Tuesday, September 21, 2010

05 Anadel: la novela de la gastrosofía de Julio Vega Batlle


QUIEN COME ÚLTIMO NO COME MEJOR
Sobre la novela Anadel: la novela de la gastrosofía, de Julio Vega Batlle

Ateneo Insular, Nagua, abril 1999

Por Manuel Salvador Gautier

En Anadel: la novela de la gastrosofía de Julio Vega Batlle la erudición es un torrente que se desborda por páginas y páginas, dejándonos anonadados. Esta particularidad es su fuerza y su debilidad. Podríamos preguntarnos por qué Vega Battle escogió la novela como género literario para volcar una extraordinaria gama de conocimientos sobre la forma en que el hombre, tan pronto descubrió el fuego, cocinó todo lo que se metía en la boca, dándose cuenta, paulatinamente, que había maneras de hacer más delicioso el bocado con adobos y salsas, grados de calor y cocciones, mezclas de vegetales y animales, unidos para desatar los jugos gástricos y seducir, en una sola instancia, la mente y el cuerpo. A este sibarita de la ingestión, dominicano de nacimiento y diplomático del mundo, no se le escapa un detalle que tenga que ver con la gastronomía. Nos regala en grandes porciones el contenido de los platos de comida de los griegos antiguos, de los romanos, de los persas, de todas las civilizaciones hasta el día de hoy, que han dejado algún legado oral, escrito y/o grabado donde describen los banquetes de los afortunados, de los victoriosos, de los monopolizadores de una de las más gratificantes actividades que hay en la vida: masticar, gustar, tragar; beber, degustar, sorber. Imaginemos cualquier lugar del mundo y lo encontraremos en Anadel: la novela de la gastrosofía. Vega Batlle pudo haber escrito un ensayo sobre estos gloriosos inventos de la humanidad. Pero no... Escribe una novela, y nos damos cuenta que su intención es calculada. Como novela, su erudición no tiene parangón; como ensayo, podría sufrir comparaciones; pero el asunto es más sutil, como novela puede introducirnos en los pormenores de un personaje y de un paisaje.
La lectura de esta novela me recordó mi infancia, cuando me deleitaba leyendo a Julio Verne. Hay en su estructura ese sentido de sabiduría en personajes aparentemente ingenuos, realmente malévolos. Los hijos del capitán Grant para descubrir la flora y fauna tropical. Las veinte mil leguas en viaje submarino para conocer los misterios del mar. En Anadel, las vicisitudes de unos franceses en la bahía de Samaná para saber cómo ha comido la humanidad en sus cinco mil años de registro histórico. ¡Ah, pero no sólo eso! En su ficción Vega Batlle nos desgarra con el descubrimiento de la civilización por un mulato que crece en la soledad de su terruño, frente a un mar que lo provee de todo, en un estado de inocencia ni siquiera tocada por los deseos carnales que debieron asaltarlo cuando comenzó su pubertad: el buen Trigarthon, negro de ojos azules y pelo lacio... y es aquí donde deseamos que Vega Batlle realmente se hubiera dedicado a escribir una novela.
La historia comienza con la descripción de este personaje de una inocencia estremecedora. Creemos que será el protagonista, pero nos damos cuenta que algo anda mal cuando éste comienza a describir la manera en que sancocha los plátanos. Hacemos asociación con el nombre de la obra y entendemos que nadie aquí protagonizará, que aparecen personajes con mayor o menor trascendencia porque una novela sobre manjares exóticos sin nadie para comerlos o desearlos sería muy peculiar. Sin embargo, tanto estos personajes, que incluye a la bahía de Samaná en una caracterización mágica, como la trama que desarrolla el autor para hilar su narrativa sobre comilonas históricas y actuales, resultan sumamente atractivos.
En la trama, unos franceses surgen de la nada para ocupar a Anadel, una vieja estancia aislada y abandonada en la bahía de Samaná, que se rehabilita para su uso. Se trata de un coro de eruditos, profesionales, ricachones o sus empleados, que no tienen otra cosa que hacer que disfrutar de la vida comiendo y pensando en comida. Es un coro, como el del teatro griego, del cual saltan de vez en cuando algunas voces para mezclarse con los individuos locales.
