglo XXI? Esperemos que sea lo mejor.
En la actualidad las artes de hablar, escuchar, escribir y leer, han sido transformadas por las tecnologías desarrolladas durante el siglo XX, el cine y la televisión con su oralidad reforzada por imágenes, o al revés, con sus imágenes reforzadas por la oralidad; y la computadora con las posibilidades de intercomunicación que nos brinda Internet. Inclusive se debate si el mercadeo de los libros impresos será sustituido por su versión electrónica, aunque la producción en las casas editoras reconocidas sigue tan vigorosa como en sus mejores tiempos, y las librerías hacen buenos negocios con la venta de libros.
¿Cómo ha reaccionado la literatura dominicana ante estas nuevas tecnologías?
En el cine y la televisión, con guiones pobrísimos, que deben ser superados, o eventualmente el público dominicano se cansará de tanta mediocridad.
En Internet, con poca participación en un mercado donde ya se vislumbra un gran auge, con autores de otros países latinoamericanos que se han lanzado a escribir obras transmitidas sólo por Internet. Es el caso del puertorriqueño Luis López Nieves, con su novela El corazón de Voltaire, escrita en forma de epistolario electrónico, traducida en varios idiomas, inclusive al islandés. No obstante, todo no es tan negativo; hay algunos autores dominicanos que, después de publicar sus obras en papel, la han puesto a la venta en lugares de Internet donde se mercadean con cierto éxito.
La publicación de libros es todavía la manera favorita de los narradores dominicanos para dar a conocer sus obras. Tienen que enfrentar una realidad. Hasta hace poco y todavía hoy, se les dificulta mucho publicar sus novelas y cuentos. Para hacerlo, tienen que auto financiarse, o lograr que una editora se interese en su obra, que lo hace si ya su obra tiene reconocimiento, lo cual es el acertijo del huevo y la gallina.
En la actualidad, a la narrativa dominicana se le han abierto nuevas posibilidades, ya que varias editoras internacionales como Alfaguara y Norma, se han interesado en publicar novelas escritas por autores dominicanos. También lo hacen editores dominicanos como Miguel Collado, con Editora Cedibil, e Isael Pérez, con Editorial Santuario.
Se está hablando de un grupo de escritores jóvenes con mucho talento que podrían dar los pasos que los más viejos no hemos dado. El futuro próximo dirá.

SEGUNDA EXPRESIÓN: Variantes de tipo o diferencias típicas
Define el Dr. Rosario Candelier: “Son los llamados tipos de lengua, como la lengua discursiva, la literaria y la activa, para la comunicación representativa, la literaria y la retórica, respectivamente. En la primera dominan los elementos conceptuales; en la segunda, los afectivos, y en la tercera, los sensoriales” (10).
Por supuesto, que el tipo de lengua que nos interesa en nuestro trabajo es la literaria. Pero veamos un poco las otras.
Si aceptamos que los tres tipos de lengua se hacen por escrito, tenemos un primer tipo, la discursiva, que se adopta para comunicar un planteamiento representativo donde primarán los elementos conceptuales, es decir, los pensamientos filosóficos y otros similares; un segundo tipo, la literaria, para presentar producciones poéticas, narrativas y otras, y un tercer tipo, la activa, con el cual nos comunicamos para expresar lo que sentimos. ¿Qué quiere decir esto? Que una misma persona adopta formas gramaticales distintas cuando quiere ser racional (lengua discursiva), usar elementos estéticos (lengua literaria) o simplemente decir lo usual o lo que piensa (lengua activa).
Esta tipificación parece absoluta, inalterable. Pero hubo una vez en la narrativa, durante el período barroco, en que el autor, entre suceso y suceso de la trama, dedicaba largas peroratas a hacer planteamientos filosóficos. En el Quijote, la novela barroca por excelencia, Cervantes abandona la acción de vez en cuando y dedica unos párrafos a filosofar. Esto sigue en el neoclásico, aunque en este período la novela casi desaparece sustituida por el ensayo, con mejores condiciones para explayarse discursivamente; y continúa en el romanticismo. En El jorobado de Nuestra Señora de París, el novelista romántico Víctor Hugo (1802-1885) dedica capítulos enteros a analizar la arquitectura gótica y a filosofar sobre otros temas. Esta mezcla de tipos desaparece finalmente con el realismo (Honore de Balzac 1799-1850 y Gustave Flaubert 1821-1880) y el naturalismo (Emile Zola 1840-1902), para no aparecer durante el siglo XX; más bien ser rechazada por autores como Milan Kundera (1929), que ha insistido siempre en señalar que la novela es “autónoma”, independiente de la política, la historia o cualquier otra manifestación que no tenga que ver con la identidad y la libertad personales de los protagonistas.
