Tuesday, August 9, 2011

ANTONIA ESCRIBE UN LIBRO


ANTONIA ESCRIBE UN LIBRO


POR MANUEL SALVADOR GAUTIER




Antonia Vásquez de Freites y Manuel Salvador Gautier

en la presentación del libro


Memorias de una curiosa


La asombrosa hazaña de escribir un libro entre los Gautier no es de nuestra generación. Ya Miguel Ángel Gautier, hermano de mi abuelo, Salvador Bienvenido, por allá, a finales del siglo XIX y principios del XX, escribió varios libros y publicó algunos, especialmente, sobre el tema del espiritismo, que lo fascinaba. Recuerdo a mi tía Beba (Genoveva Gautier de Vásquez, la mamá de Antonia), en Nueva York, en la década de 1940, que nos leía segmentos de las novelas que escribía sobre bellas indígenas perseguidas por no muy caballerosos hidalgos (¿qué se habrán hecho esos textos?). Sus nietos le publicaron su hermoso cuento infantil “Juaniquín”, con ilustraciones hechas por ella misma, un encanto de libro, tanto para niños como para adultos. Y tío Máximo, su esposo (cuya mamá era Gautier, hermana de mi abuelo; tía Beba y tío Máximo eran primos hermanos), recopiló un diccionario especializado, que le dio muchísima brega hacer, porque él era perfeccionista y hasta que un significado no estuviera muy bien definido, no lo incluía. Mi hermana Josefina escribió Escondido Mi 30 de mayo, un testimonio inspirador sobre la aventura que su esposo Tabaré y ella tuvieron cuando escondieron en su casa al complotista perseguido Luis Amiama Tió, después del ajusticiamiento de Trujillo. Está mi hermano José que prepara una recopilación de los artículos que ha publicado desde hace años, en distintos periódicos del país, sobre el tema haitiano. Aparecí yo, con mis diez novelas publicadas y otras más inéditas, algunas ganadoras de premios nacionales. Y ahora le toca a Antonia, que, como su papá, no es directamente Gautier (ella es Vásquez Gautier), pero como si lo fuera, porque tiene los genes y nos criamos, durante siete u ocho años en un enclave familiar, donde las casas de mi abuelo Salvador, mi tío Máximo y mi papá se unían en patios comunes y nos juntábamos todos los muchachos a jugar a lo que se nos ocurriera y a aventurar, gaviados en las matas de mangos, mamones, guanábanas y guayabas. Antonia era la mayor de los seis nietos del Dr. Salvador Bienvenido Gautier. En orden de edades la seguían su hermana Gene, mi hermana Josefina, su hermana Maruja, José y yo. Mientras a sus hermanas y a mis hermanos los recuerdo en el tigueraje, afanando entre los árboles (había uno en especial, de jobo, en el frente de la casa de los Vásquez, donde nos trepábamos para tirarle piedras a los peatones), a Antonia la recuerdo ya señorita, posesionada de sí misma, con lazos y trajes muy cuidados, hablando, quizás, de la última película del actor de cine Charles Boyer (el figurín de la época) y juntándose con muchachas de su edad (quince años) que yo veía desde lejos, sin ponerles mucha atención. Para mí, que soy cinco o seis años menor, Antonia era, en ese entonces, un ser extra terrestre, que andaba en un mundo de sofisticación y devaneos que yo aún no compartía. Entonces, en 1940, tío Máximo se fue al exilio, a Nueva York, y lo acompañaron tía Beba y “las muchachitas”, como llamaban colectivamente a sus sobrinas sus tías abuelas, Ma, Me y Tatá (ellas eran “las muchachas”), mi hermana Josefina también se fue para allá, y José y yo nos quedamos sin compañeras de patio, hasta que en 1945, nos mudamos a los Estados Unidos a estudiar en una preparatoria en Nueva Jersey y nos encontramos otra vez. Pero ya no era lo mismo. Ahora José y yo éramos los quinceañeros, y mi hermana y las tres primas las señoritas que ya comenzaban a tener admiradores y hasta noviecitos (o novios de verdad). Para mí, Antonia entró a formar parte de un mundo intelectual, presidido por mi tío Máximo, con quien yo pasaba horas hablando de temas interesantísimos (era apasionado de Francia y lo francés, conocía miles de historias sobre Napoleón, y me fascinaba estar con él), secundado por mi tía Beba, que nos hablaba ya más íntimamente sobre las historias de los Gautier y los Vásquez, y ampliado por la misma Antonia, que seguía tan inasible como antes para nosotros, “los muchachos”, pues ya entraba en la categoría de las muchachas que trabajaban, tenían cierta independencia de criterio y había que oírlas cuando decían algo.
En las páginas de su libro, Memorias de una curiosa, descubro todos los misterios que la envolvían entonces, que, en realidad, no eran tales, pues Antonia simplemente vivía su adolescencia como cualquier otra muchacha, entre estudios y afanes por formarse, descubrir quién era y ser… Y esta muchacha, acuciada por los requerimientos muy estrictos de tío Máximo, que la deseaba convertida en una intelectual de fuste como él; orientada por la comprensión previsora de tía Beba, que la quería, como era ella, preparada para ser buena madre y buena esposa, además de dama elegante y juiciosa; y arropada por sus propias inquietudes y ambiciones, ¡qué tremenda personalidad desarrolló!
Esta revelación la encontrarán en un libro lleno de humor, anécdotas e informaciones varias sobre personajes, personalidades y la familia. Conocerán también sobre sucesos inéditos durante la dictadura de Rafael Trujillo, el gobierno de Juan Bosch en 1963 y otras instancias políticas (la intra historia como la llaman ahora). Sabrán de ocurrencias de la sociedad de entonces y de ahora, inquietudes sociales, apuntes de historia universal, deducciones religiosas y elucubraciones sobre el mundo que vivimos. En definitiva, estamos ante la reconstrucción de un período de unos ochenta años de nuestra historia más reciente, desde el punto de vista de una mujer criada con los mejores valores de la alta clase social a la cual pertenece.
En un momento dado, Antonia, que siempre duda del gran valor de sus escritos, tacha su obra de “costumbrista” (como si eso le restara importancia), y no hay dudas de que lo es, ya que encontramos en ésta un derroche de costumbres de varias épocas, desde cómo una mujer se ponía un sombrero en los tiempos de Concho Primo hasta, hace apenas unos años, los detalles de un concurso floral en Santiago de los Caballeros. Podría llamársele también el “anecdotario” de una mujer que no es sólo “curiosa” sino, también, “memoriosa”, como calificó Borges a uno de sus personajes, aquel que lo recordaba todo. Son increíbles las cosas que recuerda Antonia, desde la razón del nombre postizo de su tío político, el Dr. Ramón Lara, hasta los pormenores de un concurso de belleza donde una reina fue impuesta para impedir que la favorita del público ganara. Para mí, el mayor valor de Memorias de una curiosa es testimonial. No creo que se haya escrito nada parecido en este país.
Hay aspectos de forma y contenido en esta obra, interesantes de conocer. Los voy a presentar según los iba apuntando mientras leía.

