DIÓGENES VALDÉZ: LA INDÓMITA PASIÓNLa mesa principal en la II Bienal Nacional del Cuento: aparecen en el extremo izquierdo, MSG, y en el derecho, Diógenes Valdéz
III Bienal Nacional del Cuento
Fundación Aníbal Montaño
San Cristóbal, 11 de junio de 2011
Nos cuenta el periodista Ubaldo Guzmán Molina (1) que, “contrario a otros escritores”, el interés de Diógenes “por la literatura no empezó en la niñez ni en el bachillerato, sino cuando estudiaba Ingeniería Industrial en Uruguay” (hizo dos años de la carrera). Diógenes cayó en una fuerte depresión, y “un venezolano, compañero de pensión, le comunicó que su situación se debía a que no tenía amigos”. Un poco molesto, Diógenes lo rebatió con: “¿Y cuáles son los amigos que tú tienes?”. El venezolano se levantó de su asiento, buscó entre sus libros, tomó uno y le dijo a Diógenes: “Estos son mis amigos”, y le entregó Chinchina busca el tiempo (1945), la primera obra publicada del poeta dominicano Manuel del Cabral.
Fue un momento de deslumbramiento, de encuentro consigo mismo. Fue el momento en que Diógenes comprendió cuál era su verdadera vocación.
A partir de ese momento (esto ocurrió en 1962), Diógenes se concentró en lo que realmente le gustaba: en la literatura. Nació en 1941. A los 21 años descubrió a qué quería dedicar su vida. Se fue a México, a la Universidad Nacional Autónoma, e hizo dos años de literatura. Lo encontramos muchos años después, como corrector de estilo de la Secretaría de Estado de Educación (1980-2000), Director de Investigaciones (1984-86) y Subdirector de la Biblioteca Nacional (1992), Asistente del Gobernador del Faro a Colón (2001) y Director de la Biblioteca República Dominicana (2001), todos trabajos afines con su vocación de literato.
La biografía que encontré sobre Diógenes no informa sobre lo que hizo entre principios de la década de los 60, cuando realizó sus estudios universitarios en literatura, y el momento, en 1978, cuando publica su primera obra, el libro de cuentos El silencio del caracol. Se sabe que aún en Uruguay, obtuvo el segundo premio en un concurso del Movimiento Cultural Universitario, con su cuento “Anipolus”, lo cual, sin dudas, tuvo que estimularlo a seguir escribiendo. Allí también hizo un cuento que aparece como epílogo de la novela Los tiempos revocables, ganadora del Premio Siboney de 1983, lo cual indica que guarda lo que considera mejor de su producción y lo utiliza cuando le parece bien.
México, Chile y Argentina fueron los países donde se desarrollaron las vanguardias que produjeron la llamada narrativa contemporánea latinoamericana, en la cual se incorporaron técnicas entonces novedosas, influencias de escritores estadounidenses, como William Faulkner y John Dos Passos, y europeos, como James Joyce y Franz Kafka.
En el Chile, del cual sale Diógenes Valdez, José Donoso ya es conocido por su novela Coronación, de 1957, y en la vecina Argentina, Julio Cortázar publica Historias de cronopios y de famas, en 1962. En el México al cual Diógenes llega, la narrativa explotaba con obras experimentales. Ya Juan Rulfo, en 1955, había publicado Pedro Páramo y Carlos Fuentes, en 1958, La región más transparente, seguidas por La muerte de Artemio Cruz y Aura, ambas en 1962. Señalo estos ejemplos para demostrar que cualquiera que, entonces, se involucrara conscientemente en la tarea de escribir narrativa tenía que saber que competía con estos colosos y que debía hacerlo igual o mejor que ellos. Diógenes lo hizo.
¿Qué produjo Diógenes en México? ¿Y qué después?
De 1962 a 1978 pasaron más de quince años en que estuvo rumiando, leyendo, aprendiendo y, sobre todo, escribiendo, con un solo propósito: prepararse para dar a conocer una obra literaria impecable, que lo ha colocado entre los grandes escritores dominicanos de todos los tiempos, reconocimiento que se le hace en 2005 otorgándole el Premio Nacional de Literatura.
