Friday, September 24, 2010

10 Juan Pablo Duarte, ¿el enigmático?


Juan pablo Duarte de Plutarco Andújar

JUAN PABLO DUARTE

¿El enigmático?


Actividad dedicada a Juan Pablo Duarte
Academia Dominicana de la Lengua
15 de febrero de 2006

Por Manuel Salvador Gautier

Aparentemente, no hay manera de cuadrar la realidad. Juan Pablo Duarte es un hombre enigmático, que tuvo el coraje de enfrentar a los haitianos, ocupantes del territorio dominicano por décadas (de 1822 a 1844); la inteligencia para crear la organización política que los haría retirarse del país (La Trinitaria); la audacia para consolidar una oposición compuesta por distintos estratos de la sociedad (básicamente integrada por los comerciantes y hateros, y por aquellos que estaban bajo sus influencias); pero que no pudo controlar las ambiciones de los que lo acompañaron en el asalto al poder. El hatero Pedro Santana y el intelectual Tomás Bobadilla impusieron su modelo de lo que debía ser el país: un intervalo de independencia, seguido por la anexión a una potencia extranjera (Francia, Inglaterra, España y hasta Estados Unidos). Cuando en Santiago de los Caballeros, Duarte trató de imponer el modelo independentista, con una constitución liberal de instituciones fuertes, y proclamó un nuevo Gobierno para la recién instituida República Dominicana, fue combatido por Santana, tomado prisionero y exiliado. Primó la fuerza contra la dignidad.
Hay quienes aseguran que el problema no fue de Duarte, sino del país. Dicen que en 1844 los dominicanos no estaban preparados para aceptar un sistema democrático, liberal, como el que deseaba implantar Duarte. Los modelos conocidos eran los absolutistas del imperio español y francés, y el dictatorial de la república haitiana. Los dominicanos fueron criados en un ambiente donde se imponía la fuerza y el autoritarismo. ¿Quiénes entre ellos podían imaginar que la cosa pública, la res pública, podía dirigirse de otra manera? De hecho los gobiernos de Santana y de Buenaventura Báez, que siguieron a la proclamación de la Independencia (o Separación de Haití, como se le llamó), fueron de hombres fuertes (dictaduras) hasta que se convino la anexión a España, y de nuevo se cayó bajo el rigor del absolutismo imperial. La historia dominicana de los siglos XIX y XX es una lucha constante entre la tiranía y la democracia. Por la Presidencia de la República pasaron los gobernantes que se constituían en dirigentes absolutos del destino patrio, no importa si los llamaban “dictadores”, como a Báez, Ulises Heureaux (Lilís) y Rafael Trujillo, o simples “presidentes” como Horacio Vásquez, José Bordas Valdez y Joaquín Balaguer, porque todos ellos sólo creían en el autoritarismo como disciplina y se apoyaban en ésta para imponer sus proyectos de poder. En períodos muy contados, llegaron al poder los idealistas como Ulises Espaillat (1876) y Juan Bosch (1963), que fueron depuestos tan pronto trataron de establecer el orden democrático. Acosado por esa preeminencia de la arbitrariedad y el acoso desde el poder, el pueblo dominicano no ha podido constituir una nación soberana, donde se respete la constitución y se establezcan las instituciones que realmente realicen las funciones que les corresponden. No ha podido imponer el proyecto de Duarte.
¿Qué ocurrió entre el Duarte de sólida formación política, vocación democrática y nacionalismo intransigente, y el Duarte del exilio en Venezuela, enfermizo, dependiente de los hermanos y hermanas, supeditado a quien le ofreciera alcanzar siquiera una mínima parte de lo que había sido su ideal, como ocurrió cuando fue llamado por los restauradores a servirles? Habría que adentrarse en los enigmas del comportamiento humano, en la devastación de la frustración que debió sufrir ese hombre al ser separado de su ideal, ya casi realizado; al ser obligado a adaptarse a una vida sin motivación, sin trascendencia. Pero no vamos a internarnos en la negatividad de un proceso vivencial que sólo podemos intuir.
Juan Pablo Duarte es el más grande héroe nacional, justamente llamado Padre de la Patria. Sólo cabe preguntarnos qué hubiera sido hoy de nuestro país si Duarte impone su modelo liberal, constitucionalista e institucionalista. Lo primero es que la tradición democrática se habría afianzado desde el inicio de la creación de la República. Lo segundo es que el proceso de democratización habría sido guiado por un hombre de gran capacidad organizadora y total vocación patriótica, de gran pureza de espíritu y sentimientos. No hubiera habido Restauración en 1963, dictaduras de Báez (de 1849 a 1878, con intermitencias), Lilís (de 1882 a 1889, con intermitencias) o Trujillo (de 1930 a 1961, sin intermitencias), ocupaciones norteamericanas de 1916 a 1924 ni de 1965 a 1970, ni Guerra Constitucionalista de Abril de 1965. No hubiera habido necesidad, porque las instituciones del Estado, el Poder Ejecutivo (la Presidencia), el Poder Legislativo (el Congreso) y el Poder Judicial (la Suprema Corte y los tribunales de justicia), habrían sido fuertes y estarían consagrados; los gobiernos invertirían en los proyectos que favorecieran a la mayoría, tanto productiva (aliciente a la inversión privada en el desarrollo agrícola, industrial y comercial) como social (en la educación y la salud).
Esa es la ilusión que nos crea Duarte. Por eso celebramos su presencia en nuestra historia. Es una ilusión de la cual debiéramos apoderarnos todos los dominicanos, una ilusión que es todavía factible de realizar si nos lo proponemos. Tendríamos que combatir la corrupción en todos los ámbitos; obligar a los gobernantes y políticos a no querer prolongarse en el poder con truchimanerías; imponernos nosotros mismos a ser ciudadanos honestos, dedicados a aceptar los deberes que nos requiere la democracia, pero también a exigir nuestros derechos; estar atentos a la llamada sociedad civil, para que defienda los intereses de todos.
Si nos identificamos con el Duarte heroico, el Duarte trascendente, éste deja de ser enigmático, porque no importa lo que es un hombre, lo que tiene valor es su obra, y la obra de Juan Pablo Duarte es la República Dominicana, nuestro país, y es a ese hombre a quien se la debemos.

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