En la actualidad, parece que esta tendencia de mezclar tipos retorna. Es un planteamiento del postmodernismo, que acepta como válida la agrupación de variantes en las manifestaciones del arte, siempre y cuando se logre un todo armónico, donde “armónico” es una condición estética que queda a la interpretación del autor y quien lo siga.
Como muestra: en la narrativa dominicana reciente, tenemos por lo menos dos obras. La novela del Dr. Rosario Candelier, El sueño era Cipango, donde se crean personajes que representarán el aspecto religioso de la conquista de América, y que harán largas peroratas sobre el misticismo y otras doctrinas religiosas y filosóficas; y la novela Ubres de novelastra (2008), de Federico Henríquez Grateraux, un autor reconocido como ensayista con obras de mucho éxito como La feria de las ideas (1984), Un ciclón en una botella (1996) y otras. En su novela el autor hace lo que solía hacer en sus obras anteriores, y, después de cada tantos párrafos de acción o durante la misma acción, intercala uno o varios pensamientos filosóficos, ponderaciones, razonamientos o juicios que él llama reflexiones. Henríquez considera que con esta intervención de un tipo en otro (el discursivo en el literario) propone una nueva manera de escribir novelas, y, al explicar el título de su obra, dice que la “novelastra” es una madrastra de la novela que la nutre con leche nueva (de ahí las ubres), o sea que estas reflexiones, incluidas en el texto, dan un nuevo vigor a un género que supuestamente se encuentra en decadencia. Es significativo que ambos autores sean más reconocidos como ensayistas que como narradores. Sin embargo, lo interesante de estas dos obras es que, a pesar de estar continuamente bombardeadas por estos elementos discursivos, mantienen su carácter literario.

TERCERA EXPRESIÓN: Variantes diacrónicas o diferencias temporales
Define el Dr. Rosario Candelier: “Los lingüistas establecen la diferencia entre diacronía y sincronía, o sea el enfoque de la lengua a través del tiempo o en una sola porción temporal en la evolución de la lengua… Los estudiosos del lenguaje saben que a través del tiempo se efectúan cambios de estructuras sintácticas, de pronunciación, de sentidos, y que hay diferencias gramaticales, fónicas y léxicas” (11).
Cuando leí las cuatros obras teatrales de Calderón de la Barca, varios expertos habían hecho el trabajo de sustituir todas las características del español del siglo XVII, para que yo pudiera hacer una lectura fluida y captara mejor los planteamientos del autor.
Veamos un ejemplo de cómo se escribía el español en el siglo XIII, con dos versos de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1283-1350), mester de clerecía, de su poema Libro del buen amor, considerado una enciclopedia lírica amorosa y satírica de la Edad Media (12). Estos versos hablan sobre cómo, por su naturaleza, los hombres y otros animales desean tener relaciones sexuales con las hembras:
Como dize Aristótiles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver manutenencia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra plazentera.
Si lo dexiés de mío, sería de culpar;
dizelo grand filósofo, non só yo de rebtar:
de lo que dize el sabio non devemos dubdar,
ca por obra se prueva el sabio e su fablar.
Escrito en español contemporáneo tenemos:
Como dice Aristótiles, es cosa verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por conseguir el sustento diario; la otra,
por tener acoplamiento con una hembra placentera.
Si lo digo yo, me culparían;
lo dice un filósofo, que no puede rebatirse:
de lo que dice el sabio no debemos dudar,
porque sus dichos pueden probarse con los hechos.
Hay cambios de letras en las palabras, sustitución de verbos, sintaxis diferentes y, finalmente, frases enteras que deben reinterpretarse para entenderse.