Hay dos situaciones paralelas: la de Trigarthon, joven virgen, seducido por la femme fatale del coro, una secretaria francesa que lo hace hombre, lo enamora, lo envicia en el sexo y lo traiciona con otros cuando le complace; y la de Madeleine, francesa radicada en el lugar, machorra que se define jamona pero con una sensibilidad exquisita de mujer, descubre que aún tiene tiempo para amar al profesor y jefe de este grupo abigarrado de entrometidos, de este coro de egoístas que sólo piensan en sí mismos. Tanto Trigarthon, el cocolo conuquero cuya soledad ha sido traicionada, como Madelaine, la francesa hacendada cuya soledad ha sido estremecida, son, eventualmente, abandonados a su suerte.
Al final, Trigarthon, desengañado, entiende que ha sido contaminado por la bajeza y superficialidad de los componentes del coro, pero no puede deshacerse de esa influencia y se deja tragar por las aguas de la bahía, su hábitat natural, de donde vino y hacia donde tiene que ir.
Con menos fuerza dramática, Madeleine, al darse cuenta que debe tomar la decisión de abandonar su vida apacible para volver al tráfago de la civilización con el hombre que ama, siente que no vale la pena el sacrificio y vuelve a su hacienda.
La civilización es vencida por la muerte y la asimilación a la naturaleza. Ambos personajes proponen la convicción de que el terruño vale más que todas las fantasías gastrosóficas, lo cual contradice la esencia de la narración y pone al lector frente a un dilema: ¿Son auténticos estos personajes? ¿Hay verosimilitud en sus historias? ¿Son así los seres humanos?
En manos de un escritor que tuviera como intención presentar el drama de estos personajes, la novela quizás hubiera sido una de las cumbres de la narración dominicana. En cambio, no tiene ninguna trascendencia. Los lectores interesados en saber cómo los europeos del medioevo cocinaban una vaca o cómo los indios de la India descubrieron el curry, se deleitarán con explicaciones detalladas sobre estas minucias. Quizás Vega Batlle debió pensar para sus episodios culinarios en otra estructura de su novela, y fabular como el novelista norteamericano James Michener, inventando un cuento para cada situación.
Vega Batlle es un escritor que se desenvuelve con naturalidad en el manejo del lenguaje. Sus diálogos son lógicos, sus escenas bien escritas. Es un deleite leer sus nociones sobre condimentos como el orégano, su origen, sus múltiples usos en distintas épocas. Quizás influenciado por su desesperado amor por la cocina francesa, no puede esconder su francofilia llegando al extremo de ocultar las acciones imperialistas de este pueblo. Cuando nos habla de los intentos históricos de ocupar la bahía de Samaná por potencias extranjeras, no incluye el proyecto fallido de ubicar allí a Puerto Napoleón, nueva capital propuesta por los franceses para el territorio isleño a principios de siglo XIX, que hubiera cambiado la estructura espacial del país, convirtiendo a Santo Domingo y a Puerto Príncipe en puertos secundarios.
La bahía de Samaná, en las manos de Vega Batlle, tiene vida. Hay ciclones, terremotos y maremotos que crean incertidumbre; pero es sobre todo horizonte de agua, escondrijo de islas, oferta de territorios en su naturaleza salvaje, maga poderosa que vibra para sus iniciados, como le ocurre a Trigerthon, que por un soplo de aire sabe que habrá mal tiempo, o como a Madeleine, que entiende que sus perturbaciones responden a una temporalidad cíclica que se asemeja a la humana.
Civilización contra naturaleza salvaje. Traición a esa naturaleza y deleite por lo que esa traición produce. Rapacidad del coro traidor contra la simpleza básica de los individuos seducidos. Anadel, o la novela de la gastrosofía no debe tomarse en serio. La mejor manera de enfrentarla es identificándose con lo absurdo, como hacemos con las pantomimas de Marcel Marceau. Es decir, dejándonos seducir por la maestría gestal de su autor sin pensar que detrás hay una ideología ambigua que percibe lo extranjero como lo más extraordinario, aunque lo descalifique; mientras reconoce la atracción de lo nativo, aunque nos cueste la vida.


(1) Vega Batlle, Julio, Anadel. la novela de la gastrosofía, Santiago, República Dominicana, Colección "Estudios", Director Héctor Incháustegui Cabral, Universidad Católica Madre y Maestra, 1976.

No comments: