Saturday, September 11, 2010

09 Cuentos infantiles: EL CASO DE LAS MUCHACHITAS DESOBEDIENTES


EL CASO DE LAS MUCHACHITAS DESOBEDIENTES

Por Manuel Salvador Gautier

En una ciudad junto al mar, en un barrio donde habían muchas calles y muchos árboles, vivían tres hermanitas que iban todos los días a la escuela, caminando que te camina.
Las tres muchachitas partían de su casa tempranito, después de un rico desayuno, y volvían de la escuela a mediodía, antes de la comida. Para llegar a la escuela, ellas tenían que cruzar varias de esas calles arboladas, por cuyos carriles iban y venían camiones, camioncitos, guaguas, guagüitas, carros, motores, motocicletas, triciclos, bicicletas y demás vehículos.
Cuando las tres hermanitas salían, su mamá les decía:
—Mis hijitas, en el camino a la escuela siempre vayan por la acera, al paso, sin correr. Fíjense bien lo que hay por delante, no vayan a tropezar con alguien. No se detengan a comprar dulces ni se pongan a hablar con gente que no conozcan. Si tienen que ayudar a alguien, háganlo y enseguida se van, sin dilatarse mucho ni esperar a que les den las gracias.
En fin, la mamá les daba todos los consejos que las mamás siempre dan para evitar que sus hijos tuvieran problemas en la calle.
Mas resulta que la hijita mayor no oía los consejos, y lo que le gustaba era ir en medio de la calle y desafiar las bicicletas, los triciclos, las motocicletas, los motores, los carros, las guagüitas, las guaguas, los camioncitos, los camiones y todos los demás vehículos que pasaban de contén a contén, unos que iban por aquí y otros que iban por allá, causando contrariedades y resabios a los conductores, cuando se veían obligados a desviarse de su carril para no atropellarla.
Y resulta que la segunda hijita tampoco oía los consejos de su mamá, y lo que le gustaba era encaramarse en los árboles para tirarle ramitas, hojas, frutas y semillas a la gente que pasaba por debajo, causándoles molestias con sus fastidios y burlas.
Y resulta que la única que seguía los consejos de su mamá era la hijita menor, que salía de la escuela y caminaba por la acera, cruzaba las calles después de asegurase que el semáforo estaba en verde para los peatones o cuando veía que no venían vehículos, y llegaba a su casa tranquilamente, antes de las otras dos.
La mamá decía:
—¡Pero bueno! ¿y qué pasa con esta muchachita que siempre llega primero que sus hermanitas, que se presentan huyendo, cuando ya la comida está en la mesa?
Mas la hermanita menor no respondía y sus otras hermanitas siempre tenían una excusa o una respuesta cuando se presentaban delante de la mamá. Como consecuencia, la mayor continuaba caminando en medio de la calle; la segunda, encaramándose a los árboles, y la menor, llegando sola de la escuela
En el camino a la escuela la hermanita menor le decía a su hermanita mayor:
—¡Hermanita, acuérdate de lo que dice mamá y no te pongas a caminar en medio de la calle!
Mas la hermanita mayor no hacía caso y se iba al medio de la calle, y hasta zigzagueaba de un contén a otro contén, pasando entre los carros; luego le sacaba la lengua a la hermanita menor y le decía:
—¡Eh, eh, yo hago lo que me da la gana y no me pasa nada! ¡Ningún carro me puede tocar, pues yo soy más rápida y sé lo que hago, mientras que los carros son máquinas brutas que no saben lo que hacen y los guía la gente!
De vuelta de la escuela, la hermanita menor le decía a su segunda hermanita:
—¡Hermanita, acuérdate lo que dice mamá y no te trepes a los árboles!
Mas la segunda hermanita no le hacía caso y se gaviaba al árbol más alto, y, desde la copa del árbol, le hacía musarañas a su hermanita menor y le decía:
—¡Eh, eh, yo hago lo que me da la gana y no me pasa nada! ¡Yo soy más ágil que un mono, trepo hasta lo más alto del árbol y desde allí le hago señas a los barcos y a los aviones!
Así pasaban los días, y la hermanita menor se preocupada cada vez más con las ocurrencias y las mañas de sus hermanitas mayores.
Un día, la hermanita menor llegó a su casa sola como siempre, de vuelta de la escuela; mas pasó el tiempo y sus dos hermanitas mayores no regresaron. El papá y la mamá y la hermanita menor comieron en silencio, alarmados porque las otras dos muchachitas no llegaban.
—¿Qué les habrá pasado a tus dos hermanitas? —preguntó la mamá, después de la comida—. ¿Tú crees que debemos salir a buscarlas?
La hermanita menor, sabiendo que a su hermanita mayor le gustaba caminar en medio de la calle y a su segunda hermanita le gustaba treparse por los árboles, le dijo a su mamá:
—Yo creo que sí, mamá. Vamos a buscarlas que yo sé donde ellas pueden estar.
La mamá y la hijita menor salieron a buscar a las otras dos muchachitas, y, busca que busca, no las hallaban.
La hermanita menor miraba todos y cada uno de los árboles en el camino a la escuela, para ver si encontraba a su segunda hermanita trepada en uno de ellos, y se fijaba si había alguien que caminaba en medio de la calle, para ver si era su hermanita mayor; mas no encontró huellas de sus hermanitas.
Al fin, la mamá dijo:
—¡Vamos a tener que salir a buscarlas por toda la ciudad! —y así hicieron.
La mamá y la hijita menor caminaron por todas las calles de la ciudad; mas la hijita mayor no estaba en medio de una de las calles por la que pasaron, ni la segunda hijita encaramada en uno de los árboles.
—¡Ay! —decía la mamá—. ¿Dónde pueden estar mis dos hijitas queridas? ¿Por qué no fueron obedientes? ¿Por qué una tenía que caminar en medio de la calle y la otra treparse en los árboles?
La mamá y la hijita menor siguieron caminando y caminando, hasta que llegaron al zoológico.
—Vamos a descansar aquí, mi hijita —le dijo la mamá a su hijita menor—. ¡Estoy agotada de tanto caminar! —y se sentó en uno de los bancos que había por allí.
Al poco rato vieron, debajo de un árbol frondoso, a un grupo de monos que gesticulaban y daban chillidos, mientras rodeaban algo.
—¿Qué es esto? —oyeron que decían los monos—. ¡Viéndote trepada a los árboles creíamos que tú eras un mono, pero tú no eres mono ni por asomo! —y seguían chillando y gesticulando.
La mamá y la hijita menor sintieron curiosidad y se acercaron con mucho cuidado al grupo de monos. Enseguida advirtieron que en el medio de éstos, de espaldas al árbol, se protegía una de las muchachitas que ellas buscaban.
—¡Mamá, hermanita, sálvenme! —gritó la muchachita—. ¡Sálvenme! ¡Estos monos me tienen rodeada y no me dejan ir!
Mientras tanto, los monos seguían chillando y gesticulando, diciendo:
—¡Qué es esto! ¡Nosotros creíamos que tú eras mono, pero tú no lo eres!
La mamá y la hermanita menor recogieron unas ramas secas que encontraron por allí cerca y espantaron con éstas a los monos, que huyeron, subieron a los árboles y brincaron de rama en rama.
—¡Hija mía! —le dijo la mamá a la segunda hijita—. ¡Cuéntame como viniste a parar aquí al zoológico, rodeada de estos monos maniáticos!
—¡Ay, mamá! —le dijo llorosa la hijita segunda—. Yo te desobedecí, y todos los días, cuando iba y venía de la escuela, me trepaba en los árboles y gozaba muchísimo tirándole ramitos, hojas, frutas y semillas a la gente que pasaba, y también haciéndole señales a los aviones y a los barcos. Hoy, cuando yo más entretenida estaba, vinieron estos monos, me agarraron de la mano y me trajeron aquí. ¡Ven, monito!, me dijeron, y yo no me pude zafar. ¡Ay, que susto, mamá querida! ¡Nunca más volveré a subirme a un árbol para molestar a la gente, ni volveré a decir que soy más ágil que un mono!