Es posible que en sus escritos, que no pude encontrar, las dos grandes primeras poetas de la época colonial (siglo XVI), residentes en Santo Domingo, Leonor de Ovando (vivía aún en 1609) y Elvira de Mendoza (testamentó en 1637), escribieran, no hay duda, de acuerdo a la reglas que se conocían en el momento. Para tener una idea de cuáles eran, presento algunos versos de una poeta contemporánea a ellas, Luisa de Padilla (n. 1590), poeta mística española nacida en Burgos. Escribe lo siguiente:
O mi enamorado Jesús, O mi dulse y tierno amante
O alegría de los sielos, O dulce Jesús amable

Toda Señor me derrito, toda Señor me desago
Y quiero vivir por ti, ea Señor abrasadme (13)
Es notorio la sustitución de la “ce” por la “ese” en dulce y cielos; y de deshago sin la hache.
Quizás con más detenimiento podamos encontrar algún que otro arcaísmo en las obras de los autores dominicanos del siglo XIX, ninguna en la de los del siglo XX, y sí muchos neologismos, ya que, durante el siglo XIX, influyó la apropiación de palabras del francés y, durante el siglo XX, del inglés. Sabemos, por ejemplo, que la palabra zafacón escrito con zeta, un dominicanismo, se formó durante la intervención norteamericana de 1916, con la organización militar en las calles de los botes de basura con tapas que los soldados extranjeros llamaban safe can, o sea, recipientes seguros de lata.
Entre estos dos siglos, se hicieron cambios a algunos aspectos gramaticales. En la publicación de 1970 de la novela Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, que se supone copia fiel de la original, encontramos la siguiente oración:
“Si vos lo tuviéreis á bien, señor, asignarémos á un año, á contar de hoy, el dia (sic) en que se lleve a cabo el matrimonio” (14).
Esta frase tiene, en la actualidad, problemas fónicos, ya que se acentúa la “a” tres veces, un uso descartado hoy, por ser una palabra de una sola letra. La frase también tiene acentos en “tuviereis” y “asignaremos”, palabras graves o llanas, cuya acentuación prosódica carga en la penúltima sílaba y que hoy no llevan el acento.
Lo mismo hace Francisco Henríquez y Carvajal en una de las cartas que escribe a su hijo Pedro Henríquez Ureña, desde Santiago de Cuba en 1910, en que incurre en la acentuación de la “a”. Escribe:
Tengo á la vista tu última carta, que es del 7 de este mes… (15)
Sin embargo, en una de las epístolas de Pedro a su hermano Max Henríquez Ureña, no aparecen estos usos, y nos da la impresión de estar leyendo una carta escrita recientemente, en vez de hace casi un siglo. Escribe Pedro:
Recibí hoy el lote de periódicos que me mandaste, y la conferencia de Castellanos. Esta, que ha sido leída por algunos hoy mismo (Caso y Alfonso, por ejemplo), ha gustado extraordinariamente en su parte inicial. La parte siguiente, es decir, desde donde comienza a hablar de Rodó, es muy inferior… (16)
Es evidente el cambio en las reglas de la escritura entre la generación de Henríquez padre, que es la misma de Galván, y la del hijo.
Una diferencia notable entre la escritura de hoy y la de hace algunas décadas, la encontramos en los signos de puntuación y los acentos a las palabras. La Academia de la Lengua estableció nuevas reglas recientemente, entre las cuales están la liberación de la coma en muchos lugares requeridos anteriormente y cambios en la acentuación a muchas palabras. Esto ha obligado al escritor a estar atento a su aplicación.
En el discurso de Gabriel García Márquez en la ceremonia de inauguración del I Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Zacatecas (México) en 1997, quizás reaccionando a esta nueva reglamentación, el Premio Nobel de 1982 propuso que se “simplificara” la gramática “antes de que ella termine por simplificarnos a nosotros”, y requirió que se entierren “la ortografía, las haches rupestres o esa B de Burro y de Vaca que nos trajeron nuestros abuelos españoles como si fueran dos y siempre sobra una” (17). También pidió que “pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver”. Sus palabras crearon un maremagno tal, que eventualmente el famoso autor tuvo que admitir que lo habían mal interpretado… Y como prueba, su última novela Memoria de mis putas tristes, publicada en el 2004, cumple con todos los requisitos exigido por la Academia de la Lengua. También los autores dominicanos con publicaciones en este siglo han seguido estas reglas, aunque de vez en cuando se les escapa una sintaxis o un neologismo improcedentes.
