Tuesday, September 21, 2010

02 Bienvenida y la noche, de Manuel Rueda


BIENVENIDA Y LA NOCHE
Nostalgia e imaginación
Sobre la novela Bienvenida y la noche, de Manuel Rueda
Con motivo del homenaje ofrecido a Manuel Rueda
por el Círculo Chery Jimenes, Montecristi, febrero 1997

Publicado en “Isla Abierta”, periódico HOY

Por Manuel Salvador Gautier

1. Novela versus relato

Bienvenida y la Noche (1) es una novela histórica que narra los sucesos durante la boda de la damita de la sociedad montecristeña Bienvenida Ricardo y el militar, jefe del Ejército Nacional, Rafael Leonidas Trujillo, ocurrida el 30 de marzo de 1927.
De entrada, el autor presenta una cita de Antonio Gala que reza: "... la realidad no es remotamente parecida al relato que se hace de ella. Cada cual cuenta aquello que vio, o que se imaginó haber visto, o que deseó ver; si otro lo contara, lo haría de distinta manera, incluso de una manera opuesta, según sus impresiones, o según sus propósitos" (2), con la que pretende justificar que su narración, un acontecimiento real, tendrá mucho de ficción o imaginación. Con esta cita se busca también atenuar el desprestigio al que se ha sometido a la novela histórica (que, por cierto, nunca tuvo buenos ejemplos en la literatura tradicional española, ni siquiera los intentos afamados de Benito Pérez Galdós) desde que se instauró el movimiento literario encabezado por Milán Kundera, en el que se propone, según señala Fernando Cabrera (3), que "...las situaciones temporales sirven como justificantes de la psicología de los personajes, el uso de relaciones históricas tiene una valoración distinta y una incidencia de menor cuantía, que precisamente permite la presencia de más elementos figurativos que permiten mayor vuelo de la imaginación de los autores, con la cual enfrentan mayores riesgos personales, tentaciones y, por lo tanto, más íntimos hallazgos. Todo debido a que el lenguaje como tal no es sólo medio, sino meta."
¿Qué es realidad o relato y qué es ficción o realización de novelas en esta obra magistral del Premio Nacional de Literatura Dominicana?

2. La ficción histórica y la realidad ficticia.

Quien no fue testigo de los acontecimientos no puede responder a esta pregunta. Pero resulta que hay pruebas inapelables de que el autor hace ficción de manera constante.
Por tratarse de la supuesta narración de un evento histórico donde todos los personajes de la obra, principales y secundarios, son reales y la mayoría se presenta con nombre y apellido, se incluye en su publicación, no sabemos si por el autor o por el editorialista, unos Apéndices donde aparecen documentos relacionados con la pareja Bienvenida - Rafael Leonidas, los protagonistas de la historia. La mayoría son fotografías, a las que se agrega la crónica de la boda publicada en el Listín Diario el 2 de abril de 1927, tres días después del acontecimiento (4).
Es interesante lo que ocurre si estudiamos estos documentos y los comparamos con la narrativa de Rueda.
En la página 139 (5), se describe el traje de la novia. Dice: "... De su cabeza, ceñida por una simple corona de perlas, descendía el velo en una interminable cascada de espumas. El traje arrancaba del escote cuadrado..." Pero resulta que cuando vemos la fotografía en la portada, donde aparece la novia engalanada con sus atuendos de boda, nos damos cuenta que el escote del vestido es redondo; que sobre la frente no hay tal corona de perlas sino una banda de encaje con incrustaciones de perlas, y que el velo era uno solo, liso, orlado de tachones en la cabeza. ¿A qué se deben estas disparidades? Obviamente a que el autor no tenía la fotografía cuando recordó el atuendo. La imaginación motorizó la creación literaria; la investigación histórica vino después.
Podemos presumir que ocurre lo mismo con muchas de las circunstancias presentadas, algunas de las cuales deben ser, sin lugar a dudas, inventos del autor.
Sobre estas posibilidades en las que el lector acucioso no sabe si el autor inventa o relata, la que más causa curiosidad es el baile de recepción a la boda. Según la crónica del Listín Diario ya citada, se dio en el "...aristocrático Club del comercio, en cuyos salones debía celebrarse un baile dedicado a la novia feliz..." con posterioridad al matrimonio civil realizado en la casa paterna (6). Para no dejar dudas sobre el acontecimiento, el periodista manifiesta: "...¡Inolvidable las horas de aquel baile! Imborrables también las galanterías y finezas con que fuimos atendidos..." (7), palabras que sólo pueden provenir de un asistente al evento. Sin embargo, una nota al pie de la página explica que el baile nunca se realizó. ¿Quién inventa? ¿Cuál de las dos versiones es ficción histórica, la del periodista o la del que escribió la nota?
En la novela de Rueda, este baile ocurre el día anterior a la boda, en una casa a medio construir perteneciente a la familia del narrador. ¿Se dio realmente este baile en esas condiciones? Si estudiamos las costumbres de la época, es difícil aceptar que se hicieran dos eventos formales en días sucesivos, para celebrar el mismo acontecimiento con las mismas gentes. Pero, ¿por qué el autor prefiere poner el baile el día antes del matrimonio y no inmediatamente después de éste, aunque fuera ficticio y en un lugar improbable? Caprichos de la ficción, sería una de las respuestas. Quizás, pruritos del autor por faltar a la verdad... o, a lo mejor, así fue exactamente como sucedió, por razones que sólo podemos conjeturar: al negársele el Club de Comercio, sede de la sociedad montecristeña, Rafael Leonidas quiso forzar a esa sociedad a bailar en su boda, en cualquier lugar y sin los invitados especiales, que debían venir de otras partes del país y que apreciarían el evento fuera del Club local como una ridiculez.

3. La cotidianidad en la ficción histórica

Lo extraordinario de la novela de Manuel Rueda está en su cotidianidad. En una instancia tras otra, se describe con minuciosidad lo que ocurre diariamente en una familia provinciana de la época, aunque trate sobre días excepcionales, donde resulta difícil mantener los afanes usuales. La cotidianidad, íntegra o rota, se convierte en un elemento que marca un ritmo notable en la obra.
Ejemplos:
Uno: "Mis tías abuelas roncan bajo los mosquiteros desplegados mientras que mi abuela, aprovechando la parálisis general, cruza conmigo de la mano camino de la casa nueva, como ya solemos llamarla" (8).
Otro: "Las muchachas de pueblo abajo se emperifollaban desde muy temprano en la mañana y asomadas a las galerías de sus casas oteaban la calle en todas direcciones con la esperanza de avizorar el séquito del coronel en el que, según rumores, vendrían apuestos militares que servirían de testigos en la boda. A veces se oían, aquí y allá, los acentos de un piano asmático —tal vez se trataría de la Bien aimée, o de La plegaria de una virgen— y esa melancolía desesperada llenaba las calles de una atmósfera especial, como si las jóvenes artistas expusieran con tales acentos las rebeldías de sus corazones, aunque de súbito pasaban sin transición de Alma sublime a una marcha militar, lo que parecía al vecindario una alusión vergonzosa a los atractivos del coronel Trujillo. De una manera u otra, y a despecho de los padres, se veía que estas muchachas envidiaban la suerte de la futura desposada" (9).
Esta cotidianidad expresada de manera continua en toda la obra pone en un segundo plano la narrativa histórica y la acerca a una novela de costumbres, recordando aquellas extraordinarias obras de Pedro Antonio de Alarcón (El niño de la bola, El capitán Veneno, etc.) que presentaban cuadros de la España del siglo pasado.

4. El testigo

Quien narra la obra es el propio autor, pero no como narrador omnisciente sino como el niño de unos seis años que observó el acontecimiento.
No siempre el lector lo entiende así.
Rueda juega con los planos, con el tiempo de los verbos, donde en un momento se está en el presente, para pasar al condicional o al pasado, y hasta al futuro, puesto que en ocasiones, el niño habla de su apreciación del evento desde la perspectiva del hombre adulto que lo recuerda. Inclusive, hay sucesos en que el niño no estuvo presente y tiene que conjeturar sobre lo que pensaba o hizo el o los personajes envueltos en éste.
En la mayoría de los casos, las descripciones, giros, metáforas usadas no corresponden al nivel de observación ni de perspicacia intelectual de un niño de esa edad.
La realidad es que estamos ante una obra inspirada en la nostalgia, donde no importa quién sea el narrador, predomina un testimonio envuelto en recuerdos, algunos borrosos, otros más nítidos por haberlos sentido más de cerca el autor, en esa niñez que él apenas toca a nivel personal, donde no convive con sus padres y está sumergido en un ambiente de mujeres mayores, medianas y menores que opinan, hacen, deshacen y finalmente moldean un acontecer que, por rutinario o extraordinario, no deja de sorprenderle, y donde irrumpe un hombre con una personalidad imposible de soslayar.