Diógenes Valdez ha dicho cuáles son sus cuentos favoritos: “La tristeza”, de Anton Chejov (1860-1904), “Un suceso sobre el puente”, de Ambrose Bierce (1842-1913); “Miss Amnesia” (1960) y “Acaso irreparable” (1960), de Mario Benedetti (1920-2009); “La autopista del sur” y “La continuidad de los parques”, de Julio Cortázar (1914-1984); “El indio Manuel Sicuri”, de Juan Bosch (1909-2001); “La carretera”, de Ray Bradbury (1920); y, por último, “Una rosa para Emily”, de William Faulkner (1897-1962) (2). Es una lista de cuentistas que han tenido una gran influencia en la narrativa universal, desde el siglo XIX al XXI, representativos de un quehacer que fue variando de la evocación de lo real a la convocación de lo alucinante o fantástico: una demostración de su preparación literaria, que se evidencia en todo lo que escribe.
Un crítico que leí plantea que en los primeros cuentos de Diógenes (cuando aún estaba en Uruguay por los años 60), se siente la influencia de William Faulkner y Virginia Woolf. No sé qué escritor que se precie ha podido escapar a estas influencias. Para mí, la mejor crítica que me podrían hacer es que mi obra refleja algo de la de Faulkner. De hecho, Gabriel García Márquez lo ha admitido.
Lo importante no es quién o qué ha influido en un autor, sino cómo este ha tomado esas orientaciones y ha desarrollado su obra.
Y voy a demostrarlo con Diógenes Valdez; voy a presentar la aventura que ha sido para él entrar en el mundo de la imaginación literaria, en los vericuetos de la cuentística postmoderna.
La postmodernidad es una actitud de desafío, de enfrentamiento, de renovación, de reformulación. Anteriormente, en la modernidad, se había llegado a la culminación de la racionalidad y, como consecuencia, al gran desarrollo de la época industrial. Se ofrecieron posibilidades antes nunca imaginadas para el futuro de la humanidad, un futuro donde dominarían ideologías tanto de izquierda (el comunismo) como de derecha (el capitalismo) que darían al hombre protección y confort. Se miraba hacia un futuro halagador.
Todo se derrumbó con dos guerras mundiales, intercaladas por el descalabro económico de 1929 y seguidas por una “guerra fría” que parecía no tener fin. La visión de un mundo ideal donde todos los hombres vivirían en burbujas de bienestar no pudo sostenerse.
La postmodernidad recoge el reto de esa destrucción. Es una época de descreimiento, de resguardo, donde la actitud del hombre es protegerse a sí mismo en contra de todos los demás. Luce que predomina el narcisismo, el enamoramiento de sí mismo; pero, en realidad, predomina el miedo, el presentimiento de que la desaparición del hombre sobre la tierra está por llegar, no en un apocalipsis evangélico sino en una autodestrucción bélica o ecológica, imposible de evitar.
Según algunos críticos, el postmodernismo literario comenzó a mitad de siglo XX, en 1941, con las muertes de James Joyce y Virginia Woolf. Quizás comenzó antes, quizás después; lo cierto es que en su desarrollo no se producen tendencias definidas a las cuales aferrarse, como ocurrió en la modernidad; no hay romanticismo ni realismo ni naturalismo ni siquiera surrealismo, por señalar algunas de las corrientes literarias, muy definidas, que se tuvieron durante el siglo XIX y que continuaron en el XX. Todo es válido si se logra crear el impacto de esa interpretación del mundo hedonista, desarraigada de creencias, de dogmas, que compartimos a través de las posibilidades técnicas de las comunicaciones: la TV, el Internet, el celular. El hombre postmoderno se defiende aislándose y comparte su aislamiento, divulgándolo.