Lo más importante de estos planteamientos es que la época de una obra puede ser identificada por sus variantes diacrónicas o diferencias temporales. El autor que, por protesta o desidia, escriba sin respetar las reglas del momento histórico, en el futuro, corre el riesgo de ser identificado de otra época.

CUARTA EXPRESIÓN: Variantes diatópicas o diferencias regionales
Define el Dr. Rosario Candelier: “Estas variantes espaciales que ofrece la lengua se aprecian en los regionalismos o localismos. Para deslindar las variantes, se habla de la lengua general (la que comunica a todos los hablantes sin distingos de lugar o país), la lengua nacional (con las características idiomáticas propias de un país) y la lengua regional (los rasgos de una región). En otros dominios idiomáticos es preciso hablar de lengua común frente a ‘dialectos’ locales” (18).
En la República Dominicana no hay dialectos, por lo que no se da una lengua común, como ocurre en España con el castellano (o “español”, como nosotros lo llamamos), donde no sólo hay derivaciones del latín que pretenden ser idiomas, como el catalán, sino también una lengua totalmente distinta como es el vasco. En nuestro país existe el español como lengua general y hay una lengua nacional, el español dominicano, y lenguas regionales en el Cibao, en el Sur y en Santo Domingo, la Capital.
No hay dudas que fue el venezolano Andrés Bello (1781-1865) quien primero llamó la atención hacia los usos locales del español, en su caso, el hablado en Venezuela, cuando publicó su Gramática en 1847, un libro que, todavía hoy, es punto de referencia y discusión. En fecha tan lejana, Bello enfrentó la Academia y señaló que en su país, tanto en el habla culta como en la popular, había variantes con relación a como se decían algunas palabras y frases en España. Yo recuerdo que había una tía abuela mía, Mercedes Tulia González, que, a finales del siglo XIX, fue alfabetizada con la gramática de Bello y escribía de acuerdo a sus reglas, entre las cuales estaba la sustitución de la y griega por la i latina. Lo cual nos parecía muy extraño a nosotros, que estudiábamos con la gramática española.
De los primeros en estudiar y analizar el español de la República Dominicana fue Pedro Henríquez Ureña en su ensayo El español en Santo Domingo, publicado en 1940, cien años después del libro de Bello, en el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires (19). Dos años antes, en 1938, había publicado El español en México, los Estados Unidos y la América Central, y todavía antes, en la década de los 20, El supuesto andalucismo de América, Seis ensayos en busca de nuestra expresión y otros trabajos relacionados con los léxicos del español americano, lo cual nos da a entender que el autor se preocupaba por este tema y fue, quizás, uno de los precursores en promover que las variaciones nacionales del español en Hispanoamérica fueran reconocidas a la par con el español de España, lo cual ocurrió a finales del siglo XX.
El español dominicano tuvo otros investigadores. Fueron:
Emilio Rodríguez Demorizi, quien, en 1944, en su Discurso de Ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua, escribió el ensayo Vicisitudes de La Lengua Española en Santo Domingo (20). Rodríguez fue un incansable recopilador de información sobre asuntos dominicanos, con una extensísima bibliografía.
Alberto Malagón, el autor de Manual de Castellano (análisis morfosintáctico y redacción) (21), publicado en 1977, que se propone como un método práctico para escribir ensayos y seminarios. Varios de sus otros libros tratan sobre la prensa en la República Dominicana (ideología, información y noticias).
Max Uribe, el autor de Notas y apuntes lexicográficos: americanismos y dominicanismos, publicada en 1996 (22), donde aparecen refranes antiguos como el cibaeño: “Casa es casa y lo demás es caballá”. Se involucró en el periodismo. Fue director del periódico La Información de Santiago de los Caballeros en fecha tan lejana como 1924, por lo que presumo que nació a finales del siglo XIX y la publicación de su obra en 1996 fue tardía o póstuma, después de ser reconocido informalmente por sus estudios lexicográficos.
En nuestro país no debe confundirse el español general con el español dominicano y el español regional. Cada una de estas variantes tiene características que debemos estudiar para comprenderlas y aplicarlas. El español general es el que usamos para comunicarnos con otros países hispanoparlantes. El español dominicano es el que usamos en todo el país, con las variaciones que corresponden a la elección que hemos hecho de modismos, etcétera, en el tiempo histórico. El español regional es el que tiene variaciones que sólo se aplican en las distintas regiones del país.
