Wednesday, September 22, 2010

20 Cuentos Profanos, de Fari Rosario

Platón y Aristóteles

UN HECHO ATÓMICO

LA EXPLOSIÓN DE LO PEQUEÑO

EN LA LITERATURA DOMINICANA


Comentarios sobre la obra Cuentos Profanos de Fari Rosario
Marzo de 2007

por Manuel Salvador Gautier

Fari Rosario tiene algo de prestidigitador; es lo que sentimos cuando leemos sus cincuenta y tres relatos breves. Como Augusto Monterosso en cuentos de una sola oración (“Y cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí”) o Julio Cortázar en cuentos menos cortos (“Historias de cronopios y de famas”), Rosario nos introduce a un mundo fantástico de absurdos lógicos y realidades inexistentes. Quizás la más clara indicación de esta consideración está en su cuento “La ciguapa”, donde explica al lector que “si algún día llegara a teorizar sobre el microrrelato -cosa que dudo-, diría que el ultracorto o microrrelato es el enfoque de un hecho atómico; ni siquiera de un hecho total o completo. No se necesita un hecho completo para hacer un cuento”. En definitiva, Rosario teoriza sin proponérselo y define lo indefinible sin llegar a precisarlo, puesto que algo que se deja sin concluir queda indeterminado, con una propuesta virtual para lograr su terminación. Muchos de sus cuentos son, precisamente, incompletos; y ya que no hay otro que lo haga, los debe completar el lector. ¿Y cómo lo hace? Muy sencillamente, inventando el final de acuerdo a como interpreta el inicio, y esta interpretación va a depender de su bagaje cultural, de su estado emocional, en fin, de todas las vicisitudes a las que está sometido el intelecto del hombre. Y así, dependiendo de quien lo lea y cómo lo lea, un cuento de Rosario puede tener la misma o varias terminaciones. Lo curioso es que cada lector puede considerar que su final es el que coincide con el del autor, y concluir que, de esa manera, contribuye a concretizar la obra que lee. No se da cuenta que es un truco del autor para obligarlo a crear, para que se introduzca de lleno en la obra, se apodere de su esencia y la transforme, como él, en literatura. Y esa esencia está contenida en un hecho atómico que explota, maravilloso, ante nuestros ojos, en la lectura que hacemos y en la deducción a la que llegamos.
Como prestidigitador al fin, Rosario pone magia en cada uno de sus cuentos; nos conduce por un paseo encantado donde encontramos pudor, ingenuidad, perversión, intransigencia, voluntariedad, celos, éxtasis, amor y otros tantos estados reconocibles de la condición humana.
Su primer cuento, “La maldición”, inicia este recorrido con una propuesta donde debemos estar atentos al título para poder descifrarlo. Trata la historia realista de un hombre en una actividad no del todo ordinaria, pero tampoco extraordinaria; avanza hacia una interiorización del hombre y sus circunstancias, y cesa en el momento en que el lector espera hallar una conclusión sin encontrarla y se ve obligado a elaborarla por sí mismo. Ése es el sello “rosariano”, en el que el autor se desapodera de su obra y la descarga en el lector.
Un cuento perfecto dentro de esta tendencia es “El manuscrito de la familia Gibrán”. Aquí el autor nos presenta la historia de un encuentro entre un bibliotecario y una mujer que, después de la muerte de su padre, rastrea el manuscrito de una de sus obras más sabias, para confirmar si, efectivamente, contiene lo que éste le había confesado. El final es sorprendente y delicioso, y, de nuevo, debe ser interpretado por el lector.
Aquí conviene señalar que la obra de Rosario es prolija en acotaciones que demuestran una erudición poco frecuente entre los autores latinoamericanos, exceptuando a Borges, por supuesto.