La mamá se sintió muy compungida porque su hijita no había comprendido que sus consejos eran para evitarle problemas; sin embargo, al oírla, se alegró, porque la experiencia que su hijita acababa de tener, aunque dura, le había servido para enmendarse.
—¡Ahora tenemos que buscar a su otra hermanita! —dijo, decidida, la mamá—. ¡Vamos!
La mamá y sus dos hijitas siguieron caminando y caminado, hasta llegar a una terminal de carros, donde había un estacionamiento inmenso.
—¡Vamos a descansar aquí, mis hijas! —dijo la mamá a sus dos hijitas—. ¡Estoy agotada de tanto caminar! —y se sentó en uno de los bancos que había por allí.
Al poco rato vieron, alrededor de un poste de luz, un grupo de carros que rodeaban algo, moviéndose hacia delante y hacia atrás, como si quisieran chocar entre sí.
—¿Qué es esto? —oyeron que decían los carros—. ¡Viéndote en medio de la calle, nosotros creíamos que tú eras un carro, pero tú no eres carro ni por casualidad!
Mientras tanto, los carros seguían en su movimiento continuo, hacia delante y hacia atrás.
La mamá y sus hijitas sintieron curiosidad y se acercaron con mucho cuidado al grupo de carros. Enseguida se dieron cuenta que en el medio, protegiéndose contra el poste de luz, estaba la otra muchachita que ellas buscaban.
—¡Mamá, hermanitas! ¡Sálvenme! —gritó la muchachita–. ¡Sálvenme! ¡Estos carros me tienen rodeada y no me dejan salir!
Mientras tanto, los carros seguían moviéndose hacia delante y hacia atrás, como si quisieran chocar entre sí.
—¿Qué es esto? —decían los carros—. ¡Nosotros creíamos que tú eras un carro, pero tú no lo eres!
La mamá y las hermanitas llamaron a unos choferes que se encontraban por allí cerca. Éstos se subieron a los carros y los estacionaron donde les correspondía.
—¡Hija mía! —le dijo la mamá a la hijita mayor—. ¡Cuéntame cómo viniste a parar al estacionamiento de esta terminal, rodeada por estos carros maniáticos!
—¡Ay, mamá! —dijo llorosa la hijita mayor—. Yo te desobedecí, y todos los días, mientras iba y venía de la escuela, me colocaba en medio de la calle y me metía entre los carros, los camiones, las camionetas, los camioncitos, las guaguas, las guagüitas, los triciclos, las bicicletas, los motores, las motocicletas, y todos los demás vehículos que pasaban; entonces los desafiaba a que siquiera me tocaran, pues yo me consideraba más rápida que cualquiera de ellos. Cuando más engreída estaba porque ninguno me podía tocar, se apareció este grupo de carros, me empujaron y me trajeron a este estacionamiento, sin que yo me pudiera escurrir entre ellos. ¡Ven, carrito!, me dijeron, y yo no pude escaparme. Cuando llegamos aquí, apenas si pude colocarme al lado del poste de luz, para evitar que me aplastaran. ¡Ay, qué susto! ¡Más nunca volveré a caminar en medio de la calle para retar a los carros, los camiones, las guaguas y los motores a que me toquen!
La mamá se sintió muy compungida porque su hijita no había comprendido que sus consejos eran para evitarle problemas; mas al oírla, se alegró porque la experiencia que su hijita acababa de tener, aunque dura, le había servido para enmendarse.
La mamá volvió con sus tres hijitas a su casa.
Al otro día, cuando salieron para ir a la escuela, las tres muchachitas dijeron:
—De hoy en adelante iremos juntas a la escuela y volveremos juntas a la casa.
Y así, las tres hermanitas decidieron obedecer a su mamá, muy contentas, porque se dieron cuenta que los consejos que ella les daba eran por su bien.





Marzo 1981

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