En la actualidad existen estudiosos del español dominicano y regional en casi todas las universidades del país, con discursos que, cada vez más, aclaran y fortalecen estas diferencias. En la Academia de la Lengua hay miembros estudiosos del español dominicano, tan prestigiosos como los doctores Bruno Rosario Candelier y Rafael González Tirado.
Una de las diferencias más notorias entre los regionalismos dominicanos del Cibao y la Capital es la deformación que hacen en las palabras al sustituir la ere con la i, en el Cibao, y con la ele en la Capital. Estos regionalismos fueron utilizados por muchos autores de la narrativa dominicana, sobre todo a finales del siglo XIX y principios del XX, con Juan Bosch a la cabeza. En su novela La mañosa y en casi todos sus cuentos, Bosch usa las distorsiones y vocablos regionales del Cibao, especialmente los del valle de La Vega Real, de donde él proviene. En la reciente publicación de Colección Pensamiento Dominicano, Volumen II, donde se recogen dos antologías de cuentos por Sócrates Nolasco, publicados originalmente en 1957 (23), encontramos cantidad de autores dominicanos que, en los diálogos, recurren a los regionalismos locales. Entre estos, todos muy prestigiosos, están:
Julio Acosta hijo (Julín Verona) (n. 1888), con “A mí no me apunta nadie con carabina vacía”.
Néstor Caro (n. 1917), con “Cielo negro” y “Guanuma”.
Max Henríquez Ureña (n. 1885), con “La conga se va”.
José Ramón López (1886-1922), con “El general Fico”.
Ramón Marrero Aristy (n. 1923), con “Mujeres” y “El fugitivo”.
Miguel Ángel Monclús (n. 1893), con “Una campaña del General Pelota”.
Sócrates Nolasco (n. 1884), con “Ma Paula se fue al otro mundo”.
Fredy Prestol Castillo (n. 1913), con “La cuenta del malo”.
Otilio Vigil Díaz (n. 1880), con “Cándido Espuela”.
Otros, como Miguel Ángel Jiménez (n. 1885) en el cuento “Honor trinitario”, ponen en cursivas las palabras regionales, como si estuvieran renuentes a reconocerlas como palabras formales.
En la actualidad, los narradores dominicanos utilizan los regionalismos cuando lo consideran conveniente. En algunas de mis novelas los he utilizado en los diálogos, como en Serenata. Al igual que Bosch y los demás autores mencionados, lo hice para caracterizar un personaje, en este caso el de Tito, un criado del protagonista. Aparece la siguiente frase: “Doña, don Cundo me acaba de decil que salimo pal nolte, y me gustaría il donde mi mujel” (24), donde encontramos en varias palabras la sustitución de la ere por la ele y la eliminación de las eses finales, y aparece la conjunción “pal” por “para el”, manejos típicos de la lengua regional de la Capital.

QUINTA EXPRESIÓN: Variantes diastráticas o diferencias de niveles
Define el Dr. Rosario Candelier: “Tenemos aquí lo que la socio-lingüística llama niveles de lengua, y registra el nivel popular, el medio y el culto, cuyas variantes se aprecian mejor en el léxico” (25), es decir, en el vocabulario utilizado por los hablantes de cada nivel.
El autor inicia su ensayo haciendo referencia a un texto de 1626 de Gonzalo de Correa, en el cual este filólogo español “señala varias diferencias en la lengua: por un lado, la de las edades y calidades; y por otro, la resultante del habla popular y la culta; por una parte, la que representan actividades diversas; y por otra, la que señalan la ubicación social y el sexo” (26). Correa finaliza advirtiendo a las comunidades o individuos que la forma de expresión que usan es sólo una parte de la lengua, no el todo, como algunos de ellos entendían o pretendían. Inútil advertencia. Las comunidades siguieron pensando que la manera en que hacían uso de la lengua era la más idónea, de aquí que el español hablado por los españoles se consideró hasta hace poco el español noble, original, que debía primar por arriba de todas las otras variantes adoptadas en Hispanoamérica; como consecuencia, se crearon roces y tergiversaciones entre los hispanoamericanos que querían escribir como usaban la lengua y los que pensaban que debían hacerlo de acuerdo a la imposición que venía de España. Igualmente pasó con los individuos, sobre todo los académicos, entre estos, los literatos. Estos siguieron pensando que lo correcto era el uso que daban a la lengua, con expresiones cultas que se diferenciaban totalmente del uso consuetudinario que adoptaban para hablar con familiares y amigos, y, todavía más, del uso popular de la lengua.
En la literatura, es dos siglos después de la advertencia de Correa que el lenguaje consuetudinario comienza a reivindicarse, durante el XIX, cuando surge el realismo en Europa, específicamente en el diálogo de algunas novelas. Lo mismo ocurre con el lenguaje popular a finales de ese mismo siglo, cuando el verismo italiano, derivación del naturalismo francés, lo adopta en los diálogos de sus narraciones (noten que es sólo en los diálogos que se aceptan los usos no cultos). La consideración de que unos usos eran más nobles que otros se mantiene, especialmente en la literatura. Durante el siglo XX, la obra más polémica, que contribuyó a aceptar formalmente las diferencias de nivel en la literatura, fue la novela de James Joyce (1882-1941), Ulises, publicada en 1922, considerada la obra maestra del siglo, una “novela experimental en la que (el autor) intentó que cada uno de sus episodios o aventuras no sólo condicionara, sino también ‘produjera’ su propia técnica literaria: así, al lado del ‘flujo de conciencia’ (técnica que había usado ya en su novela anterior), se encuentran capítulos escritos al modo periodístico o incluso imitando los catecismos” (27). Fanny Buitrago, novelista galardonada colombiana, hace una síntesis del aporte de Joyce cuando explica que “Joyce luchó contra las expresiones idiomáticas y religiosas, le perdió el miedo al lenguaje, era capaz de definir las situaciones y los personajes con una sola palabra y su narrativa es cortante” (28). Joyce era irlandés, y escribió la novela en inglés salpicado con la jerga inglesa e irlandesa de los barrios donde él se crió. Creó el monólogo interior (o “flujo de consciencia”, como lo ponen algunos), también en jerga (en el original, a veces es difícil entenderlo), y fue de los primeros en describir escenas de sexo y otras, consideradas obscenas por la veracidad con que lo hacía. La obra creó un impacto en la narrativa mundial que cambió el rumbo de ésta. A partir de entonces, la narrativa será más fluida, con personajes que oscilan con la mayor naturalidad de su mundo exterior al interior; el lenguaje será cada vez más ordinario con incursiones en la lengua regional o en el nivel popular; y los autores adaptarán las técnicas de Joyce o crearán sus propias técnicas. Vendrán Ernest Hemingway (1898-1961) con el uso en los diálogos de frases cortas, incisivas, a imitación de los diálogos entre personas vulgares, como gángsters y otros, que no tienen mucho qué decirse, una técnica que adoptarán otros escritores; William Faulkner (1897-1962) con el uso de técnicas innovadoras como la inclusión de múltiples narradores o puntos de vista y los saltos en el tiempo de la narración, y la creación de un lugar imaginario en Estados Unidos que inspirará a García Márquez a crear a Macondo en Colombia. Seguirán otros que, como ellos, usarán un nivel de lengua cada vez más popular. La situación en la narrativa española también varía, por supuesto, y tenemos a un Camilo José Cela que utiliza en sus novelas palabras y frases soeces, e inclusive llega a recopilar un diccionario de vulgaridades (es de los que en Zacatecas, junto con García Márquez y Octavio Paz, también reclama flexibilidad en las reglas del idioma español). Sin embargo, es en el siglo XXI que realmente se reconoce la igualdad entre los distintos niveles de la lengua, con la adjudicación del Premio Pulitzer, el más prestigioso galardón norteamericano, a una obra literaria muy singular, escrita por Junot Díaz, un inmigrante dominicano cuya familia se radicó en Nueva York. Se trata de la novela La breve y maravillosa vida de Oscar Woe (2008), en la que el autor adopta un nivel de lengua popular, el spanglish, una jerga en que se mezclan expresiones deformadas del inglés y el español en los barrios hispanos neoyorquinos. Con esta obra se completa el ciclo iniciado por James Joyce en Ulises. De ahora en adelante todo es válido.
