Tuesday, September 21, 2010

10 Bachata del ángel caído, de Pedro Antonio Valdez




LAS MILES APARIENCIAS DE LA SORDIDEZ
Sobre la novela Bachata del ángel caído, de Pedro Antonio Valdez
Ateneo Insular, Santiago, mayo 2002

Por Manuel Salvador Gautier

Hay que remontarse en la historia más de mil años para encontrar el momento en que el Arte de la Civilización Occidental reivindica la idiosincrasia de la pequeña gente: los artesanos, los campesinos, los sin tierra, los ignorantes, los creyentes de todas las supersticiones que seguirán atormentando al mundo hasta el día de hoy. Estamos en plena Edad Media, en un período que va del siglo XI al siglo XIV; se construyen las grandes catedrales góticas; en los tímpanos de sus portales se modelan estatuillas que representan a seres humanos en los desempeños consuetudinarios del diario vivir; y en las gárgolas que sobresalen de los techos se esculpen los monstruos que los persiguen: “… bestias exóticas y extrañas, tomadas de los bestiarios, curiosos libros de la época que recogían los datos acerca de animales reales o fabulosos…” (1). Esas estatuillas agrupan seres de poca importancia que pueblan los asentamientos humanos con sus distintas actitudes hacia las enseñanzas de la Iglesia Católica: fe, aceptación, miedo, horror, resquebrajamiento moral, caída, arrepentimiento, recaída en el pecado y enfrentamiento. La inocencia y la maldad no comienzan con estas figuras, pero estas cualidades del hombre común sí se ponen en evidencia en ese momento. A partir de entonces quedará establecida la necesidad de representarlas en todas las manifestaciones del Arte europeo.
El Renacimiento, con sus teorías humanistas que llevarán eventualmente a la reivindicación socioeconómica de esa clase, presenta también estas aglomeraciones de gente, pero ya sin asechanzas de monstruos. En la pintura de Hubert y Jan Van Eyck (¿1390?-1441), de Benozzo Gozzoli (1420-1497), de Gentile Bellini (¿1429?-1507), de Perugino (¿1445?-1523), de Jerónimo Bosch, el Bosco (¿1450?-1516), de Brueghel, el Viejo (¿1530?-1569), de prácticamente todos los artistas plásticos del siglo XV y XVI, encontraremos estos conjuntos humanos en distintas actitudes y lugares: en el Paraíso, en el combate entre el amor y la castidad, en una riña entre el carnaval y la cuaresma, en el milagro de la Santa Cruz, en el retablo del Cordero Místico… en un juego de niños o en la mesa de comer. Sólo Bosch los trata reiterativamente en sus dimensiones de hombres y de mujeres tentados por el demonio y deformados físicamente por sus pecados. Sólo su discípulo Brueghel logra seguirle por un tiempo.
En su novela Bachata del ángel caído, Pedro Antonio Valdez menciona más de una vez El jardín de las delicias de Bosch, un cuadro impactante donde aparece “el simbolismo exagerado, funambulesco y extravagante, el infierno hormigueante de monstruos compuestos, las pesadillas grotescas, el fantasista y fantástico espíritu”, con los cuales el artista se propone interpretar el deterioro moral de la época (2). El lector podría pensar que los personajes de la novela responden a estas ilustraciones provenientes de una imaginación influenciada por las amenazas nefastas del pecado, y así es; ahí están los animales acorralados, los monstruos humanos sueltos, atolondrados, que se retuercen acosados por las distintas manifestaciones del pecado; pero es en el cuadro de Brueghel La caída de los ángeles rebeldes, donde encontramos la respuesta a la incógnita que plantea el texto de Valdez. Allí…“el arcángel San Miguel, con armadura dorada en el centro del cuadro, expulsa del cielo a los ángeles que osaron levantarse contra Dios. Los ángeles que lucharon a su lado van vestidos de blanco; al caer, los que abandonaron a Dios se transforman en seres fantásticos, mezclas abominables de pez, reptil e insecto” (3). Así son los personajes creados por Valdez: seres abyectos, rebeldes, que han cometido uno o varios de los pecados capitales señalados por la Iglesia, y que no se arrepienten del placer que les causa pecar. Gente transformada por la lujuria, la rabia, la envidia, el orgullo, la avaricia, la glotonería y la pereza. Seres imaginables, como somos todos nosotros, aunque ocultemos nuestra sordidez tras las miles y fáciles apariencias que nos permiten las circunstancias en que vivimos. Ángeles caídos, irrecuperables, empujados hacia el Infierno por san Miguel arcángel, o sea, por la mano invisible del autor, que no les da tregua.
De las cumbres de las artes plásticas del Gótico y del Renacimiento viene directamente a la más alta representación de la literatura en la República Dominicana esta cosmovisión del mundo que nos condena a todos, aunque sepamos que… “Así como un sólo pecado caído sobre un hombre puede condenar a toda la humanidad, así mismo una sola virtud caída sobre un hombre puede salvar a toda la humanidad”, como lo propone el autor (4). Y esto así, porque en la novela, como en la vida, esta virtud salvadora nunca aparece, no está hecha para aparecer, no está en la disposición del autor, imbuido de la fiebre acusadora y acosadora de Miguel arcángel. Esta novela no es una catarsis, donde el autor limpia su alma para volver a la inocencia primigenia e invita al lector a que haga lo mismo; es, indefectiblemente, una expurgación literal, una acusación hecha a los hombres y a las mujeres por su maldad, y un señalamiento de las consecuencias de esa maldad, que sólo lleva a más maldad. Hasta conducirnos al Infierno. Ahí nos encontraremos todos.
Como en los cuadros monstruosos de El Bosco y de Brueghel, Bachata de un ángel caído es un enorme retablo de personajes deformados moralmente por el pecado. Entre ellos no existe un personaje principal, todos y cada uno aportan a la animación y a la comprobación de la devastadora tesis de la destrucción de la humanidad por pecadora. En “Vellonera Unus”, la primera de cinco partes, los encontramos a casi todos. Los vamos conociendo uno a uno, con caretas que ocultan sus sentimientos más íntimos, algunas muy sutiles, casi imperceptibles; otras, evidentes, reconocibles; caretas que son, en la mayoría de los casos, truculentamente monstruosas, como las figuras de Bosco, y en otras, a la inversa, sospechosamente angelicales. La revelación de la verdad tras esas apariencias falaces crea la trama única en una serie de historias que tienen sus propios desenlaces.
Algunos de estos personajes se desenvuelven como sigue:
Liberata es fea de rostro y tomada por virgen por su actitud de beata; oculta tras los vestidos descoloridos un cuerpo maravilloso de mujer, y es la amante del sacerdote, a quien acepta bovinamente.
El Gua es asesino por paga; se presenta como amante de la China, la puta más popular de un cabaret; dice que ella le gusta porque tiene cocomoldán; oculta que le gusta más porque ella le hace el amor en inglés, lo cual, de revelarlo, lo pondría en ridículo; es también amante de Caridad, mujer de Machote; le miente diciendo que la ama, una fantasía que le da placer; cuando tiene que enfrentar las consecuencias de esta relación, no puede manejarlas y causa una tragedia.
El padre Ruperto es glotón y guineófilo; no da respiro a Liberata, aparentando defender la inocencia de ella, cuando en realidad defiende su derecho a ser el único en poseerla. Cuando es descubierto, se resigna a abandonarla, asumiendo que el futuro le dará nuevas oportunidades con otras mujeres, como ha ocurrido antes, en su pasado.
La China no es china ni achinada; se enamora del Gua y de cualquier hombre que le guste; en realidad, su actividad sexual como prostituta le proporciona un gran placer, contrario a como propone la tesis de las películas y los boleros caribeños de los años 50, donde supuestamente estas mujeres sufren enormemente por lo que hacen.
Geofredo tiene convicciones que sacó del medioevo, de la imaginería de las sectas cristianas, herméticas, que se creaban para luchar contra los herejes y rescatar la Ciudad Santa; su envanecimiento lo lleva a buscar el Santo Grial; cuando finalmente entiende que ese empeño es una vergonzosa fantasía, se suicida.
Morgana no es aceptada en la secta de la Última Virtud; busca la manera de hacerse valiosa; muy tarde, los miembros de la Secta reconocen que su colaboración contribuyó a descifrar el número que indicaba el lugar donde se encuentra el Santo Grial. Es la contradicción entre el valor de la mujer y la negación de éste por los hombres.
Benedicto es un joven pequeño burgués que quiere escribir una novela; desdeña los temas que se presentan en el ámbito de su clase social; prefiere algo más exótico, y se va a buscar la trama y los personajes a un barrio popular, como el Riito; se enreda en los intríngulis de Godofredo y entre las piernas de la China; pierde la noción de su propósito, se droga y termina en un viaje sin regreso en la disolución de su cuerpo en el agua.
Platanón, el de la carnicería, es mudo, gordo y fofo, rechazado por la comunidad; busca la vaca que se le perdió desde hace cinco años; la encuentra, y prefiere acosarla para que se vuelva a perder, y seguir, así, con un propósito en la vida.
Machote es el tipo de hombre que por su prestancia y corpulencia crea alrededor de su figura la fama de valiente y de conquistador de mujeres; en la realidad, no satisface sexualmente ni a Caridad, su mujer, ni a las putas con las que se acuesta; descubre la infidelidad de su mujer; no puede enfrentar a su rival, y, débil y temeroso, mata a la mujer, huye y termina violando a un homosexual en represalia a su poca hombría.
Todos estos personajes, y otros más que no mencionamos, se encuentran acosados por contradicciones morales y éticas irreconciliables que los hundirán cada vez más en la negación de lo que son y los impulsarán a continuar con la representación de lo que desean aparentar.
Dice una bachata de Teodoro Reyes, citada por el autor:

No me conozco, yo no sé quién soy
Con esta angustia no podré vivir.
Con la agonía que hay en mi interior
Estoy tan loco que no sé de mí. (5).