1. El manejo casual de su estructura.
Antonia no cuenta una historia, sino varias historias que se imbrican sin un orden de espacio y tiempo, aunque en términos generales sentimos que trata épocas secuenciales que se contraponen. La obra comienza con un retozo: Antonia quiere justificar por qué escribe su obra y nos habla de una supuesta depresión que la acosa y que, por orden médica (de una psiquiatra) sólo se cura volcando en letras todo lo que ella tiene dentro (de su subconsciente), y lo que tiene, por supuesto, está en el resto del libro Justificada su inserción en las letras, emprende un breve repaso de historia dominicana (por qué los dominicanos somos como somos) y nos regala su primera visión del mundo actual: quiénes son, realmente, los aristócratas de hoy.
Con esta visión, Antonia entra de lleno en lo que va a ser la revelación totalizadora de su obra: el mundo cambia, las costumbres cambian, pero hay valores humanos que no cambian.
Sigue, entonces, con recuentos de tradiciones y costumbres que, en una época pasada, creaban el espacio vivencial (y espiritual) de lo que es hoy la Ciudad Colonial de Santo Domingo y, de repente, sin avisar, nos mete en la primera anécdota que aparenta no tener nada que ver con lo dicho anteriormente: el lance de un dominicano de buena cuna que protesta el abuso de los invasores norteamericanos que, a punta de bayoneta, obligan a simples mirones en el puerto a descargar un barco. Entonces, con detalles fascinantes, explica quién era este personaje. Lo sensacional de esta estructura literaria es esa mezcla de distintas instancias que resulta amena, brillante, imposible de dejar a un lado. Así será por el resto de la obra.

2. Los juicios personales sobre el mundo actual
Antonia vive una vida intensa, donde pondera los problemas que se dan en el mundo y, en algunos casos, trata de resolverlos. La pobreza la preocupa, las desigualdades sociales no las acepta. El primer juicio de valor en Memorias de una curiosa lo hace contra la sociedad de consumo. Dice:
Hace unos 60 y pico de años, en la universidad de Columbia, tuve la suerte de tener como profesor a un judío de ideas muy avanzadas, que era muy comunes en las universidades de esa época (hasta que llegó Mc Carthy). Todavía guardo un libro de su autoría: When peoples meet (Cuando los pueblos se encuentran). Él predecía que cuando la psicología se uniera a la propaganda nadie se salvaría pues estaríamos a la merced de los anuncios que nos llegarían de manera frontal cuando o donde menos los sospecháramos. “Si usted compra este carro va a ser feliz”, pero no dicho así tan burdamente, sino que recurren a modelos más pequeñas para que el automóvil se vea más grande. Tras estudiar el color favorito del grupo de personas a quienes va dirigido el anuncio, lo colocan en el ambiente donde desearía o ya se mueve el futuro comprador. Usan una y mil sutilezas para hacernos comprar el producto. Y esta sociedad de consumo nos va consumiendo poco a poco como seres humanos sin nosotros darnos cuenta.
Más adelante, hará juicios sobre otros temas puntuales del mundo actual, como el racismo.