5. El tema

Rueda descarta el tema político en la primera página de su obra, evitando el señalamiento de que su novela sea histórica en el sentido de que relata un suceso de la historia, aunque el personaje principal ocupe un tercio de siglo, y más, en la historia de la nación dominicana. Desde un principio propone que tratará sobre "desacuerdos surgidos en el seno de nuestra sociedad, cuyos arrestos aristocráticos —y pasamos ahora por alto los de tipo político— la llevaban a oponerse a lo que solían considerar como un atropello a la dignidad de sus instituciones" (10), y noten la sutileza con la que el autor culpa a la sociedad montecristeña de la situación que se crea.
El tema, entonces, será la discriminación social que sufre el personaje principal por proceder de una familia de baja categoría, y la reacción de éste y de los personajes a su alrededor ante el atropello. Para reforzarlo, el autor presenta la situación similar que se dio con los progenitores de la novia, procedentes de Navarrete, donde el padre, de ricos parientes, esposó una joven de poca monta, que eventualmente fue aceptada, aunque siempre observada, por la sociedad montecristeña.
El autor propone que la discriminación de que fue víctima Trujillo se debía a su origen vulgar; desestima que esa discriminación viniera por sus fechorías, es decir, por los desafueros que ya había cometido como militar y como persona, reconocidos en todo el país. Para la época en que Trujillo casa con Bienvenida, eran conocidas sus atrocidades en San Pedro y San Francisco de Macorís, donde persiguió y mató a gavilleros y campesinos, y hasta a hacendados y a soldados que se le enfrentaban, mientras aprovechaba su ascendencia en el poder militar para hacerse rico a costa del que fuera y como fuera. De ahí que pudiera tener una espada de oro con la que descuartizó el pudín de boda y rompió el espejo en que se apoyaba, hecho considerado de mal agüero por el autor, que, augur impenitente, propone un futuro fatal (como realmente ocurrió) a la unión entre el militar y la damita.
Uno se pregunta qué cosa vio este señor, profesional de la muerte, en una damita de sociedad de provincias, culta, sí, ingenua, también. No hay dudas de que sus cálculos iban hacia su propia ascendencia social. Su primera esposa no tenía ese realce que evidentemente anhelaba. Quizás para esa época el Coronel fuera menos calculador de como uno lo juzga a posteriori, y se enamoró de esta mujer que no era hermosa, más bien regordeta, solterona en embrión, pero agradable, simpática, maleable y, sobre todo, con prestigio social para codearse con la mejor sociedad de cualquier parte del país y, especialmente, de la capitalina.
El Trujillo de Rueda es un hombre de cartón, sin dimensión en profundidad, al que se le llama Rafael Leonidas, para atenuar el impacto de un apellido cuestionado que, al pronunciarse, duele aún a muchos dominicanos. No sabemos cuáles son sus sentimientos, sólo los adivinamos, como lo hacía el niño que observaba y cuenta los acontecimientos. Como hombre de cartón era impresionante, bello, enérgico; dispone, ejecuta, realiza, a veces, cosas sorprendentes, como convertir de la noche a la mañana una casa sin terminar, abandonada, en un palacete digno para realizar un festejo suntuoso. Este pasaje puede considerarse una metáfora de la transformación que el dictador realizó en su país, vista positivamente por un admirador, haya sido ésta la intención del autor o no.
Lo que aconteció verdaderamente en Montecristi fue muy sencillo. La alta sociedad provinciana con "arrestos aristocráticos", como señala el autor, se opuso a que un individuo inescrupuloso de la categoría del militar se sirviera de los méritos locales para escalar en sociedad. Montecristi no fue el único lugar donde esto ocurrió. Al Coronel, luego General y finalmente Generalísimo, lo vejaron socialmente dondequiera que estuvo. En la Capital, el socio que le echó bola negra para impedir su entrada al Club Unión, de apellido Gómez, fue asesinado por un militar en un incidente confuso, que se consideró ordenado por Trujillo. Ya en el auge de su poder dictatorial, este Club fue desmembrado y demolido, sustituido por dos entidades sociales, el Club de la Juventud y el Casino de Güibia, cuyas membresías la determinaba el Dictador. No sabemos qué ocurrió en Montecristi como consecuencia de esta decisión social contraria a las aspiraciones del militar, quizás esos hechos podrían servir para una nueva novela, pero las últimas palabras de Rafael Leonidas, como las recoge el narrador, son un presagio de destrucción. "Juro que sabré vengarme todas las afrentas que se me han hecho", dice (11).
Como Rueda no presenta una instancia real en la que se demuestre el enfrentamiento entre la sociedad pueblerina y el Coronel (la contrariedad se conoce a través de chismes femeninos; además, en esta novela, los hombres del pueblo son sombras), y todo el relato queda matizado por los quehaceres de las mujeres y la inquebrantable laboriosidad de los militares, uno se sorprende de tanta energía vengativa.
La novela es, sin embargo, lo que el autor quiere hacerla: un bello intermezzo que dramatiza un acontecimiento social, donde las fuerzas negativas se supeditan a los manejos de esa comunidad de mujeres cuyo impacto quedó imborrable en la mente del autor, entonces, un niño pequeño que no podía enjuiciar en toda su trascendencia lo que sucedía.
Ese enjuiciamiento tampoco se le permite al lector, lo que produce, quizás, parte de la magia de esta obra. Lo trascendente está sepultado por lo intrascendente en imágenes tan bellas que es difícil pretender más. La exigencia estética, aquí, supera cualquier requerimiento axiológico. Se cumple con el requisito kunderano: el texto es tan importante o más que el contenido, el hecho histórico queda relegado a un segundo plano, la confrontación es de emociones.