No quiere decir que no puedan clasificarse maneras de manejar este mundo literario. Entre otros, está el conceptualismo, dirigido a “la revisión de los discursos de todo tipo de poder: el poder político; el poder moral de la tradición cultural; la literatura clásica; el poder ideológico y espiritual – los diversos mitos históricos y religioso”. Y está el neobarroco, con “su estética de las repeticiones: la dialéctica de lo único y lo repetido, el policentrismo, la falta de regularidad consciente, el ritmo roto” (3). Está la deconstrucción, la reinterpretación de los mitos despojándolos de sus auras de leyendas; el historicismo, la recuperación de lo ya trascendido con nuevos planteamientos, y el neo eclecticismo, la mezcla de varias tendencias. Hay contenido (disquisiciones) y hay forma (maneras de manejarlas), pero la visión que surge es ambigua. Si se destruye y no se construye, no queda nada; y, sin embargo, hay algo que permanece: la existencia misma… y lo escrito.
Diógenes Valdez se maneja en ese mundo postmoderno con gran naturalidad.
En su segundo libro de cuentos, publicado en 1982, Todo puede suceder un día, hace gala del neo eclecticismo donde mezcla varias tendencias modernas y postmodernas. Son 22 cuentos, donde despliega realismo, surrealismo, onirismo, regresión, humor negro a veces macabro, deconstrucción, ciencia ficción y simbolismo.
Quizás la mayoría (no los enumeré), son surrealistas, pero no siempre siguen el mismo patrón. En el cuento “Todo puede suceder un día”, pasa del realismo al surrealismo, con un resultado lógico. En “El tío vivo” y en “Todo está consumado”, pasa de lo ilógico a lo ilógico. En “Un safari en Uganda” hay dos tiempos muy definidos, el real y el irreal, que concluyen en una indefinición de lo real-irreal. En “Las seis en punto en una tarde de otoño”, es simplemente surrealista, una historia sin asidero lógico.
Diógenes Valdéz
Lo onírico aparece por primera vez en el cuento “Buenas noches, Dulcamara”, donde trabaja la concientización del sueño dentro del sueño, posiblemente influenciado por Borges, pero con acentuaciones propias. En “Plusbabélico”, encontramos que un ente no definido, que podría ser Dios, sueña con la creación del mundo, luego sueña en el hombre, en los sueños del hombre que repite sus propios sueños, y así se llega a un acercamiento de lo definido-indefinido, en una especie de incoherencia de entendimientos como en la babel bíblica, que hace de la creación una mera inquietud humana.
En “El otro Jesús”, reconstruye la figura de Jesús en una época moderna, y lo despoja de toda sacralidad. Aquí mezcla lo bíblico y la deconstrucción.
En “El relámpago entre las sombras”, uno de los mejores cuentos del libro, mezcla la ciencia ficción con el surrealismo y la deconstrucción. En el planeta Pictor, los científicos (presumiblemente humanos) crean robots con características humanas, el protohombre y la protomujer, que enviarán al planeta tierra, lo cual significa que los humanos solo somos marionetas de quien nos creó.
Vuelve al tema bíblico con “Después de las primeras palabras”, en que de nuevo aparecen Adán y Eva, esta vez en sus estados vírgenes, donde son indiferentes a todo lo que los rodea, hasta que comen del árbol del “bien y del mal”. En este cuento es notable el uso de la palabra, un invento humano, para dar inicio al mundo de la conciencia en el hombre y la mujer, contrario al cuento anterior donde Adán y Eva son manipulados científicamente por un tercero.
En todos estos cuentos se ponen en entredicho las historias bíblicas.
Están los cuentos de humor negro; “Por el bienestar de la familia”, “De regreso a casa” y “Acea” (otro entre sus mejores cuentos). En ellos, juega con las relaciones familiares con resultados funestos, ya que saca a relucir las rivalidades, los odios, las patrañas que suceden entre sus miembros. Son una deconstrucción del mito del amor familiar.
Al final están los cuentos simbólicos que, a través de historias negativas, se identifica lo que hay de positivo en la humanidad. Lo que podríamos llamar una deconstrucción de la deconstrucción.
