Monday, September 20, 2010

08 Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell



LA PERMANENCIA DE LO INTRASCENDENTE
Sobre la novela Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell
Ateneo Insular, La Vega-Jarabacoa, noviembre 1999

Por Manuel Salvador Gautier

La post-guerra (1916 en adelante) de la llamada Primera Guerra Mundial produjo en los Estados Unidos un movimiento literario dinámico, de gran proyección y sentido humano. Se reafirmaron poetas como Robert Frost (1875-1963) y Carl Sandburg (1878-1967), cantores de la vida común, y surgieron grandes narradores, sobre todo, novelistas, tales como Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), "pintor de la juventud de su país tras la guerra mundial", autor de Al este lado del paraíso y El gran Gatsby; John Dos Passos (n.1896), escritor "de obras pesimistas de gran realismo", autor de Manhattan transfer y U.S.A; Ernest Hemingway (1898-1961), productor de "novelas de fuerte realismo en estilo conciso", autor de El adiós a las Armas, Muerte en el atardecer (sobre toros), Por quién doblan las campanas (sobre la guerra civil española) y El viejo y el mar; se le otorgó el premio Nobel de literatura en 1954; John Steinbeck (n.1902), amante de "relatos briosos en los que, bajo una aparente violencia, palpita una profunda ternura", autor de De ratones y hombres, Viñas de la ira y Tortilla Flat.; y el más genial de todos ellos, William Faulkner (1897-1962), autor de, entre otras, El sonido y la furia, Sartorio, Mientras agonizo, ¡Absalón, Absalón!, Santuario y Palmeras salvajes, "obras de un estilo violento y apasionado, que constituyen la crónica viviente y trágica de la sociedad sudista norteamericana"; se le otorgó el premio Nobel en 1949 (1).
Debemos aceptar que la mayoría de estos intelectuales eran liberales que creaban un mundo sobrepuesto al real, donde denunciaban injusticias, conformismos, excentricidades, posiciones conservadoras, imposiciones desestabilizadoras, degradación general de la sociedad; al mismo tiempo, anunciaban cambios sociales, nuevas actitudes, posiciones esperanzadoras, una semblanza más humanitaria para el inmenso país que ya se perfilaba, en ese comienzo de siglo XX, como el más potente de toda el siglo, abrazado a un capitalismo desnaturalizado, tan devastadoramente imperialista como cualquiera de los imperios históricos, a pesar de apoyarse en una constitución inspirada en la democracia y la justicia social. Estos narradores, nacidos todos a fin de siglo XIX, con veinte años cumplidos y en plena producción, provenientes de distintos lugares de Estados Unidos, la mayoría de ellos, criados en familias de clase media y en ambientes culturales de mediana intelectualidad, cada uno atizado por sus propias experiencias, produjeron una revolución literaria (lo que hoy llamamos un boom) que ayudó a su país a orientarse adecuadamente, después del fatídico golpe capitalista de 1929, cuando se derrumbó la economía norteamericana y, con ésta, la del mundo entero. El liberalismo tuvo el apoyo para que Franklin Delano Roosvelt pudiera hacer su incursión política y económica, el llamado New deal (el Nuevo contrato), a partir de su elección en 1933 y sus sucesivas reelecciones, hasta su muerte en 1945.
Antes de ellos, junto con ellos, apoyados en ellos, como se quiera poner, se formó un movimiento de literatura intrascendente, destinado a las masas, con clubes de libros, críticos, orientadores, en definitiva, comerciantes del libro que explotaban el hecho de que en los Estados Unidos había un gran por ciento de su población con capacidad para leer y escribir, y que la lectura, en esas décadas de 1920 y 1930, era la entretención más favorecida para usar el tiempo libre, debido a restricciones económicas que impedían, a la mayoría, holgazanear en balnearios distantes a sus hogares, hacer viajes de turismo por el mundo, etc. La alternativa, aunque no diaria, era ir al cine, un medio en desarrollo, de gran atracción por las implicaciones de sociabilidad que ofrecía, con invitación a la pareja para estar un par de horas en la oscuridad, o con la asociación de amigos y amigas que luego iban a algún lugar que tampoco costara demasiado.
Esta situación era un paraíso para las casas editoras que comenzaron a sondear el gusto de esa masa disponible, con incursiones de estudios de mercado. Se dieron cuenta que había temas favoritos, especialmente, la producción de novelas históricas sobre acontecimientos y personajes de su propio país, para ahondar y refocilarse en aventuras enfocadas desde un punto de vista prejuiciado (los indios eran malos; los peregrinos, buenos, etc.); se interesaron por Inglaterra, para buscar y encontrar sus raíces; por Italia, donde el renacimiento se percibía como un movimiento similar al desarrollo científico y tecnológico de Estados Unidos; y por Francia, la aliada de la revolución democrático-burguesa. España quedó descartada por la imposición de la Leyenda Negra, era más bien el país que producía los villanos; Alemania y Austria habían sido los países a derrotar en la guerra; los nórdicos y balcánicos eran países demasiado imperceptibles en el acontecer que dio forma a la civilización occidental; Rusia era comunista, percibida como amiga y enemiga a la vez. Se incluyeron historias sobre los antiguos imperios de Grecia, Roma, Egipto y algunos países de Asia, predecesores y justificadores del norteamericano. Se explotaron al máximo las historias de la Biblia (el rey David y otros) y la leyenda del Jesús histórico, como confirmación a una religiosidad imbricada en la doble moralidad victoriana o en el conservadurismo metodista.
Era una lectura de evasión y, al mismo tiempo, de formación y confirmación del destino manifiesto de los Estados Unidos en el mundo, de ratificación de la convicción propuesta por los estadistas del siglo anterior de que los norteamericanos debían tener el puesto principal en el manejo de la humanidad, para beneficio de todos, pero, principalmente, de ellos mismos.
En esta disyuntiva, apareció Margaret Mitchell.
Es interesante comparar la obra de William Faulkner con la de Mitchell desde varios puntos de vista, ya que ambos elaboraron historias significativas sobre el Sur de los Estados Unidos, que acontecían durante y después de la Guerra de Secesión (1861-1863)
Mientras Faulkner inventaba un lugar "... al que sus emociones le insuflaron vida convulsiva; hasta que por simple intensidad de sentimientos las figuras allí se convirtieron en poco menos que humanas, se convirtieron en heroicas o diabólicas, se convirtieron en símbolos del viejo Sur, de la guerra y de la reconstrucción, de la comercialización y de la máquina destruyendo los principios del pasado...", y realizó "... un trabajo de imaginación que no ha sido igualado en el tiempo, y un trabajo doble: primero, inventar un condado de Mississippi que era como un reino mítico; segundo, hacer que su historia del condado de Yoknapatawpha se erigiera como una parábola o leyenda del Sur Profundo" (2); para la misma época, Margaret Mitchell se dedicaba a investigar los acontecimientos de la guerra entre el Norte y el Sur y su post-guerra, con la intención de reconstruir una ambientación histórica donde implantar una heroína, Scarlett O'Hara, mujer egoísta, insensible, que sólo cree en ella misma, dispuesta a hacer sus caprichos aunque sacrifique a los demás, indómita, que representa a la tierra sureña que no puede ser poseída por nadie, sino simplemente usufructuada por quien esté en el poder; y dos héroes: Rhett Buttler, que representa al sureño práctico, que ama a su tierra pero que colabora con el enemigo, quizás, para poder intervenir en la conformación del nuevo estado de cosas, más bien, para mantener su posición de hombre rico; y Ashley Wilkes, que simboliza al sureño soñador, supuestamente, defensor de los principios que sustentan a su sociedad, destruido por los cambios impuestos por el enemigo.
Faulkner nos revela, con toda la riqueza de un tinglado barroco, la esencia de los valores que permearon y dieron vida a una sociedad dada, y hace que sintamos nostalgia por su pérdida. Refuerza en nuestros sentimientos lo que debió ser, que ya no es. Critica, implícitamente, la unión forzada de los territorios del Norte y del Sur de los Estados Unidos, culturalmente distintos, como resultado de una guerra que se propuso moralmente como liberadora de esclavos y que fue, realmente, acaparadora y sustituta de mercados y capitales.
Margaret Mitchell nos presenta una historia de extraordinario interés emocional, pero donde se acepta la sustitución de los valores éticos de un conglomerado organizado de una manera, sobre otro con características muy distintas; se admite la imposición del vencedor, y nos dice, implícitamente, que esto fue lo correcto, lo que debía ser y hacerse, porque de esta manera se mantuvo la integridad del territorio norteamericano.
Faulkner es mítico, Mitchell es patriota. ¿Cuál de los dos hace literatura universal?
El hecho de que Faulkner fuera reconocido con un Nobel de literatura hace obvio el valor universal de su obra. ¿Lo tiene la obra de Mitchell? ¿Cuál fue el aporte de cada uno, que todavía, hoy día, consideramos el estudio y lectura de sus obras? ¿En qué se diferenciaron? ¿Por qué Gone with the wind (traducción libre: Lo que el viento se llevó; traducción literal: Se fue con el viento) ha permanecido en las librerías norteamericanas como un best-seller de todos los tiempos, igual que la obra de Faulkner?
Faulkner inventa, dedica todo su ingenio a crear variaciones estructurales y a experimentar con técnicas antes no imaginadas, para producir una novelística auténtica del siglo XX, transformando la conformación tradicional de la novela para convertirla en lo que es hoy, donde, según Silvia Adela Cohen, "predomina la narración, la construcción fraseológica, la preocupación por la estilística y el relato" (3). En varias de sus obras desaparece el narrador omnisciente para dar paso a un narrador que sólo conoce los acontecimientos como él los ha visto y aprecia. Crea el narrador múltiple, la interpretación de un hecho visto por distintas personas, desde un niño con problemas mentales hasta una muerta. El tiempo-espacio es interpretativo, a veces, invertido, del presente al pasado, otras, interrumpido, para que el lector llene el vacío. Su estilo es sencillo; sin embargo, tiene una implicación poética que va más allá de las palabras.
Mitchell sigue las técnicas impuestas durante el siglo XIX, en el que se desarrolla la tendencia realista, con variantes novelísticas que corresponden a la posición cultural, política y/o social del autor. Durante ese siglo, se amplió el espectro temático y apareció la novela histórica, la fantástica, la sicológica, de aventuras, etc. En la construcción de la novela, la técnica realista implicaba el intento de reproducir la vida cotidiana. En la novela de tesis, una de sus variantes, (y no hay duda de que Lo que el viento se llevó lo es), "el autor manipula a los personajes para demostrar su tesis sin dejarlos actuar por sí mismos" (4). Mitchell crea el triángulo O'Hara, Buttler, Wilkes, para poder manipularlo y demostrar que sus actuaciones son legítimas, las que correspondían a los tiempos. Buttler, elusivo, y Wilkes, despistado, representan la nueva y la vieja sociedad sureña en una forma demasiado obvia e imparcial; O'Hara, soberbia, es la mujer amada por los dos, cree que ama al segundo, hasta que, al terminarse la novela, se da cuenta de que realmente ama al primero; es decir, y repito, se demuestra, de manera categórica, la tesis de que la tierra es de quien la domina. Su técnica narrativa utiliza al narrador omnisciente, y el tiempo-espacio es continuo. Su estilo es directo, creando situaciones interesantes que obligan al lector a seguir la trama.
La novela Lo que el viento se llevó fue difundida por el Book of the Month Club entre sus miles de lectores. Hollywood la llevó a la pantalla en 1939. Se hizo una gran alharaca para escoger a la actriz que representaría a la protagonista; por primera vez se usó color en la totalidad de la película. Las actuaciones apasionadas de Vivian Leigh y Clark Cable hicieron temblar los corazones de miles de adolescentes, entre los cuales estuve yo, que recibí la propaganda desatada en Nueva York, a punto de estrenarse en Radio City, estando yo allí. La dirección fue genial, utilizando distintos planos que reforzaban la narración y particularizaban a los personajes. El teatro Olimpia, en la calle Palo Hincado de Santo Domingo, ya desaparecido, la utilizó para abrir su sala en 1941. Yo, de once años, conseguí una copia en español de la novela en 1942, y la leí a escondidas de mis padres, puesto que se suponía que era sólo para adultos, por sus situaciones definitivamente inmorales, que hoy día, pasada la revolución sexual de la década de los 60, vemos como parte de la vida. Su lectura me impactó tanto como la película, que veía cada vez que podía. En Londres, en 1957, me escapé del grupo en que estaba para disfrutarla en un cine de tercera.
El éxito de Lo que el viento se llevó, la película más taquillera de todos los tiempos, hizo que la novela se reprodujera en historias similares. En la novela Forever Amber aparece una Scarlett O'Hara de origen inglés, que es transportada al territorio norteamericano bajo contrato, en situaciones tan improbables como las que copiaba. Fue llevada a la pantalla, y resultó un éxito librero y taquillero. Para colmo, recientemente (1991) una casa editora (5) lanzó al mercado con mucho éxito la secuela, llamada simplemente Scarlett, por una nueva autora, ya que la Mitchell había muerto. El problema literario quedó delegado al interés de venta. La película Lo que el viento se llevó se convirtió en paradigmática, casi mítica, predecesora de toda un nuevo manejo del cine para espectadores que sustituían la lectura del libro con la contemplación de la trama en la pantalla.
Faulkner, maestro genial, permanece en la literatura de todos los tiempos porque creó un mito y usó técnicas hasta ese momento inéditas.
Mitchell, autora de una novela universalmente intrascendente, se mantiene en el tiempo, porque su obra fue llevada a la pantalla de manera genial, creando un paradigma en la industria cinematográfica que todavía tiene repercusiones valederas.
En la postmodernidad en que estamos, ¿de qué manera actuarán la televisión y la computadora para mantener los valores literarios universales o para rehacerlos a su acomodo?

(1) Los datos de los autores y las frases entre comillas provienen de: Pequeño Larousse ilustrado, París, Librairie Larousse, 1964.
(2). Cowley, Malcolm, editor. The portable Faulkner. The Viking Portable Library, Penguin Books, New York, U.S.A. Reprinted fourteen times. 1977. p. viii, "Introduction". Traducción libre de M.S.G.
(3) Cohén, Silvia Adela. Cómo se escribe una novela. Plaz & Janés Editores, España, 1998. P.
(4) Cohén. Ob. Cit. p. 19.
(5) Ripley, Alexandra. Scarlett. Warner Book Inc. New York, 4ta. Edición 1992, Publicación original 1991.

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