Tuesday, September 21, 2010

11 La viuda de Martín Contreras y otros cuentos, de Rafael Eduardo Castillo




EN EL ESPACIO DEL DESAMPARO
Comentarios al libro sobre el libro de cuentos
La viuda de Martín Contreras y otros cuentos, de Rafael Eduardo Castillo,
Premio Nacional 1981

Ateneo Insular, Santiago, 2002

Por Manuel Salvador Gautier

Hay un estado de delirio, de continuo golpear, de desenfocar la inocencia y regodearse en las perversidades del hombre, y hay una insistencia en imponer el desamparo de la incomprensión como una exigencia desestabilizadora que aliena a los personajes de su realidad y de la cual no escapa nadie. Esta actitud desconcertante se da en cada uno de los cuentos de La viuda de Martín Contreras y otros cuentos, de Rafael Eduardo Castillo, en circunstancias completamente normales o en situaciones totalmente desquiciadas.
Es una actitud que el lector irá sintiendo como un hueso que le estorba cuando comienza a desentrañar la masa informe de un texto que trabaja el tiempo y las escenas de manera discontinua; que describe al detalle ciertos personajes principales, siempre los más depravados, mientras a otros, los más conscientes, apenas los esboza, porque la fuerza de sus personalidades se hará sentir sin necesidad de explicarla; que propone tramas sencillas que deben desenredarse como un ovillo con el que se teje un paño bordado; que se sumerge en un estilo rico en modismos locales y en giros con extremo ingrediente estético, contradictorios entre sí y, al mismo tiempo, complementarios; que parece a punto de caer en la corriente criollista de principios del siglo XX para elevarse como un globo aerostático en las vertientes de la más expresiva contemporaneidad…
Esa actitud de desamparo no se oculta en el texto; se presenta, de repente, como una señal inexorable cuando leemos las palabras de un narrador: “…en este pueblecito debió de nacer el desamparo” (1).
¿Por qué esta actitud de desamparo? ¿Qué significa para el autor y qué para el lector?
La complejidad estructural en estos cuentos es un recurso que se adopta con el propósito de que sea el mismo lector quien encuentre, comprenda y organice el mensaje de denuncia y de esperanza, que es, finalmente, la intención del autor al presentarnos estas seis historias. Basado en este mensaje, el lector debe precisar el significado de un desamparo que no es la falta de protección o el abandono de quienes debían cuidar de nosotros, como podríamos entenderlo en una primera lectura del texto, sino un estado mucho más profundo, mucho más sintomático de lo que somos los humanos: el estado del egoísmo, que nos conduce a una desoladora soledad sin sentido y que nos impide actuar como deberíamos, con el fin de lograr metas definidas, no sólo para nosotros, sino también para la colectividad en que vivimos. En su obra, Castillo no idealiza el campo como el lugar de donde parte la inocencia ni estigmatiza la ciudad como la fuente de todas las perversiones, no se acoge a esa teoría romántica y acomodaticia del siglo XIX que, en la literatura de nuestro país, tuvo vigencia hasta bien entrado el siglo XX. Castillo acepta que podría haber inocencia en ambos lugares, pero, sobre todo, que hay perversión en los dos, una perversión que se sobrepone a todo el resto. El autor nos propone que rompamos con ese círculo vicioso donde actuamos creyendo que engañamos a los demás, cuando, en realidad, nos engañamos a nosotros mismos; que ponderemos los efectos de una causa que podemos modificar; que existe en la mujer la simiente para convertir todo ese andamiaje negativo en positivo… y que, si el hombre lo admite, de ella partiría la redención.
En el mundo de Rafael Castillo se presenta una cosmovisión de enfrentamientos, de relaciones contradictorias entre hombres desanimados, mujeres pacientes y niños desajustados; entre el comportamiento alarmante de la gente y las relaciones intransigentes de las clases sociales; también en el trato cruel que se da a los animales, la comprensión diacrónica del tiempo, la apreciación extemporánea de la naturaleza. Digámoslo de una vez: Esta cosmovisión incluye todo lo que se encuentra dentro del espacio vital donde se desarrollan los acontecimientos narrados, sea éste animal, vegetal o mineral.
Estudiemos dos aspectos de ese mundo, quizás los que presentan mayores contrastes: el de los hombres y el de las mujeres.