En “Es absurdo morir otra vez… y para siempre”, quizás el mejor cuento que se ha hecho sobre la dictadura de Trujillo, un padre, a quien el Dictador le ha asesinado un hijo, sepulta un mechón de cabellos del hijo y siembra un árbol junto a este; el árbol se convierte en lugar de peregrinaje para los enemigos del Dictador, que manda a tumbarlo. Entonces el padre busca el mechón para sembrar otro árbol. Simboliza la perseverancia para combatir el mal.
En “Los actores”, en un teatro se representa el desembarco de Playa Caracoles en 1973. Cuando se quiere discutir el significado de esta derrota, uno de los actores dice que no hay discusión posible, puesto que, según el Gobierno, esta expedición nunca existió. Simboliza la manera en que se manipulan los hechos para distorsionar la historia.
Veamos otro libro de cuentos Motivos para aborrecer a Picasso, publicado en 1997. En este, Diógenes entra en otro de los vericuetos del postmodernismo: la reconstrucción de obras clásicas invirtiendo su significado original, o sea, la deconstrucción de la literatura universal. En diez magníficos cuentos, Diógenes reescribe la historia de varias obras, tres de las cuales no pude identificar. Las que identifiqué son: la leyenda del hombre lobo, que comienza en la mitología griega y sigue hasta hoy con las novelas de Ann Rice y la serie de películas de “Santuario”. Para sus reconstrucciones o, más bien, deconstrucciones, porque se hace con el espíritu de demostrar lo intrascendente que puede ser algo a lo que le hemos guardado pleitesía, Diógenes escoge también a Fausto (1808-1832) de Goethe; Crimen y castigo (1866), de Fiódor Dostoievski; El retrato de Dorian Grey, (1890), de Oscar Wilde; Drácula (1897), de Bram Stoker; La metamorfosis (1910) de Franz Kafka, y Muerte en Venecia (1911), de Thomas Mann. En algunas de estas deconstrucciones hay algo de picaresco, de hacer que unas obras con significados muy serios pierdan su solemnidad o se conviertan en caricaturas de sí mismas. Por ejemplo, en Drácula, un vampiro húngaro (recuerden que la leyenda ocurre en Rumania) chupa la sangre a las mujeres que están… en cuadros o fotografías. En otras deconstrucciones, la seriedad de la obra Diógenes la toma para profundizar en planteamientos filosóficos que contrastan con el original y llevan al existencialismo y hasta al nihilismo. En la novela de Mann, Muerte en Venecia, la familia que el protagonista admira por su belleza logra escapar de la peste, para solaz del protagonista, que muere conforme porque, por lo menos, la belleza en el mundo se ha salvado. En el cuento de Diógenes, todos mueren, y leemos la frase: “Al fin y al cabo, morir en Venecia o en cualquiera otro sitio… era lo mismo”, una frase que pondera lo insignificante de la vida y de cualquiera de sus manifestaciones, una inversión de los valores que Mann quiso destacar.
En uno de los últimos libros de cuentos de Diógenes, Acta es fabula, de 2000, el autor vuelve a mezclar tendencias, pero esta vez, con cuentos cortos, poniéndose al día con una de las modas literarias de principio de siglo XXI, el minicuento. Aquí también, el autor usa otro de los recursos del postmodernismo, el historicismo o, más bien, la referencia al pasado clásico. Todos sus minicuentos tienen el nombre en latín o en griego.
“Acta es fabula”, que le da el nombre al libro y al último cuento, significa “la comedia ha terminado”. El lector que no sabe de latín (como yo) tiene que recurrir a su imaginación para descifrar los títulos o, simplemente, aceptarlos sin entenderlos (o buscarlos en Google, que, a veces, no funciona; lo comprobé). Lo cual es parte de la deconstrucción: someter al lector a imprecisiones que lo haga sentir que está en tierras movedizas y lo obligue, para salir del atolladero, a hacer una interpretación propia. Se sabe que el nombre es la primera orientación del texto que da el autor a su lector. Hacer que no lo entienda o que le sea difícil entenderlo, es un reto al lector. Aunque también, en este caso, puede ser un juego, una manera de decirle; “Aquí estamos, en pleno siglo XXI, y, sin embargo, seguimos recurriendo a los siglos antes de Cristo, porque, después de esas épocas, nada ha pasado que haya hecho cambiar en su esencia al hombre”. Creo que por esta última vertiente es que se va Diógenes.