3. Defensa de la familia
Antonia cree en la familia. Creció en un nido de amor. El amor entre sus padres fue siempre insoslayable: tío Máximo adoraba a tía Beba y tía Beba a tío Máximo. El cuido a sus hijas también fue patente: una preocupación constante por su salud y educación, por que aprendieran las maneras afables de su clase, conocieran de dónde provenían, se codearan con lo mejor de lo mejor. Otros ejemplos aparecían por todas partes a su alrededor: mi abuela Teté adoraba a mi abuelo Salvador, que la consentía, aceptándole toda clase de pedimentos, como permitir que el papá de ella, un viejo cascarrabias, se mudara a la casa de ellos y se impusiera casi como pater familia. El cónclave familiar de Antonia se ampliaba, patio con patio, con la cercanía de los abuelos maternos, los tíos y los primos; pero no muy lejos vivían también la bisabuela, las tías abuelas, el otro abuelo, los otros tíos y tías y los otros primos y primas y un mundo vinculado por los genes y la amistad. Josefina, mi hermana, siempre fue otra hermana para las Vásquez, y nosotros, los mellizos, siempre fuimos acogidos con mucho afecto por ellas. En mi casa, yo no recuerdo haber oído nunca un comentario negativo sobre ningún familiar y sí mucha preocupación por sus problemas, fueran de salud, económicos o de cualquier otra índole. Claro, eso no impedía que surgiera un chiste sobre algún familiar, como fue el caso de Bebé García Gautier (Bienvenido), brillante y sagaz abogado, cuya designación de Caballero de Capa y Espada del Santo Sepulcro por la Santa Sede traía siempre sonrisas a todos sus deudos. Entre las múltiples historias que hay sobre Bebé, se contaba que una vez fue a una recepción de mucho protocolo y, a la entrada, un ujier le preguntó a quién anunciaba. Entonces Bebé le dijo. El ujier sólo llegó a pronunciar “Caballero de Capa y Espada…” y se trabó, sin recordar el resto; entonces Bebé, impaciente porque terminara, le gritó: “¡Marrano!... ¡Del Santo Sepulcro!”, y el ujier, triunfante, gritó a todo pulmón: “¡Y marrano del Santo Sepulcro!”.
Esta posición consecuente con todos los miembros de la familia Antonia la asume con la mayor candidez, a pesar de los juicios que puedan hacerse sobre las actuaciones políticas de algunos de nuestros patriarcas. La sangre va primero. Hoy día, Antonia es una tatarabuela feliz, que disfruta la cercanía de todas esas criaturitas de su descendencia que, ella sabe, serán, como ella, adictas a la familia, porque así van a ser criadas.
El valor de la familia es uno de los grandes mensajes de esta obra.

4. La religión
Antonia hizo los Cursillos de Cristiandad hace ya un tiempo, sintió a Dios en la voz de su hijo, Jesús, y, desde entonces, sin convertirse en beata, sólo en mujer de sociedad que cree en Dios, dedica tiempo a trabajos sociales de la Iglesia Católica. Ha hecho recolecciones de fondos para varias obras de bien social, como la de la construcción del edificio de los Cursillos, en la Avenida Rómulo Betancourt; es activista en varias instituciones que promueven alguna causa benéfica, como en la Escuelita Rayo de Sol, que atiende a niños, niñas y adolescentes con discapacidad intelectual, sicomotora y Síndrome de Down.
En el libro, Antonia habla de la permanencia y continuidad de su Reunión de Grupo (son diez amigas que se juntan, por lo menos una vez al mes, para hablar sobre temas cristianos) y cómo este hecho la ha mantenido en “el camino”. Manifiesta sus perturbaciones por las cosas negativas del mundo y cómo le gustaría alejarse de todo eso. “Me voy a meter en un convento”, le dice a una amiga, que la aconseja no hacerlo, pues allá encontrará “las mismas envidias, los mismos orgullos, las mimas ambiciones, los mismos egoísmos”...
En su divagar por esos vericuetos existenciales y religiosos, hay un pensamiento expresado por ella que me impactó. Dice Antonia:
En 40 y pico de años, a diez mujeres se puede decir que le pasa de todo. La cuestión es que sigo tan enamorada de Jesús de Nazaret como el primer día por su mansedumbre: “Soy manso y humilde de corazón”, decía. Unos lo han llamado “El príncipe de la Paz”, otros “El Dramaturgo de Judea”, pero para mí, si no era Hijo de Dios, merecía serlo.

5. La aventura
En Memorias de una curiosa nos adentramos en una especie de aventura que nos lleva por miles caminos, algunos de los cuales creíamos que conocíamos, otros que descubrimos por primera vez. El estilo mágico de Antonia como escritora hace que sea una aventura maravillosa, deleitable. Se trata de un libro aparentemente frívolo, en realidad, profundamente humano. Hay muchas cosas más qué decir acerca de él, pero voy a dejar que sean ustedes quienes las descubran. Léanlo.
Mayo 2010

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