Wednesday, September 22, 2010

16 Viento negro, bosque del Caimán, de Carlos Esteban Deive


Revolución en Haití

EL LENGUAJE REIVINDICADO
Sobre la novela Viento negro, bosque del Caimán, de Carlos Esteban Deive
Ateneo Insular, Santo Domingo, 27 septiembre 2003

Por Manuel Salvador Gautier

1. EL LENGUAJE
Lo extraordinario siempre nos sorprende. En Viento negro, bosque del Caimán, Carlos Esteban Deive hace gala del uso del lenguaje en un compromiso consigo mismo, como Miembro de la Academia de la Lengua, y con sus lectores, ávidos de obras de envergadura, para deleitarnos con un continuo derroche de palabras, frases, párrafos y capítulos de una perfección lingüística impresionante. En esta obra, el léxico y la sintaxis se aúnan para crear un acontecimiento literario impecable, una obra a estudiar por intelectuales y estudiantes como paradigma del uso de la lengua española en la literatura dominicana. Hay una manifestación erudita del lenguaje realizada con una naturalidad asombrosa. Los términos se suceden uno tras otro, reconocibles o no, cómplices de una estructura fraseológica dilatada y estilizada.
La obra comienza con una oración larga, de variadas informaciones, que introduce al lector en la ambientación de la época en que discurren los acontecimientos relatados.
“Desgranaba el coro de negras ganadoras su monótona letanía de víveres por las aún desiertas calles de la ciudad cuando un hombre embozado hasta las orejas se coló furtivamente en la recámara de Su Excelencia Reverendísima para confirmarle la ominosa noticia que tildaba de judío al curazoleño José Obediente…” (p. 7).
En esta primera imagen, se utiliza un adjetivo usual: “ganadora”, en un contexto inusual. El lector se ve obligado a estudiar el significado de esa frase introductoria, aparentemente simple y, en realidad, muy compleja, para caer en cuenta que el autor está describiendo el paso por las calles de la ciudad de las vendedoras ambulantes que se mantienen con la venta de sus productos, o sea, que son “ganadoras” porque ganan lo que necesitan para vivir. Este efecto de oraciones largas con uso de vocablos inéditos y variada información lo adoptará el autor continuamente con el fin de hacer sentir al lector que está ante un documento que maneja una época histórica de manera inusitada.
Más adelante el autor hará notables descripciones de sus personajes en un momento cualquiera, como parte de la minuciosidad con que va presentando su relato. Una muestra de esta técnica es la siguiente:
“…Erecto como un chopo, la nariz respingona, con tabas en muñecas y canillas y estampa de condotiero veneciano, Su Señoría blandió el pañuelo ungido de bergamota a modo de saludo, enrolló los mapas en los que había dibujado con Cassola los desplazamientos verticales y horizontales de las tropas por si estallaba la guerra con los franceses y se quedó, impertérrito cual esfinge, a la escucha de lo que la comisión de notables tuviera a bien decirles…”. (P. 54)
También usará esta técnica de descripción meticulosa para explicar algún detalle de los acontecimientos relatados. Una muestra es la siguiente:
“…Las reglas jerárquicas preconizaban que, en los cálculos probabilísticos de Toussaint Louverture, se recurriese a ciertos sutiles matices en los que la reticencia disputaba el tono a la sensatez, cálculos conducentes a negociar de tú a tú con Maitland, el adalid de las tropas albionas, su descuartelamiento y posterior reenvío a donde les saliese de los forros…” (P. 228)
A veces, para romper la estructura continua y exigente de las frases o la solemnidad de una oración, el autor recurre a palabras cortantes y vulgares como “pendejos” (P.24), “no jodas” (P.76) y “¡Ay ñeñe!” (P.130). En otras ocasiones el autor adopta frases populares del momento, como “comesolos” (P. 52), “nuevo camino” (P. 98) e “hijos de Machepa” (P. 98)
Estos ritmos pausados, explicativos, de frases enriquecidas por palabras bien escogidas, crean un lento discurrir de la acción, un efecto realizado a propósito para no precipitar los acontecimientos. Cada capítulo es un cuadro que comienza con escenas que tendrán o no que ver con el objetivo principal de éste dentro del desarrollo del tema y de la trama. Poco a poco el lector va descubriendo de qué se trata el asunto, cuál de los personajes tiene importancia dentro de la acción, cuál actividad o descripción conlleva a una acumulación de informaciones que va definiendo el acontecer de la obra.