LOS HOMBRES
Los esposos y padres son hoscos y poco dados a la comunicación. La desesperanza trae confrontaciones con la mujer y los hijos.
“—¡Qué sábado ni qué sábado! —ripostaba papá en aquel tono de violencia que nunca pude explicarme para qué lo utiliza con nosotros” (2).
Y en otra historia:
“… no pudo entenderlo, hablaba como siempre, con un tono bajo, recortando las frases, enérgico y a veces no habló en absoluto…
“…y su padre, constreñido, hermético…” (3).
En otra historia más, el esposo es un soñador que no hace absolutamente nada por el mantenimiento de su hogar y sólo trae complicaciones que eventualmente sirven para destruirlo.
“Era para verlo a Felicio: bocarriba, tumbado en cualquier sombra, mirando las ramas y las nubes, la sombrilla de rayos, y oyendo el rumor de las aguas y sintiendo rachas de vida en los golpes de la brisa, así pasaba las tardes, y así, tan ajeno a la verdad, evocando los tiempos en que se creyó con derecho a la esperanza, así lo encontró la muerte…” (4).
En el caso del hombre tras la mujer, éste demuestra con normalidad su presunción de macho.
“...aquello era mi plan de la noche. Es más, para serte sincero, ‘aquello’, estar con esa mujer, había sido mi obsesionado plan de una rumba de noches desde que la vi la pasada cuaresma y una de su grupo me dio la dirección del sitio…” (5).
Este amante obcecado, finalmente, se desencanta de la amada cuando se da cuenta que ella es tan sólo una prostituta vulgar; herido en su egocentrismo, no puede captar el hecho de que se trata de una mujer adolorida por los avatares de la vida.
Habrá otro amante que preferirá ir a la cárcel y no denunciar a la mujer amada por el crimen que ella ha cometido. Aquí encontramos, quizás, la única instancia en que un hombre demuestra nobleza, aunque el valor de esta cualidad queda disminuido por el hecho de que la mujer lo escoge para embelesarlo y ponerlo a actuar a su antojo.
En otra instancia, el hablador compulsivo encuentra quien le oiga.
“La voz del hombre se me confundía con su propio ruido; era una voz enérgica y monótona que evocaba el zumbido, la sorda impotencia de los abejones, la furia cuando les tapan el hoyo y permanecen dolidos restallando el aire porque la rabia de los abejones yo pienso que es otra forma de impotencia” (6)… y el adolescente lo escucha y aprende que hay aspectos de personas conocidas que no siempre son como uno quisiera que fueran (su tío había abandonado a su mujer e hijos y vivía una vida irresponsable y hedonista, bailando sones para entretener a la prostitutas), y que, siendo como son, resultan mejores de como se suponía que eran. Un mal ejemplo que no debía imitar pero que lo tentaba.
Hay más variaciones en las personalidades de estos hombres donde encontramos una constante: el egoísmo, que los lleva a la incomprensión de sí mismo, de los demás y de las posibilidades de superar su situación; una condición negativa, que hace de ellos verdaderos guiñapos, desajustados a la vida e irremediablemente desesperanzados.