No hay mejor manera de expresar la desanimada desolación en que se encuentran estos personajes, que, poco a poco, se arruinan la vida con la ponzoña de la mentira y del subterfugio, que exhuman su culpa haciendo daño o matando a otro, o que, cuando ya no pueden cargar más con la insubstancialidad de sus vidas, acaban suicidándose.

*

Hay otros aspectos de Bachata de un ángel caído que conviene señalar.
En esta novela podemos disfrutar, como hacemos cuando leemos sus cuentos, de un Pedro Antonio Valdez seguro y consecuente en el uso de la palabra. Por dondequiera aparecen en el texto las manifestaciones de una sensibilidad exquisita y la frase literaria exacta para expresarla. Sus metáforas y símiles son novedosos, su manera de hilar las oraciones tienen la frescura de una intencionalidad inspirada.
Podemos encontrar planteamientos filosóficos que chorrean sobre nuestra intelectualidad como las aguas de un manantial, sorprendiéndonos por su claridad.
Podemos señalar influencias de Borges, en la escogencia de un motivo tan fuera de época y de lugar como la búsqueda del Santo Grial; sin embargo, el autor lo maneja con una destreza que lo hace suyo, auténticamente suyo, ubicando la acción en ese barrio popular llamado el Riito y creando cuatro personajes que se desempeñan como marionetas en una historia pretendidamente paródica.
Podemos sentir a Gabriel García Márquez en la aparición sorpresiva de Cuca, la que bailaba con Roquetán, un fantasma desvencijado y descartable frente a una vellonera también desvencijada y descartable.
Podemos detectar nuestra identidad afroantillana en el mismo comienzo de la obra, en la oración a san Miguel arcángel: “como tú eres el encargado de todos los trabajos en el mundo, te envío y te imploro en esta solemne hora y día, y prendo una vela al revés para que vires cuanta lámpara, cirio, trabajo, enviación o sortilegio venga en contra mía, y se revoque en el cuerpo, los sentido y materia de mi enemigo y venga en mi favor…” (6), donde encontramos los códigos de los rituales vuduistas y donde, sin aviso previo al lector, el autor nos sumerge en una pendencia de retaliación o devolución de un mal por otro mal, introduciendo su tesis tenebrosa del desprecio de la humanidad por la santidad porque el pecado es más sabroso.
Podemos identificarnos con las ambientaciones bachateras que nos conducen hacia un espacio dominado por una música de lamentos, con canciones que nos amargan de recuerdos y nos ponen a beber (7) para ahogar unas penas que en realidad no queremos abandonar, y que son los únicos momentos en el texto donde percibimos los sufrimientos que provoca la depravación del pecado.
Podemos no estar de acuerdo por la introducción extemporánea del subtema de las elecciones, simplemente porque no tiene asidero en la trama, no contribuye a enriquecer ninguna de las historias presentadas, y es evidente que se trata de una desviación del autor por algo que le atrae, quizás por la actualidad de nuestra democracia.
Podemos divertirnos con un humor constante que, en cualquier momento, nos provoca una involuntaria y sorpresiva carcajada, como se señala que ocurre con algunas pinturas de El Bosco, “cuya imaginación bufa oculta con pena un sentido profundo y familiar de la buena tierra campesina, las cosechas, las siegas del heno, las siembras y las labranzas” (8). Esta pena hay que sustituirla, por supuesto, con las particularidades del barrio marginal que trata la obra.
Podemos sorprendernos con el uso de palabras absolutamente locales como pariguayo, cocomoldán, cocorícamo y buchipluma, y con el uso de palabras inglesas hispanizadas como oh maigá.
Podemos descubrir muchas cosas más, en este magnífico texto narrativo; pero, sobre todo, podemos deleitarnos con una obra que mantiene una orquestación estética incomparable y que mezcla un acervo de conocimientos cultos y populares con una destreza pocas veces encontrada en la literatura dominicana.


NOTAS:
1. Fleming, William. Arte, música e ideas. Mc Graw Hill. 2000. P. 101.
2. Elie-Faure. Historia del arte 3. El arte del renacimiento. Alianza Editorial. Madrid. 1976. PP. 269-272.
3. Rose-Marie y Rainer Hagen. Brueghel, la obra completa. Pintura, Taschen 2000. Pie de cuadro. P. 40
4. Valdez, Pedro Antonio. Bachata del ángel caído. Isla Negra Editoriales San Juan, Puerto Rico. 1999. P. 36.
5. Valdez, Pedro Antonio. Ob. Cit. P. 13.
6. Valdez, Pedro Antonio. Ob. Cit. P. 15.
7. Valdez, Pedro Antonio. Ob. Cit. P. 176.
8. Elie-Faure. Ob. Cit. PP. 265-266

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