En cuanto a la riqueza del léxico, tan sólo hay que tomar el primer capítulo para encontrar una buena cantidad de palabras inusuales, usadas adecuadamente, y usuales, utilizadas de manera inusual.
Veamos algunas de las palabras inusuales usadas adecuadamente:
“soltó un taco” (dijo una grosería), “el chicotazo de un rebenque” (el latigazo con una cuerda que tiene diversos usos), “entinemas (silogismos reducidos a dos proposiciones), epiqueremas (silogismos en que las premisas van acompañadas de su prueba) y sorites (argumento compuesto de una serie de proposiciones ligadas entre sí)”, “un patio de monipodio” (un patio donde se hacen asociaciones con fines ilícitos), “ordenó tascar bridas” (ordenó resistir con impaciencia una sujeción), “ajustóse el solideo” (ajustóse el casquete de seda que usan los eclesiásticos), “pronunciación gabacha” (pronunciación desgarbada, sin gracia).
También aparecerán términos que ni siquiera se encuentran en el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española, tales como:
“zocodóver repelente y sórdido” , “llama flugótica y desflugoticada”,
En cuanto a palabras usuales usadas en forma inusual, encontramos:
“encaramada jerarquía”, “caldos espiritosos”, “coz de mula en el trigémino”.
Así aparecerán continuamente en los trece capítulos que conforman la obra.

En el lenguaje que usa para la descripción de sus personajes, el autor es preciso y, a veces, implacable.
De Ignacio de Oyarzábal dice:
“…A pesar de que solía autocriticarse con frecuencia, el dueño de Boca de Nigua sentíase atrozmente desamparado y con el corazón en un puño. Lo que nunca había hecho, ni quizás haría, confirmaba su debilidad de carácter, y por eso disculpaba su conducta diciendo a derechas y torcidas que el mundo no era cosa del otro mundo, sino así y asá. Entonces entornaba los ojos para no ver nada más que las copas de los árboles y se preguntaba quién era o fue, si ya no sería lo que deseaba ser y también sobre su ignorada identidad, tan a menudo inflada de fatuidad o de ridiculez, y como no era posible una respuesta contundente enrojecía de vergüenza, se apiadaba de sí mimo y en su desvarío corregía el pasado, lo borraba de su memoria y lo volvía a construir desesperadamente para de esa forma forzar una felicidad que ni antes ni ahora había dejado de imaginar…” (Pp. 187-188).
Quedamos impresionados ante un personaje descrito con tanta minuciosidad y esperamos que protagonice un evento de importancia en el discurrir de la trama; cosa que no sucede. La crisis acontece no porque el personaje es débil, como ha sido descrito, sino porque ésta era inminente, imposible de detener, dada las circunstancias. Cuando la crisis llega, el personaje no estará ahí para enfrentarla.
Es notorio, sin embargo, el uso que hace el autor de adjetivos encomiásticos y de referencias positivas para los personajes que el autor estima.
Toussaint Louverture es considerado por el autor como el libertador de los esclavos y, por lo tanto, merecedor de su admiración. La primera vez que este personaje entra en escena, el autor lo describe descarnadamente, pero con respeto.
“De pie sobre los estribos de un percherón, un negro de mediana edad, de cara angulosa, labios amoratados y bembudos, vigilaba la labor de hormigas de la peonada, impartiendo órdenes precisas y tajantes. “¡Toussaint, helas!”, lo saludó el gerente. El jinete le regaló una sonrisa de compromiso. “Hermoso potranco” —dijo Ignacio de Oyarzábal. “M pa kompran sa li di” —gruñó el mentado Toussaint. “Lap palé pagnol monché”. No entendía el español, tuvo que aclararle monsieur Baillon…” (P. 32)
Más tarde en la obra, cuando Louverture es ya el líder del movimiento de ocupación de toda la isla por los franceses, acordada en el Tratado de Basilea, el autor lo describe de la siguiente manera:
“En Saint Domingue…, Tousaint Louverture, enigmático como una esfinge y con su petate de general al hombro, había promulgado una amnistía… Sagaz en maniobras delusivas y suasorias, el caudillo negro sólo aceptaba pactos pasajeros, con los que trazaba, a grandes y pequeños rasgos, de acuerdo con las circunstancias, sus inescrutables estratagemas de estadista en ciernes…” (Pp. 226-227)
Este tipo de manejo circunstancial y/o casual de los personajes conlleva a que no haya personajes principales en la obra. Hay una caterva de ellos que el lector deberá tomar en consideración cada vez que se abre un nuevo capítulo.

Por otra parte, hay un humor negro que permea la obra en todo momento, más evidente en el manejo de las acciones de los personajes que no le son simpáticos al autor.
Sobre la reacción del Arzobispo de Santo Domingo, fray Fernando de Portillo y Torres, a un manuscrito que le presenta un espía enviado a Curazao a averiguar sobre la veracidad del judaísmo de un personaje, el autor escribe:
“…La escritura de Saturio Madroñero era un abrojo de letras encimadas, un berenjenal de vocales y consonantes que fray Fernando de Portillo y Torres, a pesar de su enjundiosa sapiencia, se afanaba en desenmarañar. Leyendo el exorcizado manuscrito del párroco, el eminentísimo prelado calibró en su justa medida la gigantesca e intragable inquina que profesaba al judío curasoleño desde el mismísimo día en que tuvo al ingrata fortuna de conocerlo, aversión que había conservado incólume, pero in pectore, y que ahora, en prenda a la sensacional revelación, se le desparramaba incontroladamente, como torrente de agua de mayo, por cada poro de su despalmezada epidermis…” (P. 13)
El humor aquí es estructural, con uso de frases certeras como “abrojo de letras encimadas”, “berenjenal de vocales y consonantes”, “enjundiosa sapiencia”, “gigantesca e intragable inquina”, “eminentísimo prelado”, “despalmezada epidermis”, que van dosificando en forma sarcástica e insondable la actitud del personaje hacia lo que maneja.

2. EL TEMA Y LA TRAMA
Es evidente la profunda investigación que hiciera el autor para relatar los hechos que acontecieron en el período histórico que va de 1790 a 1801, en un triángulo de odio y perversión entre hombres y mujeres, colonos y esclavos, revolucionarios y contrarrevolucionarios pertenecientes a los territorios de las colonias isleñas de Santo Domingo, española, y Saint Domingue, francesa, y del reino de Francia en la Europa continental, en el momento de su transformación a imperio. Con cuidadosa autenticidad, el autor va relatando cada una de las circunstancias que llevaron a la ocupación del territorio isleño español por las tropas francesas, dirigidas por negros libertos. Sin embargo, el tema de la obra no es propiamente la descripción de estos acontecimientos históricos, aunque aparezcan con deslumbrantes detalles. Así como en la novela La guerra y la paz, de León Tolstoi, se toma como pretexto la guerra napoleónica para presentar las reacciones de los seres humanos frente a este acontecimiento fatal, en Viento negro, bosque del Caimán, Carlos Esteban Deive toma como pretexto la ocupación del territorio español de la isla de Santo Domingo por los franceses para presentarnos la descomposición de una forma de vida que tuvo su estabilidad basada en la esclavitud; y lo hace de una manera excepcional, usando una técnica de viejo cuño: la relación de capítulos, cada uno completo de por sí, que sumados unos con otros, dan la totalidad de la propuesta trascendental. La lectura de la obra es como un recorrido por el Museo del Prado, en Madrid, a lo largo de los salones dedicados a Velázquez, frente a los grandes lienzos que cuentan la historia de los reyes de España. En la obra de Deive, en cada capítulo, nos encontramos con descripciones de las actitudes y las reacciones de hombres y mujeres, conservadores y reticentes al cambio, imbuidos de un poder basado en la desigualdad y el abuso a los demás hombres, cogidos de repente en una sociedad en transformación y enfrentados a acontecimientos que los obligan a entregar su poder a los dirigentes que surgen, actuando bajo los nuevos preceptos de libertad e igualdad entre los hombres.
La trama, por lo tanto, es episódica; a veces discurre presentando asuntos pertinentes; otras, en forma oblicua; siempre, tratando casos relacionados con el tema: la descomposición de una sociedad y su inhabilitación para seguir dirigiendo los destinos del territorio donde se desarrolla.
De los cuadros-capítulos, quizás el más hermoso es el que trata el inicio de la insurrección de los esclavos, dirigida por el negro Bouckman Dutty, convocada en el bosque del Caimán, donde el autor hace un despliegue de ambientaciones con ribetes poéticos. El autor, no hay duda, cree en la libertad y en los que abogan por la libertad, no importa su cultura. En la noche del bosque del Caimán, delegados de todas las etnias de negros esclavos convocan a los dioses africanos para que les concedan la libertad. La reunión de Toussaint Louverture con Bouckman Dutty es descrita con magistral acierto; sin embargo, es el encuentro mismo de todos los negros en el bosque donde el autor se inspira para producir sus más bellas exposiciones.
“La noche de la convocatoria, el bosque del Caimán trepidaba como un panal de avispas, el cielo agujereado de esquivos luceros. Delegados de todas las habitaciones de la Pleine se habían reunido en un calvero del bosque, pieles negras en la negra hojarasca de la espesura. La luna, redonda como una toronja, destilaba una luz macilenta. Un viento desmelenado huroneaba entre el follaje, destrenzaba la enredadera de las ramas y acrecía el croar de los batracios. Bambaras, congos, ibos, aradas, biafaras, mandingas, biochos y minas parloteaban evocando encuentros pasados. Un golpe de tambor, seguido de otro y otro, galopó de pronto entre el tupido cedazo del bosque. En un principio vacilante y tardo, como si recelase de que los blancos lo oyesen, el redoble de los parches, unido al del viento que no cesaba de gruñir, se hizo más vivo y sostenido. Un coro de negras emparejó su canto al compás de la sincopada persuasión:

¡Ahi, manman, he,
tambour moin relé.
Jou-m allongé,… ahi,
Ahi manman…

“Los esclavos de las distintas habitaciones se miraron desconcertados. ¿Qué clase de broma era esa? ¿Habían ido al bosque en una noche tan desapacible, exponiéndose a un severo castigo de sus amos, sólo para asistir a un fandango? ¿O se trataba de una encerrona? Los blancos eran demasiado taimados. Un súbito cambio en el toque de los cueros enardeció a las cantantes:

Atibó-Legbá,
l‘uvri bayé pu muá,
Agoé
Lo m‘a tune,
m‘salié loa-yo,
vudú Legbá,
l‘uvri bayé pu muá…

“¡Vaya! ¡Era un servicio! Las mujeres imploraban el auxilio de Papá Legbá para que se abriese la barrera que separaba a los fieles de los demás luases. Un trueno ensordecedor quebró el enmarañado resoplido de los atabales. Del entrecejo de las nubes despuntó un relámpago que perforó la dura corteza de la noche y, a seguidas, una cascada de agua se precipitó sobre el calvero, anegándolo todo. Agua, rayos y viento se concertaron desenfrenadamente con el estridor de los tambores que exorcizaban a Hevioso, deidad jupiterina dispensadora de las centellas. De repente, un machete tremoló en las febriles manos de la mambo Romaine la Prophétesse. De un tajo rebanó la cabeza de un puerco, que se derrumbó sin proferir un sólo gemido. La sangre, caliente y espesa, manó a chorros y la mambo roció con ella pechos, muslo y vientre como si lavase la suciedad de la muerte. Negras y parches se juntaron de nuevo en una melopea deprecadora:

¡Ogou-o! ¡Ferraille-o!
En allez avé-m
¡M‘dis Ogou-o! ¡Ferraille-o!
Cannon te met tiré…!”


Así, con un despliegue de palabras y frases diferenciadas del sólito academicismo o populismo adoptado usualmente por los escritores hispano parlantes, Carlos Esteban Deive reivindica la lengua castellana y nos presenta una obra intensa y sugestiva.


(1) Carlos Esteban Deive. Viento negro, bosque del Caimán. Editora Centenario. Santo Domingo, República Dominicana. Noviembre 2002

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