El primer cuento, De profundis, es un homenaje.
En esos años de preparación en que Diógenes afinaba su vocación literaria, hizo contacto con otros géneros creativos, especialmente con las artes plásticas y la música clásica. Su refinamiento cultural es el de un hombre renacentista, versado en todo lo que produce sensaciones estéticas a los sentidos, por eso admira que deconstruya el esteticismo de Thomas Mann.
Su cultura la refleja en sus textos.
Aparece en algunos nombres de sus personajes; por ejemplo, Dulcamara, el personaje del cuento “Buenas noches, Dulcamara”“, es el vendedor ambulante charlatán que engaña a los campesinos en la ópera “El elixir del amor”, de Donizzetti, y nos da una pauta de su melomanía operística (cuando puede, Diógenes se deleita oyendo a la gran soprano de todos los tiempos, la diva Maria Callas, ya desaparecida).
Lo encontramos en la mención de una serie de pintores dominicanos de gran reconocimiento, con lo que nos demuestra su gran afinidad con las artes plásticas y su defensa de lo criollo (de hecho, tiene una excelente colección pictórica en su casa).
También en el señalamiento de episodios históricos y de personajes de gran trascendencia para la humanidad como hace en el cuento “Todo puede suceder un día”, en el cual el protagonista se llama Confucio, como el maestro chino que crea una religión filosófica en el siglo VI antes de Cristo, y nos demuestra la amplitud de sus conocimientos.
En el cuento De profundis el homenaje está velado, ya que el homenajeado no se menciona. Se trata de un artista plástico que agoniza, y en su agonía, recuerda su vida en la que no pudo triunfar internacionalmente (en París) como quiso, vuelve a su país y logra ubicarse entre los mejores pintores, aunque sabe que, en realidad, no ha logrado el éxito que deseaba. Lo rodean sus discípulos y modelos, que lamentan profundamente su próxima desaparición. El pintor ve entre ellos a un extraño, un efebo muy bello, lo cual lo anima a pedirle que modele para él; le ponen un pincel en la mano y, mientras el joven se desnuda, el artista muere satisfecho por haber vislumbrado su obra maestra. La reconstrucción del ambiente y el personaje apuntan hacia uno de nuestros grandes pintores dominicanos, Jaime Colson (1901-1975), cuya historia es parecida: Antes de instalarse en la República Dominicana en 1950, estuvo en Barcelona, París, México, La Habana; fue cubista, surrealista y neoclasicista, entre otras corrientes artísticas que trabajó, destacándose como un artista plástico importante en el área del Caribe, y muere de una larga enfermedad. Muchos de sus modelos eran mulatos jóvenes, de buena contextura física, que pintó desnudos.
Los cuentos que siguen están entre el surrealismo absurdo y el onírico y concluye con una deconstrucción literaria.
En el cuento “Acta es fabula”, que significa “se acabó la ficción” y es la fórmula con la que se anunciaba, en la antigua Roma, el final de las representaciones teatrales (otra demostración de la gran cultura del autor), Diógenes deconstruye la obra teatral Otelo de Shakespeare. Como se sabe, la obra ocurre en la Venecia del siglo XV y trata sobre los celos desmedidos de un general negro, Otelo, hacia su esposa blanca, Desdémona, que lo amaba apasionadamente, provocado por la intriga de uno de sus capitanes, Yago, que lo odiaba y quería destruirlo para sustituirlo. En este minicuento, la razón por la que Yago crea la intriga es también por celos: pero quien cela es Yago, que amaba desesperadamente a Otelo y lo celaba con Desdémona, a quien odiaba. Quizás sea cierto que con esta versión, se “acaba la ficción”, ya que pierde todo el sutil dramatismo que logra Shakespeare en su obra, donde propone la pérdida del poder por causa de las debilidades humanas, los celos de Otelo, el amor de Desdémona y la ambición de Yago. En la versión de Diógenes, sólo hay pasión sexual. Una manera de decir que lo que mueve al mundo es el sexo y una propuesta cónsone con todo el vacío existencial del postmodernismo.