El manuscrito de Khalil Gibrán (1883-1931) que busca la mujer es Jesús el Hijo del Hombre, una obra fundamental para conocer al autor, identificado como uno de los escritores más importantes de los tiempos modernos, ya que su obra penetra directamente a las entrañas del alma humana. En el mismo tenor está: Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzhche (1844-1900); La Summa Theologica, de Santo Tomás de Aquino (1225-1274); Breviarium ab Urbe Conditta, de Flavio Eutropio (Imperio romano), y otras obras de igual importancia. Mencionará a Pedro Abelardo (1079-1142), filósofo y teólogo escolástico francés, hecho famoso por un autor anónimo del siglo XII que escribió un folleto sobre sus amores tempestuosos con Eloísa, su discípula; a Voltaire (1694-1778), escritor racionalista que sienta las bases para la concepción moderna de la historia y funda su moral natural en la tolerancia y la razón; a Baruch Spinoza (1632-1677), cuya filosofía puede considerarse como la forma más perfecta del panteísmo; a Le Corbusier (1887-1965), arquitecto extraordinario que fundó la arquitectura racionalista en el siglo XX; y a otros sabios y filósofos. Presentará a figuras polémicas como Absalón, el hijo del rey David bíblico (¿1910-975? a. de J. C.), que trata de deponer a su padre y rey, usando como excusa un enfrentamiento con el hermano; y Giordano Bruno (1548-1600), a quien la Inquisición acusa de hereje y lo quema vivo, por demostrar la infinitud del universo en sus investigaciones sobre astronomía. En la mayoría de las veces, esta mención es un juego de contradicciones entre lo que las obras, los autores o los personajes mencionados significan para la cultura universal y lo que propone el autor. Sin embargo, el sesgo filosófico y religioso de estas obras, autores y personajes no es casual, es una caracterización consciente que envuelve una paradoja. Se trata de una constante en Rosario, ése penetrar por los vericuetos de la moralidad y obligar al lector a ponderar sus manifestaciones, sin que éste lo sienta como una imposición o una enseñanza.
Un ejemplo preciso de esta vertiente es “La leyenda del Cícala”. El cuento lo encabeza una acotación sacada de una obra de Giordano Bruno, en que relaciona su niñez con el Monte Cícala. Se inicia con un diálogo sobre superstición entre dos residentes de Nola, poblado vecino a Cícala, justamente en el año de 1548 en que nace Bruno. Esto basta para que el lector entienda de qué se trata, pues el personaje nunca es mencionado directamente por los compueblanos. Sin embargo, en el desarrollo de la historia, se evidencia que la superstición quedará confirmada, y toca al lector aceptar o no el hecho. Se trata de un claro ejemplo de manipulación de conciencia, a la cual la obra “rosariana” es adicta.
La erudición en estos cuentos no es sólo histórica o literaria. En “La ventana de Johari” se nos presenta un modelo conductual desarrollado en 1955 para el análisis y autoanálisis de la dinámica de la comunicación y de las relaciones interpersonales. Es interesante la manera en que Rosario usa este recurso de la psicología moderna: le crea una personalidad propia, quizás cónsone, quizás no, con el modelo conceptual propuesto por sus autores Joseph Luft y Harry Ingham. El resultado es un cuento de insospechada profundidad humana.
La delicadeza y exquisitez de estos cuentos los hace sumamente atractivos y, al mismo tiempo, especialmente sospechosos. ¿Hay, o no, manipulación ideológica tras esta fachada de encanto literario? ¿Es, en realidad, el lector quien asume la terminación de tantos cuentos inconclusos? ¿Entendemos todas esas alusiones a autores, obras y personajes históricos o literarios, y todas las acotaciones a datos sumamente eruditos? ¿Dominamos todos las alusiones, sobrentendidos e indicadores que aparecen en la obra, para que, sin que el autor tenga que hacer señalamientos explícitos, comprendamos exactamente lo que nos quiere dar a conocer? ¿Son realmente “profanos” estos cuentos? ¿Captamos el humor y el amor que vierte Rosario en sus cuentos, para nuestro deleite? Por supuesto, la respuesta a estos cuestionamientos sólo puede darla el lector… (???).

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