Todavía no sabemos qué repercusiones tendrá este paradigma literario entre los narradores de lengua española, aunque en la República Dominicana ya hay precedentes con autores supuestamente “irreverentes” como Rita Indiana Hernández, que, en su novela La estrategia de Chochueca, escribe desfachatadamente, en la jerga en que habla el grupo de jóvenes al cual pertenece. También hay autores que usan el nivel popular no sólo en el diálogo sino en el texto, tales como Pedro Antonio Valdez en Carnaval de Sodoma y Jeannette Miller en La vida es otra cosa. El problema con estos usos de palabras y formaciones del nivel popular y pandillero, es que, si el lector no los conoce por provenir de las clases sociales media y alta (de donde son los que compran libros), puede no entenderlos, y entonces ocurre que, por obligación, el autor tiene que aclararlos, como hizo Jeannette Miller en su novela, a la que anexó un glosario preparado por ella misma. También a principios de siglo, Casimiro de Moya (1849-1915), un activo militar, político y escritor, hoy recordado por la confección de un mapa muy detallado de la ciudad de Santo Domingo, incursionó en esta modalidad. En los capítulos “Historia del Comegente” y “Testamento del Comegente”, de su novela Dramas dominicanos (introducción publicada en 1915) (29), crea un glosario semejante cuando pone a pie de página los vocablos “dominicanos” que utiliza en su texto, tales como “grajo” por “sobaquina” y “plumearse” por “huir”, lo cual significa que la inquietud de los narradores por garantizar la comprensión de sus textos tiene una historia larga y que la adopción del nivel popular tiene sus consecuencias. A menos que el nivel popular sea tan extendido que no haya necesidad de “traducir” los vocablos, como ocurre con el spanglish en los Estados Unidos, que tiene a 40 millones de hispanoparlantes como posibles lectores (30).

CONCLUSIONES
El conocimiento del estado de lengua y la aplicación de las expresiones ayuda al narrador a tener una comprensión más cabal del idioma que usa y lo capacita para enriquecer el cosmos que crea en su obra. También lo capacita para apreciar mejor los cosmos que crean otros narradores.
En la actualidad se presentan oportunidades al narrador dominicano que no existían antes. La más interesante, quizás, es la de difundir la obra en digital por Internet, ya que elimina al editor y puede llegar a lectores de todas partes del mundo.
El narrador, por la naturaleza de su producción, está obligado a adoptar en su obra el tipo de lengua literaria; pero todo parece indicar que, en lo adelante, podrá incluir los otros tipos de lengua, la discursiva y la activa. Sin embargo, para hacerlo, debe tomar en cuenta que, ante todo, el tipo en que trabaja es la literaria, y que ésta debe primar sobre las otras.
En la actualidad, la Academia de la Lengua ha establecido una serie de reglas que deben ser respetadas, principalmente, porque conviene para mantener la lengua española homogénea, compartida entre todos los hispanoparlantes; pero también para que haya coherencia con la época en que se escribe, y dentro de cien años pueda decirse: Esa obra se escribió a principios del siglo XXI.
El español dominicano es tan valioso como el de España y otros países hispanoparlantes, y debemos estudiarlo para trabajarlo en nuestras obras. Eliminar dominicanismos simplemente porque lo son es una tarea estéril, que sólo conlleva a la destrucción de una riqueza que es nuestra. Los regionalismos deben también identificarse y preservarse, usarse adecuadamente.
Con el Premio Pulitzer otorgado este año a la obra de Junot Díaz en spanglish se completa un círculo que comenzó, hace casi un siglo, con los experimentos de James Joyce en Ulises. En lo adelante, los niveles de lengua, el popular, el medio y el culto, pueden ser utilizados según lo considere el autor, sin que con ello se entienda que hay desmérito por ser uno más noble que el otro. Los autores de narrativa tienen por delante, a escoger, una capacidad expresiva que no existía anteriormente.
La narrativa ahora se enriquece con todo lo que ofrece la lengua. Durante todas las épocas, siempre ha logrado renovarse. Esa es su magia. Por eso, una vez creada, se mantiene como el género literario más leído.
La narrativa dominicana tiene el reto de adecuarse a los tiempos... si no lo ha hecho todavía.

NOTAS
1. Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Española. Madrid, 1992, 21a. ed., p. 937.