LAS MUJERES
Con las mujeres la apreciación del lector es distinta. El autor les asigna papeles que se entrecruzan: los de la madre, la esposa, la hermosa, la amante… la prostituta.
La madre es la fuente inagotable de ternura y comprensión.
“También mi madre ha venido, trayéndome su comprensión, su infinito cariño, dulces, ropas, y la confianza de parte de mis pocos amigos de Los Pajonales que saldremos con bien”. (7)
La madre es hacendosa.
“Todo el mundo quería disfrutar de la mañana de sábado menos mamá y la Morena que trataban de acabar la barredera (del patio, N. del A.) y la mojadera de flores antes de que el sol se calentara demasiado” (8).
La madre es estoica.
“…mamá era persona de no enseñar el sufrimiento. Callada. Sin alharacos. A lo sumo un leve temblor de la mandíbula y la mejilla, un contraerse de cejas cuando era demasiado el dolor que soportaba” (9).
La madre es tierna.
“La miramos de lejos apiar de un sólo tirón el bollito de plumas marrones y ensangrentadas. La vimos ya de cerca metiéndose en la letrina y salir con el cabello revuelto, sacudiéndose las plumas del vestido y salpique de sangre. La vimos aferrándose a una de las ramas del naranjo y empezar a llorar bajito, muy quedo” (10).
La esposa y madre cuida de su honra.
“Una mujer vale por su honra, rezongaba inconmovible como el corazón del campeche. Ella permanece solitaria cerrada en las cuatro paredes de nuestra casa… La familia de ella la denegó a raíz de los chismes de los hermanos y preferimos no saber cuáles están vivos ó cuáles muertos…” (11).
La esposa sustituye amorosamente al marido cuando éste no responde a su obligación de mantener el hogar, y repudia a los que le han hecho daño; prefiere hacer cualquier cosa con tal de no pedir ayuda a una comunidad que resultó indiferente al acoso político del que fue víctima su familia.
“El caso es que Miquela se aprestó para oficiar de placera, echó por la borda sus trentitantos años de maestra en servicio, el buen nombre de su familia, su prestigio” (12). Con el tiempo esta mujer se auto destruirá.
La amante es hermosa, una mujer para ser admirada.
“La mujer se bajó para zafar la tranca y sacude con gracia la melena; por fin le vi un pedazo de cara, el perfil magnífico y alzado, un pómulo, la punta de la nariz, las pestañas larguísimas y el dibujo impecable de su cuerpo ceñido a la fina tela de la falda” (13)… Esta mujer de belleza singular será quien llevará al narrador a participar en el asesinato del marido, cometido por ella y achacado a él.
La prostituta es insensible en el negocio:
“…¡Pero que le perdone qué! ¡En este oficio la única ofensa es que no le paguen a una!” (14)… pero es, además, una mujer destituida, acosada moralmente por el doble oprobio de haberse entregado al hombre que amaba y de ser violada por un cualquiera cuando volvía, desamparada y llena de aprehensiones, al hogar de sus padres.
La prostituta es generosa cuando quiere impresionar.
“Entre los ramplinazos de un sol de la una de la tarde vi por primera vez a La Madama: Una señora con peluca rubia, con demasiado panqué y demasiado pintalabio que jalaba demasiadas fundas del baúl de su carro, un Chevrolé nuevecito… y que cuando se vino a ver había metido en función el velorio de mi extrañado tío José Campanela…” (15).
Como puede apreciarse, las mujeres, en este mundo del desamparo, se presentan en los dos extremos del comportamiento social: la madre acogedora y dedicada, y la puta obsequiosa y alegre
No siempre el autor trata a estas mujeres con esa intención cuidada de mostrar lo mejor de sus sentimientos; revelará también algunas de sus facetas negativas. Estas mujeres serán vengativas; se obcecarán, hasta llegar a la auto destrucción; ocultarán el adulterio cometido y se revestirán de virtud. En todas ellas, sin embargo, late el elemento positivo que logrará la reivindicación: son las únicas pobladoras de sueños y las persistentes impulsoras del anhelo por la renovación de una vida que no puede seguir igual. Aún en situaciones desoladoras, actuarán; no se dejarán vencer por la calamidad, como hacen los hombres; reaccionarán hasta lograr un cambio, el cambio que sea: la venganza promovida, la confrontación entablada, el ocultamiento logrado.
Las mujeres en el mundo de Rafael Castillo tienen la entereza para enfrentar las adversidades y el coraje para buscar las soluciones. Son las que mantienen la esperanza en alto: “… le arrimaba el hartazgo de su ayuda con el retorno sempiterno de la cantaleta rancia: ‘Todavía tienes tiempo’” (16)… y son las que con su presencia conducen “a los pálpitos de la esperanza, de la dicha tal vez” (17).
¿Hacia dónde, entonces, nos llevan estos cuentos desgarradores que presentan contradicciones tan marcadas entre las actitudes del hombre y las de la mujer?
¿Es realmente posible que la mujer reivindique la acción inconsecuente del hombre, como lo propone Rafael Castillo?
Para responder, el lector, sea hombre o mujer, tendrá que evaluar subjetivamente a estos personajes y hurgar íntimamente en sus propias convicciones… decidir si es tan egoísta como ellos, tanto en sus posturas de inocencia, como en las de dejadez y en las de crueldad. El lector deberá medir si le hace falta comprensión para establecer vínculos con los demás y con todo lo que le rodea; en definitiva, tendrá que determinar si no es un personaje más de Rafael Eduardo Castillo, un personaje como los que habitan ese espacio del desamparo que él nos presenta.
Si no lo es, el lector ya habrá actuado en consecuencia o se sentirá estimulado a actuar.
Si lo es…

NOTAS
1. Castillo, Rafael Eduardo. La viuda de Martín Contreras y otros cuentos. Amigos del Hogar. Registrado en la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Culto con el número 3458, folio 1977. Primera edición: Abril, 1982. P.
2. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 8.
3. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. Pp. 17-18.
4. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 25.
5. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 47.
6. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 60-61.
7. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 42.
8. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 9.
9. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 13.
10. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 13.
11. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 67.
12. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 25.
13. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 40.
14. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 47.
15. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 73.
16. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 24.
17. Castillo, Rafael Eduardo. Ob. Cit. P. 43.

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