6. El estilo

En su desarrollo, la novela responde a un esquema tradicional utilizado por la narrativa desde Homero en la Grecia antigua hasta el siglo pasado durante el romanticismo y el naturalismo, y con el que cuenta el narrador actual como una opción dentro de la experimentación estilística. El primer capítulo es una introducción general sobre las circunstancias que ocurrieron y que serán contadas a continuación; siguen las justificaciones para diluir los hechos históricos (no solo se enfatiza el paralelismo entre las diferencias sociales de los padres de la novia y las de los novios, sino que se propone que la novia sentía una predilección por los militares por pertenecer a una familia donde hubo varios de ellos); luego se presentan los episodios, uno tras otro, que irán dando cuerpo a la trama hasta llegar al reclamo vengativo del Coronel y a los signos de mal agüero que presagian un futuro de fatalidades para los contrayentes.
En esta narrativa lineal se monta un discurso con imágenes literarias de una exquisitez impresionante. Veamos algunos ejemplos:
P. 67: "Días de bochorno. La calle se alarga pueblo abajo hasta tropezar con las últimas campanadas del reloj. Por otro lado el terraplén, donde suelen danzar los remolinos en un solo pie enroscando parcelas de polvo y lanzándolas al aire que arde y que sofoca, se encuentra de golpe con las bocanadas que vienen del mar. El Morro, dromedario echado sobre sus patas delanteras (metáfora tan cara a los bardos regionales) da el ejemplo a los buenos vecinos para que duerman su siesta a pierna suelta..."
P. 117: "... El juangomero dio inicio a la ronda, cadencioso, rubricado con discreción por la güira, por la tambora que asordinaba sus tonos más plebeyos y por un acordeón cuyos arabescos y fiorituras se deslizaban bajo los pies como un agua subterránea..."
P. 123: "El ambiente, caldeado por el clima, por el movimiento y por las sofocaciones de la música, empezó a ceder cuando ya estaba cerca la medianoche y las luces eléctricas se pusieron a parpadear. Circuló un aire fresco que traía efluvios de los albinares, así como insinuaciones de tambores lejanos. El grito de los pájaros se oía con intermitencias, como si un cinturón de sonidos indeterminados fuera rodeando la casa conjuntamente con la noche".
La narración en su totalidad fluye sin rebuscamientos con un manejo privilegiado de la palabra que solo proviene de una inspiración pulida por una disciplina intelectual de muchos años. No hay lugar a dudas que estamos frente a una obra maestra de la literatura dominicana. Bienvenida y la Noche merece todos los elogios que ha recibido, así como el Premio Anual de Novela Manuel de Jesús Galván que se le otorgó en 1995.

(1) Rueda, Manuel, Bienvenida y la Noche, Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, Editora Corripio, C. por A., 1994
(2) Rueda, Ob. Cit. 1. p.9.
(3) Cabrera, Fernando ,"Toda la Vida", la historia como estrategia narrativa, Santo Domingo, El Caribe, 18 de enero de 1997, Suplemento Cultural, pag.3.
(4) Rueda, Ob. Cit. 1. p. 161.
(5) Rueda, Ob. Cit. 1.
(6) Rueda, Ob. Cit. 1. p. 179.
(7) Rueda, Ob. Cit. 6.
(8) Rueda, Ob. Cit. 1, p. 68.
(9) Rueda, Ob. Cit. 1, pp74-75.
(10) Rueda, Ob. Cit. 1, p. 41.
(11) Rueda, Ob. Cit. 1, p. 154.

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