En el resto de los cuentos que aparecen en este libro, Diógenes demuestra su pericia en el manejo del surrealismo. Hay algo, sin embargo, diferente en estos cuentos a los que aparecen en sus otros libros. Diógenes, definitivamente, se dirige a lectores cultos que, para entender la sutileza de sus juegos narrativos, tienen que saber de qué habla. El lector que no conozca la ópera Los payasos de Leoncavallo, no entendería lo picaresco que es plantear que el muñeco payaso está enamorado de la muñeca Barbie en el cuento “Vesti la giubba”- “Ponte el traje”. También quien no sepa que la salsa de los espaguetis al pesto es verde no captaría lo inusitado del cuento “Pathos ergo sum” (de los nombres intraducibles).
El surrealismo requiere ingenio, capacidad de trabajar lo absurdo sin que cause rechazo de parte del lector. Se debe lograr que este lo sienta como una manera distinta de ver la realidad, y Diógenes es un maestro en trabajar esta posibilidad.
Para terminar, hay que reconocer algunos elementos que unen todos los cuentos de Diógenes.
El primero es el logro de su narrativa. No hay peripecias estilísticas ni técnicas trabajosas. No hay rebuscamientos. Todas las oraciones son de estructura sencilla, salpicadas con metáforas entendibles que no se perciben como tales; en definitiva, hace un uso encantador del lenguaje corriente, que llega directamente al lector.
Otro elemento importante en su narrativa es la manera en que construye el cuento. Lo hace como lo recomiendan todos los teóricos del cuento, entre los cuales está él mismo; comienza directamente con la acción y no la deja hasta que lo termina. Sus personajes están al servicio de su trama, y su trama al servicio de su inmenso talento.
Diógenes Valdez es un cuentista postmoderno de gran versatilidad que se maneja con naturalidad en cualquiera de las corrientes o maneras que se usan para apelar culturalmente al hombre de finales del siglo XX y principios del XXI. Tiene capacidad para ponerse la tarea de trabajar una temática dada y redactar textos ejemplares sobre esta, como es el caso de su libro Motivos para aborrecer a Picasso en la que los diez cuentos tratan sobre la deconstrucción de textos que son considerados como clásicos en la literatura universal. Sabe manejar lo cómico y lo tenebroso, produciendo en sus lectores distintos momentos emocionales.
Hay algo que descubrí en una visita reciente que hice a Diógenes con unos amigos, en su casa de San Cristóbal: A sus 70 años, su indómita pasión por la literatura no ha menguado; Diógenes tiene muchos cuentos más que contar.
Los esperamos con nuestros corazones abiertos.
NOTAS
1. Guzmán Molina, Ubaldo. “Diógenes Valdez, incansable trabajador de la literatura”. Periódico Hoy, LETRAS, 5 Febrero 2005.
2. Castillo, Edwin. “Cuentos que han impactado a Diógenes Valdez”. Jueves 9 de julio de 2009.
3. Maliavina, Svetlana.”Víktor Pelevin, El postmodernismo en la prosa rusa de los 90”. Eslavística Complutense ISSN: 1578-1763, Universidad Complutense de Madrid. “008. http://revistas.ucm.es/fll/15781763/articulos/ESLC0808110015A.PDF
4. La pintura moderna. Museo Bellapart. Jaime Colson.
http://rsta.pucmm.edu.do/ciudad/bellapart/sec03/jaimecolson/jaimecolson.htm