2. Rosario Candelier, Bruno. Ensayos lingüísticos. Santiago, Pontificia Universidad Católica Madre y maestra, 1990, pp. 241-245.
3. Ibídem, p. 242.
4. . Calderón de la Barca. La vida es sueño. Líneas finales del soliloquio de Segismundo que comienza: Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando, / disponiendo y gobernando…
5. Fueron El Alcalde de Zalamea, La dama duende, El mayor monstruo del mundo y El mágico prodigioso
6. Veloz Maggiolo, Marcio. La mosca soldado. Madrid, Ediciones Siruela, 2005, 2da. ed., p. 72.
7. Rosario Candelier. Ensayos lingüísticos. P. 244. Las expresiones no incluidas son: Diferencias de estilo o variaciones diafásicas; diferencias de uso o variantes diapráxicas, y diferencias de grado o variantes jerárquicas.
8. Ibídem, p. 242.
9. Película Zeitgeist. The greatest story ever told.
Htt://video.google.com/videoplay?doced=8971123609530146514
10. Rosario Candelier. Ensayos lingüísticos, p. 243.
11. Ibídem, p. 243.
12. Arcipreste de Hita. Libro del buen humor. Google.
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/24661685545133385754491/p0000001.htm#1
13. Maura, Juan Francisco. Españolas de ultramar en la historia y en la literatura. Google. http://books.google.com.do/books?id=RyShHEiFA64C&pg=PA167&lpg=PA167&dq=elvira+de+mendoza+literatura&source=web&ots=keDJEXthx8&sig=n4QOvogmC1dvdofwo8t4bWnpRPw&hl=es&sa=X&oi=book_result&resnum=1&ct=result#PPA171,M1
14. Galván, Manuel de Jesús. Enriquillo, leyenda histórica dominicana. Santo Domingo, Colección Pensamiento Dominicano, 1970, vol. 44, p. 166.
15. Familia Henríquez Ureña. Epistolario. Santo Domingo, Secretaría de Estado de Educación bellas Artes y Cultos, Publicaciones del Sesquicentenario de la Independencia Nacional, 1994. p. 525.
16. Ibídem. P. 533.
17. Discurso de García Márquez en I Congreso Internacional de la Lengua en Zacatecas. Google
http//congresodela lengua.es/zacatecas/imauguracion/garcia_marquez.htm
18. Rosario Candelier. Ensayos lingüísticos. P. 243.
19. Henríquez Ureña, Pedro. El español en Santo Domingo. Buenos Aires: Facultad de Filología y Letras. Universidad de Buenos Aires. Instituto de Filología, 1940.
20. Rodríguez Demorizi, Emilio. Vicisitudes de La Lengua Española en Santo Domingo. (Discurso de Ingreso en la Academia dominicana de la Lengua. Contestación del Lic. Virgilio Díaz Ordóñez). Ciudad Trujillo. Editorial Montalvo, 1944.
21. Malagón, Alberto. Manual del Castellano (análisis, morfosintáctico y redacción). Santo Domingo, Universidad Autónoma de Santo Domingo, Colección Educación y Sociedad, 1977.
22. Uribe, Max. Notas y apuntes lexicográficos: americanismos y dominicanismos. Santo Domingo, Universidad Central del Este, 1996.
23. Colección Pensamiento Dominicano. Santo Domingo, BanReservas y la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, vol. II. 2008.
24. Gautier, Manuel Salvador. Serenata. Santo Domingo, Editora Búho, 1998, 1ra. ed., p. 46.
25. Rosario Candelier. Ensayo lingüístico. P. 242.
26. Ibídem. P. 242.
27. Biografías y vidas. James Joyce. Google.
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/j/joyce.htm
28. Con desayuno “estilo James Joyce” celebrarán los cien años de Ulises. Google http://www.familia.cl/ContenedorTmp/Ulises/ulises.htm
29. De Moya, Casimiro. “Historia del Comegente” y “Testamento del Comegente”. Colección Pensamiento Dominicano. Vol. II, pp. 729 -739.
30. Estadísticas sobre la población hispana en los Estados Unidos. Google
http://es.wikipedia.org/wiki/Idioma_espa%C3%B1ol_en_Estados_Unidos#Estad.C3.ADsticas_sobre_la_poblaci.C3.B3n_hispana

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