Monday, September 20, 2010

09 La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa



LAS OTRAS CARAS DEL BENEFACTOR

Comentarios sobre La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa
Ateneo Insular, Los Montones, junio 2000

Por Manuel Salvador Gautier

Al leer la última novela de Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo, quien no conozca la historia dominicana reciente o la conozca a medias, debe quedar estremecido. Es un libro absorbente, bien construido técnicamente, impecable en su ritmo de planos alternos, que se establecen claramente desde un principio, repetitivos, insistentes, que actúan como un tambor de golpes iguales, uno dos tres, uno dos tres, y que obligan al lector a pasar las páginas precipitadamente para entrecruzar la información que se presenta en suspenso, como una novela de terror.
Es cierto que en el texto existen errores históricos, como argumentan varios historiadores y, más concretamente, que hay inexactitudes en la interpretación de la personalidad de los héroes del 30 de Mayo, como lo han señalado algunos de sus familiares y los sobrevivientes del evento; pero no hay duda que las introspecciones que cada uno de ellos hace en la obra sobre los motivos que tuvo para incorporarse a la gesta son auténticas desde la perspectiva de una interpretación novelada, delineando un carácter y una toma de decisión distinta para cada individuo. Estas motivaciones de los héroes, que coinciden para aunarlos en destruir al déspota, no implican una exculpación para hombres que también coincidieron en auparlo en su momento, cuando era conveniente hacerlo en su propio beneficio. De aquí la gran tragedia en la que se basa su heroicidad, quizás no entendida por muchos, que preferirían tener héroes incólumes tanto en motivaciones como en trayectorias de vida, como nos presentan al patricio Juan Pablo Duarte. Esta cara del Benefactor vista por seguidores que eventualmente lo ajusticiarán, Vargas Llosa la trata con seguridad y destreza.
La ficción en esta novela es más difícil en la creación del personaje del déspota, el Trujillo anciano; y lo es, porque debe evitarse que las debilidades de su edad creen simpatías que lo hagan aceptable al lector; al mismo tiempo, no pueden adoptarse los clichés que utilizan sus enemigos para denigrarlo: hay que ser creativo. Por no caer en uno u otro extremo, Vargas Llosa lo maneja con una banalidad urticante, sobre todo en algunos diálogos e introspecciones que pone en boca y pensamiento del déspota; su creatividad narradora la reivindica sólo al final, en la escena de violación de una de las tantas víctimas de su lujuria.
En esta novela la historia es más auténtica en la creación del personaje del presidente Joaquín Balaguer, que el autor trata al principio burlonamente y termina con su encumbramiento apoteósico en un crescendo espectacular, cuando este indica a los hermanos Trujillo Molina que deben salir fuera del país y les señala los barcos norteamericanos en el horizonte. El autor no puede reprimir su admiración por el personaje histórico, aunque trata de minimizarlo con diminutivos, para mantener el baldón de su participación en la dictadura. No he oído que los seguidores políticos del ex mandatario se hayan quejado de Vargas Llosa, como lo hicieron cuando Viriato Sención lo manejó en su hiperbólica Los que falsificaron la firma de Dios, porque entienden perfectamente que el retrato presentado de su líder coincide con sus justificaciones por seguir a un caudillo autoritario que, en realidad, pudo hacer mejor trabajo en la transición hacia la democracia en nuestro país, si hubiera creído en esta.
Esta cara del Benefactor, donde se retrata la egolatría, por una parte, y el autoritarismo, por la otra, Vargas Llosa la maneja con cierta turbación que disminuye su fuerza.
La ficción en La fiesta del chivo se hace conmovedora en el drama de Urania Cabral y en el de su padre el senador Cerebrito. Vargas Llosa crea dos personajes que el lector siente en su dimensión más trágica: la mujer que finalmente logra enrostrar sus desgracias al hombre que se las causó, aunque soslaye al verdadero culpable, y el viejo que no sabemos si entendió o no las acusaciones que ella le hace, silencioso, trabajado únicamente en base a gestos y en la memoria de su acusadora. Es quizás la última tragedia de las víctimas del despotismo, no entender a sus torturadores ni ser entendidos por éstos. En el caso de Urania, el lector no siente un enfrentamiento con el dictador Trujillo; en cambio, es evidente su atracción por el hijo de este, Ramfis. La mujer acusa a quien no la preservó del mal, pero deja incólume el mal. Con ella, Vargas Llosa presenta otra cara del Benefactor, la que encara una clase media adoctrinada que no ve más allá de lo que la dictadura le permite ver.
El adoctrinamiento para acatar al déspota y la imposición de una imagen benefactora de este eran consuetudinarios para quien vivió la época y no tuvo acceso a una alternativa. No significa que se ignoraran. Los excesos de los Trujillo se sentían por todas partes, en el acaparamiento de la atención pública, en la obligación de tomarlos en consideración para cualquier cosa que se hiciera; pero la situación era aceptada por inevitable, y se bailaron los merengues dedicados a Trujillo, tales como

Es Najayo bello sitio ideal
residencia veraniega de Trujillo
un encanto de paisaje tropical
que engalana la casita con su brillo

también

Déjenlo que vengan
déjenlo venir
los amarillito
lo vamo a partir


Este último lo compusieron cuando hubo la amenaza de una invasión organizada por los exiliados, apoyada por los presidentes demócratas del Caribe. El movimiento internacional en contra de Trujillo fue tan obvio que este no lo ocultó a los dominicanos, sino que lo combatió abiertamente, amenazando y matando gente, demostrando al pueblo, una vez más, que vivía en un régimen de opresión, donde el terror era el protagonista. Se trataba de la expedición de Luperón de 1945, que fue frustrada porque en la OEA le hicieron caso a las protestas de Trujillo.
En ese momento histórico, cuando los universitarios enfrentaron al déspota, aparecieron los partidos Juventud Revolucionaria y Socialista Popular y se organizaron las expediciones de Luperón y Cayo Confites, el exilio se ordenó alrededor de algunos líderes y fue evidente la existencia de una amplia resistencia a la dictadura, dentro y fuera del país, amordazada y controlada por los intereses políticos internos y externos, que permitían a Trujillo una permanencia en el poder, sin restricciones.
Entonces se cantó el merengue del exilio:

Chapita te van a matar
Chapita por ser criminal
Chapita por ser un ladrón
Chapita por ser impostor


Demostrando que nadie puede escapar a sus prejuicios, Vargas Llosa desprecia la resistencia contra Trujillo y llama “castrista” a la expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo, con todo el sentido peyorativo que dan a esta palabra los políticos de extrema derecha. El epíteto no puede endilgarse al grupo de expedicionarios que vino en 1959 a deponer a Trujillo, ya que entre estos confluían todo tipo de ideologías, sin ser la comunista la predominante, aparte de que la gesta fue propiciada, no tan sólo por Fidel Castro, sino también por Rómulo Betancourt, Luis Muñoz Marín y José Figueres, los más destacados demócratas latinoamericanos de entonces.
Y es aquí donde entra otra cara del Dictador que, por no darse a conocer a los lectores de la Fiesta del chivo, podría distorsionar su visión, no sólo de la dictadura en sí, sino de los dominicanos, como argumentan también muchos de los críticos de la obra.
Vargas Llosa prefiere trabajar sólo tres caras de Trujillo: la aceptada por el pueblo engañado y adoctrinado que no quiere ver el mal en la dictadura; la apreciada por los seguidores que enfrentan la dictadura por motivos personales, no ideológicos; y la que admira el mismo dictador, que se ha convencido de la bondad de su impostura, aún reconociendo su propia, prístina maldad.
La otra cara de Trujillo, la que enfrenta la resistencia contra el asesino y déspota, continua y constante desde el momento mismo en que este surge, Vargas Llosa no la trata, ni siquiera hace el esfuerzo de esbozarla con algún personaje secundario. No interesa al autor, que prefiere mantener el drama de manera negativa, enfocado hacia el ajusticiamiento del déspota por “traidores”, ocultando el valor y el agobio del pueblo dominicano frente a la dictadura.
Su obra debe entenderse, claramente, tan sólo como una visión parcial de una situación trágica por las cuales han pasado todos los países latinoamericanos. ¿Las causas? El autoritarismo que heredamos de la Colonia... pero ya esto es otra historia.
Mientras tanto seguiremos cantando el merengue:

Mataron el chivo
en la carretera
Déjenmelo ver,
déjenmelo ver,
déjenmelo ver
Mataron el chivo
y no me lo dejaron ver.

Celebremos juntos
con gran entusiasmo
la fiesta del chivo
el 30 de mayo
Déjenmelo ver,
déjenmelo ver,
déjenmelo ver
Mataron el chivo
y no me lo dejaron ver.

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